Las luces del restaurante eran tenues y azuladas. De fondo, camuflado entre la respiración entrecortada de Bruce y el choque de copas de cristal con botellas de vino, se escuchaba un piano. El cerebro de Courtney no podía evitar trabajar. Sin quererlo, distinguía cada nota, visualizaba las teclas y sentía el impulso de mover los dedos constantemente. Su padre, sin embargo, removía el aire caliente y angustioso resoplando una y otra vez.
- Papá, sal y fúmate un cigarro, por favor. - Dijo ella con los ojos a mitad de camino de ser blancos y la mandíbula al revés.
Su padre se negó a oler a tabaco cuando llegase Abigail, pues ella no era particular amiga de la nicotina. Eso descolocó de una extraña manera a Courtney, que sabía muy bien que cada vez que su padre estaba nervioso (o estresado, o ansioso, o contento, o inspirado, o desvelado...) encendía su mechero plateado y le otorgaba vida a un cigarrillo mientras se quitaba minutos de la suya.
-¿Sabes qué, Cece?
Bruce tamborileó con los cubiertos en la mesa. Desde que era un bebé la llamaba así, Cece, por sus iniciales -Courtney Curtis-. Después, cuando llegó el instituto, todos adoptaron ese apodo para ella. Entonces, dejó de ser encantador. Según ella, todo dejó de ser encantador desde que le salieron tetas. Por suerte, ya se había graduado y no tendría que volver a esa pesadilla diaria.
-Me siento muy orgulloso de ti. -Dijo sin mirarla con una voz ronca y tragando un pequeñísimo sorbo de whisky.
-¿Porque estoy hecha un adefesio en un restaurante de lujo y me estoy bebiendo una copa de vino con más líquido del que cabe en mi propio estómago?
-No, porque nunca me has fallado y estás aquí conmigo en un día importante para mi. Pero estás haciendo que me arrepienta de haberlo dicho, aprendiz de parca.
-No me hagas la pelota, viejo cretino. -Un par de mechones albinos se topaban con las pestañas de Courtney al hablar. Su sonrisa, siempre torcida y con un toque de malevolencia, le daban un toque adolescente a sus veintiún años de sabiduría.
-Un respeto, que aun no me han salido canas.
A Bruce le preocupaba cada cosa que hacía. No sabía lo que Abigail iba a pensar de su hija, ni de la peculiar forma en la que se trataban. No podía meterse en la cabeza que una mujer como ella se había fijado de verdad en alguien como él. Le parecía impensable, y a Courtney, sospechoso. Ella apenas se fiaba de sí misma, ¿cómo iba a hacerlo de alguien a quien no conocía y decía querer más que nadie a su padre? Primero, su padre no era fácil de querer y segundo, nadie querría a su padre más que ella.
Abigail y sus dos hijos entraron por la puerta principal. Bruce les saludó nervioso con la mano y se levantó arrastrando la silla. Su novia, adelantó a los niños e intentó no tropezarse con los infinitos tacones de aguja color champán, obteniendo gran éxito. La pequeña Ginger se colocó detrás de los tejanos de su hermano y se abrazó a una de sus rodillas, con vergüenza. Declan la envidiaba por poder mostrarse así, pero acarició su cabeza y le medio sonrió para tranquilizarla. Después de una serie de incómodos saludos, todos se sentaron en una mesa redonda, aguardando que alguno de los presentes rompiese el hielo.
ESTÁS LEYENDO
Melisma
RomanceDeclan comparaba la vida con el melisma en la música: nadie quiere estancarse en la misma nota. Es por eso que no decidimos ser un “Do” o un “Re”, sino que variamos a lo largo de nuestra existencia. Courtney se había empeñado en ser la nota más baja...