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Gabriel tenía las manos atadas.

No literalmente.

Vivía con Dante. Dormía con Dante. Planeaba grandes cosas con Dante. Salía con Dante.

Todo lo hacía con Dante.

Eso le dejaba poco o nada de tiempo para dedicarse a sí mismo y a analizar sus pensamientos. Cada vez que creía estar listo para finalmente aceptar la oscura nube de pensamientos en su cabeza, Dante aparecía. Se lo llevaba a algún lugar, dejando a Gabriel incapaz de adentrarse en su propia mente. Sentía que todo su ser estaba lentamente convirtiéndose en una parte de Dante. Cada día eran más unidos, todo gracias a la insistencia de Dante. Si fuera por Gabriel, habría al menos tres metros de separación entre ellos.

Dante era bueno. Gabriel creía amarlo, pero la verdad es que no estaba seguro. Cuando Dante apareció en su vida, Gabriel era poco más que una pequeña ave con las alas rotas. Gabriel fue dócil y manso en sus manos. Dante supo trabajarlo. Lo moldeó y formó hasta que el rubio no podía siquiera pensar en alejarse de su lado. Dante le dió todo lo que pidió.

Mientras Anthony le arrebató la vida que tenía sin dudar, Dante le ofreció una vida nueva sin ataduras a nada. Le dió la oportunidad, llegado el momento, de desaparecer del mundo tan oscuro que los rodeaba. Sin embargo Gabriel no lo hizo. Decidió quedarse. Decidió acompañar a Dante en la intrincada venganza que el mayor había estado planeando desde hace mucho tiempo. Decidió que arruinarle la vida a Anthony valía más que una vida en libertad.

Gabriel a veces pensaba en Anthony.

En los momentos feos y violentos que tuvieron. También en los momentos lindos, aunque éstos eran menos. A veces recordaba su boda. Solo que no sabía cuál, si la que tuvo con Anthony o aquella improvisada que tuvo con Dante. Las dos bodas se veían difusas en su mente. Siempre estaba él, de pie en el altar con un traje blanco que le quedaba a la perfección. Pero el novio a su lado cambiaba. A veces era Anthony. A veces era Dante. Dependía su estado de ánimo al momento.

Ahora, cinco meses habían pasado desde que la mansión Levianccy se hundió entre las cenizas.

La antes majestuosa e imponente familia Levianccy estaba reducida a unos cuantos hombres, sin apoyo ni lazos para ayudarlos. Eran pordioseros a los ojos de todos los demás. No había un hogar para ellos. Nadie los recibía por temor a las represalias de los Muziotty. Los Levianccy ahora eran simples rastros de lo que alguna vez fueron. La mayoría esperaba verlos muertos antes de que se cumpliera el año. Entre ellos estaba Gabriel.

Gabriel Piccignoni alguna vez fue como ellos, solo que él no sabía. No sabía que los Piccignoni alguna vez fueron tan magníficos cómo los Levianccy. Él no lo supo hasta estar casado con Anthony. Porque Anthony burlonamente le recordó todo lo que podría haber tenido si sus padres no hubieran muerto.

Gabriel tenía un plan para acabar con la confusión en sus sentimientos.

Quería matar a Anthony.

Y lo haría. Tan pronto tuviera el permiso de Dante.

Gabriel se levantó esa mañana con un propósito muy específico. Se duchó, vistió y bajó las escaleras con pasos alegres. Llegó a la cocina e ingirió un desayuno más dulce de lo que normalmente habría preferido. Estaba lleno de positivismo.

Esperó en silencio hasta que se hizo la hora. Recogió su daga familiar, empezando a caminar hacia la sala de reuniones de la familia. No tardó mucho en entrar, encontrando allí a los miembros de la familia Muziotty reunidos alrededor de una mesa. En las paredes colgaban muchas pantallas, desde las que se veían variadas imágenes y planos. Gabriel no dejó descansar su mirada en las pantallas. Se concentró en Dante.

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⏰ Última actualización: Feb 06, 2023 ⏰

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El pequeño del mafioso (BxB)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora