𝐓𝐇𝐄 𝐃𝐑𝐄𝐀𝐌𝐒 𝐀𝐍𝐃 𝐓𝐇𝐄 𝐏𝐄𝐀𝐂𝐄

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Risas y risas se escucharon como una suave melodía que resonaba por las paredes del gran salón de la biblioteca en el palacio de Sueño. Una suave risa, junto con una voz que era igual a escuchar unos coros de ángeles, tan melodiosos y dulces.
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Las grandes puertas de la biblioteca fueron abiertas de par en par, y con ello se dejó a relucir una imponente figura de vestimentas oscuras igual que la noche, aquel conocido como Sueño de Los Eternos. Sus pasos resonaban en el piso de mármol negro del castillo alertando al pequeño y escurridizo ángel, quién notó rápidamente a quien le correspondía ese caminar.
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Fue así que apresuradamente tomó el libro con el cual hace unos minutos se encontraba en un arranque de risas y se dirigió a los extensos y enormes anaqueles, los cuáles contenían cientos y cientos de libros que Crowley amaba devorar día con día en su estadía en la Ensoñación. Cerca de él se encontraba un hermoso cuervo con plumajes negros y blancos que negaba enternecido por la situación, siguiéndolo de cerca para no perderse nada del tan esperado espectáculo.
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Después de colocar el libro en su lugar correspondiente, Crowley entre risitas empezó a correr por los espaciosos pasillos del lugar, escondiéndose en su habitual lugar en espera de Morfeo, el único que lo conocía perfectamente como para saber su escondite. El cuervo, entró después de él para que así el ángel lo tomará entre sus brazos y ambos se acurrucaban ansiando el encuentro de la figura de vestimentas oscuras.
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Crowley cubrió sus labios cereza con su mano libre, tratando de evitar que una risada escapara de su boca y revelará su ubicación. Así que espero.
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Un minuto.
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Dos minutos.
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Tres minutos.
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Hasta que escuchó su nombre ser llamado una y otra vez.
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Crowley.
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Crowley.
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¡Crow...
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— ...ley! — vociferó aquella voz de manera autoritaria y demandante llevándolo de nuevo a la realidad, tan celoso y envidioso que deseaba poseer absolutamente todo de Crowley. Inclusive sus pensamientos. —Parecía que estabas soñando, pequeño Crowley. — continuó la charla con un tono de burla. — Aunque bueno, eso es imposible..— Finalizó su remate esperando alguna reacción casi animal de Crowley.
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Pero nuevamente, no obtuvo nada.
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Ambos seres celestiales se encontraba frente a frente en un extensa mesa de roble negro, algo perfecta para el pequeño ángel ya que le permitía descansar su nariz del intoxicante aroma de Lucifer. Crowley bajó su mirada dorada, observando con amargura el plato de diferentes carnes frente a él.
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Sí bien era cierto que los seres celestiales no necesitan de ninguna clase de alimento, Lucifer sabía que a Crowley le fascinaba practicar costumbres humanas.
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Pero no con él.
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Crowley giró su rostro en donde su mirada se encontró con su único medio de escape: los grandes ventanales del Dis, el castillo de Lucifer. Sus ojos dorados, con galaxias de antaño en su interior, solo pudieron mirar brevemente el lugar que le mantenía cautivo y sin poder evitarlo un suspiro melancólico. Había contado los segundos, los minutos, las horas, los meses y los años que había permanecido cautivo en la espera de una sola persona.
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Pero con cada aviso del tiempo en avanzar, su esperanza moría y su mente asesinaba a su corazón con los recuerdos del tiempo pasado.
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— Todavía no pareces entender, o tal vez. No quieres — dijo Lucifer. Esta vez no era una voz cantarina, ni burlesca, ni hostil. Crowley podía asegurar que era una voz casi gentil, una voz que parecía expresar preocupación por él, siendo así que finalmente después de milenios, Crowley alzó su mirada y observó los ojos celestinos de su hermano.
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Sus labios de color cerezas se abrieron y dejaron escapar un jadeante suspiro, aquel que expresaba lo que sus ojos gritabas por dentro. Estaba exhausto.
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— ¿Qué es lo que no deseo entender..? — el susurro de sus labios era igual que todo su rostro, poseía una belleza y una dulzura torturante e hipnótica, pero dentro de ella solo había dolor y agotamiento. Lucifer sonrió, lo infame es que no era una malévola o hipócrita.
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Era una sonrisa amable.
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— El amor es el que te tiene cautivo. ¿Cuándo entenderás que el amor solo te debilita, Crowley? Es tu mayor debili..— el discurso de Lucifer se vio interrumpido ante el fuerte estruendo de cientos de vasos y platos rompiéndose contra el suelo. El vulgarmente conocido como El Diablo miró el suelo, haciendo un recorrido con sus celestinos ojos hasta llegar al otro extremo de la mesa y encontrar a un errático Crowley.
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Su mirada dorada sin brillo, su piel antes de terciopelo, tan suave y delicada ahora era simplemente ópaca y porosa. El cuerpo de Crowley se mantenía sentado con sus pies descalzos y cuerpo desparramados en el desastroso suelo, rodeado de vasija tan rota igual que su mente. Lucifer, a pasos lentos y resonantes, se acercó a Crowley para después, de manera pausada ponerse de cuclillas frente a él.
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Lucifer se acercó hasta el oído de Crowley, y con un susurro lleno de crueldad inició su último golpe a lo que quedaba de La Palma de la Paz y la Justicia Divina: — Me amaste y se te fue arrebatado el cielo. Amaste a un humano y se te fueron arrebatadas tus alas y tu pureza. Amaste a ese Eterno y se te fueron arrebatadas tu esperanza y libertad. ¿Qué más quieres perder por amor?
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Los ojos celestinos de Lucifer analizaban con detenimiento cada una de las expresiones que podrían llegar a presentarse en el rostro del pequeño ángel. Con sus grandes manos tomó sin delicadeza el mentón de Crowley, obligándolo a mirarle a los ojos. — Has caído tanto por amor que ya es imposible caer más abajo.
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Esperaba un nuevo arrebato de Crowley.
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Un grito, tal vez.
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Las lagrimas, las ansiaba.
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Pero no hubo nada.
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A Crowley ya no le quedaba nada por perder.
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