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PARIS
No me atreví a acercarme al piano en toda la mañana. Menudo vecino me había tocado, esperaba que ese mal humor tan terrible no fuese algo habitual en él o íbamos a tener un gran problema, porque yo necesitaba practicar todos los días, ensayar y componer, sin tener a un energúmeno furioso y medio desnudo echando mi puerta abajo. Ojalá hubiese podido mudarme a un barrio mejor, pero necesitaba estirar mis ahorros todo lo posible. Ya no tenía un trabajo fijo y tampoco a nadie que me ayudase a cumplir mi sueño; estaba solo y tenía que apañármelas solo.
Tendría que haberle plantado cara al odioso vecino, cada vez que lo recordaba me enfadaba más, pero los últimos meses con Kata me habían drenado toda la energía y estaba agotado de discutir. Desde que lo dejamos solo era un fantasma de mí mismo. Estaba triste y apático, había perdido el apetito y las ganas de todo. Solo me quedaba la música, éramos mi piano y yo contra el mundo.
Jamás entendería por qué Kata me había apoyado para dar un cambio radical a mi vida si tres meses después de empezar de cero y comenzar a vivir juntos iba a dejarme. Tres años de relación a distancia, recorriendo el mundo, cada uno dando sus conciertos en lugares diferentes, y en tres meses de convivencia se fue todo a la mierda. Aunque en realidad, sin yo saberlo, llevaba derrumbándose desde mucho antes. Tres en una relación eran multitud. Kata y yo y su amante. Si lo hubiera sabido... No, no habría actuado diferente, estaba cansado de mi vida, quería empezar de cero, pero ahorrarme un corazón roto de forma tan dolorosa habría sido de agradecer.
No estábamos en nuestro mejor momento, si es que alguna vez habíamos tenido uno, y Kata me dijo que había intentado darnos una última oportunidad. Pero no dejó a su amante mientras tanto, así que no sirvió para nada. Me mentía a mí y se mentía a sí misma; o solo se reía de mí, ya no lo sabía y tampoco importaba.
Tal vez tampoco habría elegido Madrid para empezar mi nueva vida, donde crear un hogar y componer mi propia música, si hubiera tenido más tiempo para decidirlo y lo hubiera hecho solo, siendo yo mi prioridad en vez de ella, pero ya que estaba aquí y mi corazón se había desperdigado hecho añicos, decidí quedarme, así que tuve que buscar piso nuevo con demasiada rapidez, uno que pudiera pagar sin ayuda de nadie más, pared con pared junto a otras personas. Y energúmenos. Algo a lo que no estaba acostumbrado.
Al día siguiente esperé hasta las doce de la mañana para empezar a tocar, no iba a darle ni un minuto más, estaba decidido. Y si mi vecino era un vago que dormía hasta la hora de comer, no era mi problema; que cambiase de hábitos, tenía derecho a tocar el piano cuanto quisiera. No volvería a dejar que me tratasen mal, ni Kata ni nadie, mucho menos un fastidioso vecino. Si volvía a aporrear mi puerta, no me amedrentaría (qué fácil era pensarlo cuando no lo tenía delante).
Por suerte, nadie volvió a molestarme mientras tocaba, y eso dejó a la luz un problema que llevaba arrastrando semanas.
Después de tantos cambios, ajetreos, mudanzas y altibajos emocionales, era incapaz de componer, estaba bloqueado. Aquello por lo que lo había abandonado todo también me había sido arrebatado, mi vida era un desastre. Me dediqué a ensayar y a tocar por puro placer, intentando mantener la calma hasta que me recuperase un poco y regresase la inspiración. Ya tenía algunas canciones medio hechas, esperándome en un cajón hasta que estuviera totalmente motivado para trabajarlas.
Mis días se confundían unos con otros. Aunque empecé a tocar más tarde, modificando mi rutina por cortesía, seguía levantándome a la misma hora, y el rato que tenía libre después de desayunar lo pasaba leyendo. Nunca había tenido mucho tiempo para dedicar a otras aficiones; ensayar y escuchar música ocupaban la mayor parte de mi vida. Cuando te dedicas a tocar la música de otros, los genios que te precedieron, tienes que estar a su altura; y es muy difícil mantenerse tocando el cielo con la punta de los dedos, no puedes descansar ni relajarte un segundo porque al más mínimo fallo te dan la espalda. Ya no necesitaba ser perfecto ni estar a la altura de nadie más que de mí mismo, y me permití relajarme. Aun así, tocaba mañana y tarde durante horas. También respetaba la hora de la siesta, previniendo cualquier posible queja. Y por las noches veía películas y series. Tenía listas infinitas de películas que ver y libros que leer, las había apuntado durante años y ya no quería apuntar más, quería empezar a tachar.
Quería empezar a vivir. Había tardado mucho tiempo en rebelarme y tomar las riendas de mi vida, pero todavía era joven, podía reinventarme, tenía veinticinco años y toda la vida por delante.
Y estaba solo. Mis padres no me apoyaban y mi novia me había dejado por otro. No empezaba mi nueva vida con muy buen pie.
«Paris, vas a destrozar tu vida y tu carrera, no me quedaré a tu lado para verlo», fue lo último que me dijo mi padre. Con mi madre hablaba a veces por teléfono y ella lloraba e intentaba hacerme regresar y entrar en razón, pero no podía dar marcha atrás. No quería.
Suspiré y me acurruqué en el sofá. Había dejado de prestar atención a la película; estaba cansado, ya la terminaría al día siguiente. Me fui a la cama, bostezando sonoramente por el camino.
Todos los muebles de la casa que había compartido con Kata se los había quedado ella, yo no los quería. No me importaba vivir en una casa medio vacía. El colchón nuevo estaba libre de recuerdos. Abrí la ventana para que entrase algo de fresco y me tumbé. Estaba quedándome dormido cuando lo escuché. Gemidos. Me puse la almohada encima de la cabeza y gruñí contra ella. ¿Él no podía escucharme tocar el piano por la mañana, pero yo sí tenía que escucharlo follar casi a la una de la madrugada? Al menos podían intentar hacer menos ruido, pero no, era un sinvergüenza, sin duda alguna. Ya le diría algo si me lo encontraba. Y si me atrevía.
«Por favor, que terminen rápido, que sea eyaculador precoz», pensé.
Tuve que levantarme para coger el móvil y los auriculares cuando una erección creció dentro de mi ropa interior. Maldije a mi vecino de todas las formas que sabía, y conocía los mejores insultos en varios idiomas; casi era una pena que no los usase nunca, con él cerca ya podría darles utilidad. Puse una lista variada de música clásica que acallase los gemidos, pero nada pudo sacarlos de mi mente. Los últimos meses con Kata no habían sido sexualmente espectaculares, eso ya lo hacía con otro, conmigo solo discutía. Me tumbé de lado, abrazando la almohada con fuerza para tener controladas las manos, bien lejos del peligro. Si me tocaba, jamás podría mirar a la cara a mi vecino si me lo encontraba... No, no. Manos fuera, los nocturnos de Chopin y respiración profunda. Conseguí quedarme dormido sin que se me bajase la dolorosa erección.
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La melodía del corazón
RomanceAquí podrás leer de forma gratuita los primeros capítulos de «La melodía del corazón», de Tamara Moral; una cercana historia de amor entre dos chicos cuya relación va evolucionando a la vez que se van descubriendo a sí mismos y aceptando lo que verd...