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Gabriel ya no sentía nada cuando era tocado.

Todas las noches Anthony iba a su habitación borracho y a veces sobrio. Le hablaba al principio, obteniendo sonrisas forzadas que hacían doler a Gabriel. Después de eso seguía hablando, hasta que sentía que había dicho suficiente para no hacer de la noche una simple transacción. Era entonces que empezaban las caricias.

Un beso. Una caricia. Lo que debía sentirse bien se sentía asqueroso. Las náuseas eran lo más difícil, pues debía controlarlas para no molestar a Anthony. Poco después de que ocurriera por primera vez, el rubio llegó a aprender que debía fingir que le gustaba todo aquello si quería evitar golpes en las piernas. Anthony disfrutaba mucho verlo gemir y jadear con suavidad, como si estuviera disfrutándolo cuando lo único que quería era restregarse la piel con jabón para limpiar todo rastro de suciedad de su cuerpo.

Gabriel terminaba tan adolorido luego de sus sesiones que le era imposible mantenerse despierto. Siempre se dormía entre los brazos de Anthony, temblando al sentir los labios del moreno sobre su piel.

Ya se había acostumbrado y no sufría tanto. Se aseguraba de estar preparado cada noche, esperando que milagrosamente Anthony decidiera no visitarlo. Pero nunca lo hacía. Estaba allí todas las noches, listo para tocarlo a pesar de que Gabriel solo quería lanzarse a llorar. No entendía cómo es que su vida se había convertido en una terrible broma donde debía complacer a un hombre que ya no parecía ser conocido. Todo era distinto a cómo fue al principio. Y quizás eso era más doloroso que el acto en sí.

Dejando de lado lo que ocurría a puertas cerradas en las noches, las cosas no eran tan malas para Gabriel. Podía comer lo que quería, salir a donde quisiera y pasear por toda la mansión sin tener que depender de la vigilancia de Anthony. Ahora que estaba complaciendo a Anthony en las noches, podía hacer más cosas en la mansión. Le daban más libertad, quizás como consolación por el hecho de que debía abrir las piernas cada noche para no enojar a Anthony.

Sus días eran monótonos de igual modo. Todo el tiempo libre a su alcance le permitía pensar mucho. Y recordar fragmentos de su vida.

» Era una noche cálida.

La mansión estaba iluminada tenuemente. Había lámparas colgando de las paredes y flores pegadas a lo largo del lugar. La decoración era hermosa. Bella. Preciosa.

En el jardín trasero había muchas sillas decoradas con joyas y flores. Allí estaba la familia Levianccy, todos con sus mejores trajes y el cabello peinado hacia atrás de manera elegante. Era un día de celebración para la familia Levianccy, mas no tanto para aquellos que protagonizaban el día.

Gabriel y Anthony iban a casarse.

Gabriel tenía un traje blanco hecho a la medida, que cubría su cuerpo y abrazaba su figura con tanta perfección que se veía más hermoso de lo que alguna vez se había visto. Su cabello estaba peinado hermosamente, con varios mechones cayendo sobre su rostro delicado. Tenía lápiz labial y en sus mejillas existía un rubor rosado que le hacía ver mucho más delicado de lo que era. Incluso había un aire femenino sobre su rostro. Se veía muy bien.

Anthony estaba guapo.

El corazón de Gabriel estaba triste. Esa misma mañana Anthony le había hecho una prueba de confianza. Le ordenó que matara a sus primos y él tuvo que hacerlo. Lloró, suplicó por que no lo obligara a hacer eso. Pero Anthony le puso una pistola en la cabeza y le dijo que si no lo hacía, él iba a matarlo. Gabriel tuvo que apretar el gatillo y ver a sus primos morir desangrados. Luego se derrumbó mientras Anthony le abrazaba repartiendo besos cariñosos en todo su rostro.

Gabriel se sintió terrible. No tanto por haberlos matado, sino por disfrutar la sensación que permaneció en sus manos un rato después de haberlos asesinado. Lo disfrutó mucho.

Ahora no podía pensar en eso. Tenía que concentrarse en su boda. Sonreír y dejar que el italiano le hiciera lo que quisiera.

Gabriel suspiró bastante fuerte cuando llegó la hora de caminar al altar.

Apretó los labios y se obligó a sí mismo a sonreír tanto que las esquinas de sus labios dolían. Recitó sus votos, besó a Anthony suavemente y luego se dedicó a disfrutar de la boda.

Sonríe, sonríe. Finge, finge. «

Salió de sus pensamientos cuando un ave se posó en la ventana.

Gabriel miró el pelaje grisáceo de la criatura y extendió su mano para acariciarle. El ave respondió a su toque emitiendo un sonido agradable. Gabriel sonrió antes de tomar la pata del ave y arrancar una pieza de papel. Allí, en letras grandes, estaba un mensaje. Lo leyó. Después se deshizo del papel.

Mas tarde esa noche Gabriel recibió la noticia de que Anthony no iría a visitarlo porque estaba ocupado. Pudo respirar con alivio por primera vez en muchas noches.

Gabriel se acostó a dormir y cubrió su cuerpo con las sábanas, riendo ante la certeza de que esa noche no tenía que complacer al hombre.

»—Querido, ven a acostarte.

Gabriel tenía puesta una bata de dormir que apenas hacía algo por cubrir su cuerpo, dejando a la vista de todo aquel que se acercara sus delgadas piernas y pálida piel. Su cabello estaba desordenado, mechones apuntando en todas direcciones. En su cuello había marcas moradas y rojizas que provenían de las actividades lascivas que realizó hace tan solo unos minutos. Todo su cuerpo era un retrato de chupetones y moretones que tardarían días en desaparecer. Aún en esa circunstancia lucía delicado.

Gabriel se levantó de la cama levemente apoyándose sobre sus codos para mirar al hombre que veía el horizonte desde el balcón. Sonriendo, el rubio decidió acercarse y abrazar al hombre por detrás, colocando su mentón sobre el hombro ajeno. Escuchó un risa profunda, así que depositó un beso en la mejilla del hombre.

—¿Qué tanto miras?— preguntó Gabriel, sonando muy meloso. —Deberías estar viéndome a mí.

—¿Estas celoso, querido?— preguntó el italiano, acariciando las manos del rubio con suavidad.

—Sí. Yo soy más hermoso que ese tonto amanecer.

El hombre soltó una risa para luego voltear y sostener la cintura de Gabriel, apretando al pequeño muchacho contra él.

—¿Por que no vamos a la cama?— sugirió Gabriel, dándole una caricia con la nariz al muchacho.

—Porque quiero disfrutar ésto. Ésta calma.

Gabriel tarareó con emoción. «

Los recuerdos de Gabriel eran tan conflictivos que casi deseaba deshacerse de ellos.

Suspiró.

La vida en la mafia era dura.

El pequeño del mafioso (BxB)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora