Desde pequeña, Mia sabía que había algo mal en ella. A penas conseguía hacer amigos en el colegio y su relación con su familia tampoco era muy buena, a pesar de que Mia tratara de hacer sus mejores esfuerzos por encajar con ellos. Era como un fantasma en su casa, siempre pasaba desapercibida.
Su relación con su padre era como la de un gato y un ratón. A pesar de que Mia tratara de hacerlo orgulloso, Ward siempre encontraba una manera de despreciarla. Y después de años repitiéndole día tras día los mismos insultos, Mia acabó creyéndoselos. Pero lo que más le dolía era ver a su padre tan unido con su hermana Sarah. ¿Por qué a ella si que le quería? Verlos tan felices juntos sólo le hacía creer que realmente tenía un problema.
Y es así como Mia empezó lentamente a entrar en un callejón sin salida.
Supongo que el hecho de que nadie se dio cuenta de la forma en la que su sonrisa se desvaneció le hizo creer que a nadie le importaba. Ni siquiera su familia, que pasaba todo el tiempo con ella, se dio cuenta de cómo su alegría se convertía en tristeza.
