Capítulo 17: ¿Cuántos secretos puedes guardar?

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No guardar detalles, contar todo tal cómo sucedió, sin justificación. Yo no podía hacer algo como eso, no podía hablar de lo que recordaba a pedazos.

La gente me trataría distinto después de escuchar, serían cuidadosos, me mirarían como nunca antes. No deseaba esa lástima, ni un trato distinto, ni siquiera la disculpa que jamás solicité.

Hipocondríaco.

Siempre fui un observador.

Cuando solía llamarme Thor en mi época de genio, me gustaba ocultarme en los pasillos para ver a qué cuartos entraban los miembros de mi familia. En el kínder prefería comer en el salón para observar a los niños jugar desde la comodidad del interior.

En secundaria debía observar cada detalle para prevenir el acoso; aunque lo presentía, no pude detenerlo.

Cuando entré a preparatoria me estuve a la defensiva por mucho tiempo, pensé que si me unía al comité disciplinario podía mantener las cosas bajo control. El bullying era algo que odiaba pues en mi familia varios habían sufrido acoso escolar; mis padres eran intolerantes a aquellos actos, y a pesar de eso lo cometí.

Los entiendo, el porqué mis padres me odiaron tanto.

Tal vez siempre fui un observador bastante insoportable.

Me odiaba por ser así.

Mi intuición decía que le gustaba a Estocolmo. También decía que él no hacía todo eso apropósito. Que a él yo le parecía alguien lindo. Pero jamás había sentido eso de alguien, preferí creer que era una mentira.

"No volveré a confiar en él", me dije, aunque no confiaba ni en mi propia sombra.

—Mierda —escupí, girando en mis talones al percibir el balanceo de la estatua.

Sabía que mis brazos no iban a sostenerla así que la apoyé en mi espalda. Mi respiración se volvió acelerada por la presión, como si me hubiesen sacado el aire. Me maldije por inventar excusas para no tomar la clase de educación física.

Me aplastaría, la maldita estatua de un académico. Pinche muerte patética para alguien con hipocondría, that's not my style.

—Dioses —mascullé, apretando con fuerza los párpados al sentir la estatua raspar mis manos por la presión ejercida. El frío hizo que mis palmas ardieran—. Escucharé a las señoras que tocan la puerta de mi casa por las mañanas.

"Busca de Dios", decían con sus carotas arrugadas. Daban rabia.

—Uh... —Farfullé algunos quejidos incomprensibles. Mis rodillas parecieron tronar como si fueran rocas siendo golpeadas por el agua.

Miré el reloj en mi muñeca, la cual se apoyaba de mis piernas. El guardia estaría dando su recorrido en cualquier momento, si no es que ya se encontraba en el edificio paralelo hacia el norte.

La presión contra los huesos de mi espalda me confundieron tras algunos minutos de intentar elevarla. Ya no sabía si buscaba impulsarla a su lugar o solo dejarla detrás de mí, ni el porqué me empeñaba en soportar aquel dolor, o el riesgo de dejarla caer y cargar con el daño de la misma.

Línea AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora