Esto no terminó

404 43 8
                                    

Esto no terminó




Severus revisaba concienzudamente las tareas de sus alumnos, haría lo que fuera para no ponerse a pensar en Harry, algo que le estaba costando demasiado. Sin embargo, en cuanto vio que el destino le ponía frente a él la redacción del ojiverde, suspiró recostándose sobre su sillón, miró la letra infantil y desordenada describiendo las utilidades de las plantas curativas. Una idea le cruzó por la mente y auscultó el documento por todos lados esperando encontrarse con alguna nota del irritante muchacho, pero no encontró nada... era un simple tarea, y le fue imposible no desilusionarse por ello.


Al continuar revisándolo notó que no era un excelente trabajo, pero sin lugar a dudas sí mucho más extenso de lo que se imaginó.


Sus dedos recorrieron las líneas de tinta imaginando a Harry escribiéndolo, casi podía sentir el pergamino impregnado de su calidez... ¡como extrañaba esas manos acariciándole el rostro cuando le miraba enamorado!. Severus sentía un nudo en su garganta al pensar en que ya jamás volvería a suceder. Dejó salir el aire intentando deshacerse de aquella irritación en los ojos que le empañaba la vista.


Un ruido le puso sobre alerta y rápidamente se enderezó escondiendo el pergamino para fingir continuar revisando el resto de ellos. Sonrió resignado a que no podía jamás educar a su amigo cuando vio que Lucius entraba sin siquiera tocar a la puerta.


— Ya te sientes como en casa ¿cierto? —preguntó sarcástico.

— ¿Lo dice quien se aparece por la madrugada a beberse mi vino?... —replicó el rubio—. En fin, sólo quería saber cómo te sientes. —preguntó sentándose en un sillón cercano.

— Potter está viviendo aquí.


Lucius enarcó una ceja, esa era una información interesante... la vida de su amigo se estaba tornando demasiado novelesca.


— ¿Estás diciendo "aquí"? —preguntó señalando a su alrededor-. ¿"Aquí" contigo?

— Claro que no. —niega mientras sirve un par de copas ofreciéndole una de ellas a su amigo—. Se está quedando en las habitaciones de Lupin.

— ¡¿De MI...?!... —es decir—. ¿De Lupin?

— Sí. —afirma ocultando una sonrisa ante los evidentes celos de su amigo—. Ya sabes que ellos son amigos desde hace tiempo.

— No me consuela mucho... por ti mismo he sabido lo "bien" que trata Potter a sus amigos.


Todo el orgullo y altivez de los Malfoy desapareció de Lucius cuando sintió la mirada asesina de Severus dirigida a él. Al instante se arrepintió de sus palabras, hundiéndose en su asiento bajó la cara, intimidado, pero ni eso le ayudó porque en un segundo tenía a Severus inclinado sobre él y con la varita enclavada en su cuello.


— ¡La próxima vez que digas algo parecido, Malfoy, me olvidaré de nuestra amistad y haré que te duela hasta para respirar!


Severus no había levantado la voz, pero ese sonido susurrante no tenía nada que envidiarle a Voldemort, Lucius lo sintió y no pudo evitar un escalofrío recorriéndole la espina dorsal.


— Lo lamento, yo...

— ¡Jamás vas a volver a pronunciar ni una sola palabra en contra de Harry Potter! ¡¿Me has entendido?!.

— Pero tú...

— ¡Yo puedo decir lo que quiera, y Harry también de mí, pero nadie, absolutamente nadie tiene permitido siquiera atreverse a juzgarlo, antes tendrán que pasar sobre mí, y eso no excluye a nadie, ni siquiera a al gran Lucius Malfoy, por muy amigo que seas!

— De acuerdo. —aceptó tembloroso—. No volveré a ofender a tu pareja.

— ¡No es mi pareja!


Severus liberó por fin al confundido Lucius y luego de respirar hondo para tranquilizarse, ocupó un asiento junto al rubio, quien al fin recuperaba el color de su rostro.


— ¿Puedo decir algo? —se atrevió a preguntar Malfoy, aunque aún con reservas.

— Dime.

— ¿Porqué si lo amas no eliges creerle?

— ¿Y me lo preguntas tú? —respondió más calmado—. Me dijiste que yo no perdono, y es cierto, Potter me cambió demasiado, me volvió débil y dependiente. Tengo que recuperar mi verdadera personalidad y el primer paso es no conmoverme por las lágrimas de un niño que no sabe lo que quiere.


Lucius no respondió, pero se daba cuenta de lo que había provocado con sus palabras. Los ojos negros de su amigo eran tan penetrantes como antes, pero en ellos se veía una amargura, no por la soledad y el vacío que siempre imperó en su vida, sino por la desesperación y angustia de haber perdido lo único que amaba.

Salvando la ilusiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora