Capítulo 2: Matthew

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Eternitarian: (n.) persona que cree en la eternidad del alma.


—Oye, tío, ¿te has fijado en que tenemos vecinos nuevos? —pregunta mi hermano de la nada mientras trata de matarme con una catana. Bueno, a mí no, a mi soldado, pero el cabrón me está dando una paliza en el juego y lo último que quiero ahora es distraerme pensando en la vecina. Vecinos. Mierda.

—Eh, sí, claro. Algo vi ayer —suelto sin más, sin querer darle mucha importancia.

Y, aunque lo intento, veo venir el golpe tarde y pierdo la partida.

—¡Ja! He ganado, me debes veinte pavos —se chulea, y creo que es un poco un cúmulo de muchas cosas, el estrés del inicio de curso, el futuro, que hoy no he entrenado y lo que vi ayer, sumado a la vergonzosa paliza que me acaba de dar, que me lanzo sobre él y acabamos los dos en mi cama. Él esquivando mis golpes y yo tratando de acertar alguno. El que dijo eso de que el amor no duele no conocía nuestra relación.

—¿Se puede saber qué estáis haciendo? —comenta mamá desde la puerta. Tiene la cesta de la colada en la mano y, por la mirada que nos echa, no parece muy contenta—. Si habéis terminado de comportaros como críos, necesito que vayáis a hacer la compra.

—¿Tenemos que ir los dos? —pregunto, pero al segundo me arrepiento.

Me lanza una mirada de «si no tuviera las manos ocupadas, verías tú». Aunque no lo parezca, en esta casa nos queremos, solo que a veces el carácter nos puede.

—Si se lo pido solo a uno, este se enfadará y dirá que por qué le toca a él. —Nos mira a ambos antes de lanzar un suspiro resignado. Seguimos en la cama, solo que ahora nos hemos sentado y hemos aparcado los golpes para más tarde. Deja el cesto en el suelo y saca lo que creo será la lista del bolsillo del pantalón—. Aquí os la dejo, yo voy a ir al parque un rato con Emma. Mami tiene turno de noche hoy en el hospital, así que seremos nosotros cuatro para cenar. Podéis elegir una cosa cada uno. Sin pelearos, ¿entendido? —nos advierte, y en su tono rezuma la profesora que lleva dentro.

A pesar de que somos prácticamente adultos, bueno, a ratos, nunca desaparece ese tono maternal y esos comentarios que hacen que nos sintamos como críos. Y, aun así, basta una simple palabra suya para cuadrarnos cual soldados a la espera de nuevas órdenes.

Está preciosa aun con su moño casi deshecho, sus vaqueros favoritos y esa camiseta de superhéroes que Emma le regaló para uno de sus cumpleaños.

—Sí, mamá —contestamos a la vez.

Se marcha y vuelve a dejarnos solos, lo que aprovecho para coger la lista mientras recojo la poca ropa que tengo para lavar. Luego le tiendo el cesto a Jackson y, resignado por tener que ir a la compra un sábado por la tarde, se marcha a su habitación a cambiarse y recoger su colada.

Cuando me quedo solo después de adecentarme, decido asomarme de nuevo por si vuelvo a verla. Las cortinas siguen echadas y no puedo evitar reírme al recordar el momento en el que se dio cuenta de que la había pillado, por poco se las carga tratando de cerrarlas.

La verdad es que no esperaba verla. Ni siquiera me había dado cuenta de que los nuevos vecinos habían llegado. El entrenamiento había durado más de lo normal, pero el entrenador tenía claro que quería aprovechar los últimos días de verano antes de la vuelta a la rutina para retomar las sesiones. Y al ser el capitán no podía más que dar ejemplo. La siguiente semana será un caos, seguro. No solo por el inicio de clase, sino también por las pruebas del equipo, las nuevas incorporaciones... Me agobio solo de pensarlo.

Por eso después de la cena subí directo a mi habitación y estuve un buen rato en la ducha. Necesitaba relajarme. Cuando me asomé a la ventana, ni siquiera lo hice por un motivo en especial, pero un movimiento en la lejanía me llamó la atención y entonces fue cuando no pude apartar la mirada.

Mi refugio a la vera del mar (¡YA EN LIBRERÍAS!) *primeros capítulos*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora