Capítulo 1

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Vegas del Guadiana. Siglo V a. C. 2 días antes de la fiesta de la cosecha.

Ese día de primavera no era especialmente cálido, pero tampoco hacía excesivo frío, en la cuenca del río Guadiana, cerca de lo que se conocería como Metellinum en época romana y Medellín en la actualidad, mas sus habitantes la llamaban Conisturgi. Gerión, el hijo del jefe del asentamiento, estaba preparando todo para conmemorar la fiesta en honor a la diosa Astarté, la cual les tenía que proveer de una cosecha extraordinaria si querían seguir viviendo en una zona tan bella y en apariencia próspera como aquella, en el templo dedicado a las deidades principales de su pueblo. Allí se encontró con el sacerdote Habdis, quien iba ataviado con una oscura túnica con dibujos estrellados que estaban bordados dibujando la constelación dedicada a la diosa. Era una persona de estatura que sobrepasaba la normal para aquellas gentes y que poseía una simpatía y carisma, que unido a que era un buen conversador y gozaba de grandes conocimientos, le hacían ser muy deseado tanto por los mandatarios como por las mujeres del poblado.

Al llegar, Gerión, que era algo más bajo que Habdis, aunque más fuerte, le saludó y seguidamente le preguntó sobre cómo iban los preparativos para el día de la Diosa.

—Buenos días, honorable Habdis —saludó Gerión.

—Buenos días, Gerión. ¿Qué le trae al hijo de Argantonio por aquí?

—Ver cómo se encuentran los preparativos para celebrar el día de la Diosa. Ya sabes que este año seré el encargado de realizar la ofrenda a Astarté, y quiero tenerlo todo bien controlado —respondió Gerión.

—No te preocupes, para el día de la ceremonia estará todo perfectamente terminado y controlado, como siempre. Además, solo queda pulir los últimos detalles y terminar de dar color y brillo a la nueva vasija que se utilizará en la ofrenda. Los ceramistas ya me han dicho que únicamente queda que se seque la última capa de pintura que se le ha dado al recipiente. Gerión, este año serás recordado tanto por tu ofrenda como por la belleza del recipiente que usarás para buscar el favor de la Diosa en la temporada de cosecha que se acerca.

—Ojalá —suspiró Gerión más nervioso de lo que dejaba entrever en su cara.

Después de esta conversación, que le ayudó a relajar su nerviosismo, Gerión se dirigió a la casa de su padre, el jefe Argantonio. Este estaba cumpliendo su segundo año de mandato después de que fuera elegido por la asamblea de los notables del poblado, la cual la formaban el cabeza de familia de cada una de las familias que vivían en la aldea, y que tenía validez por un periodo de tres años.

Una vez llegó a la propiedad de su progenitor, se dedicó a terminar de estudiar todo lo relativo a la ceremonia, y a preparar su alocución. La cual ya era conocida por todos los habitantes pues estaba establecida desde el principio de los tiempos, tenía que estar seguro de que no tendría ningún fallo. En caso contrario, sería visto como un mal presagio para el resto de la época de cosecha, la más importante del calendario para su pueblo.

Repasando mentalmente todos los posibles escenarios que se pudieran dar durante el día de la advocación de la diosa, Gerión escuchó la tonante voz de su padre, el cual acababa de llegar a la casa. Argantonio, que estaba en una edad comprendida entre los 35 y 45 años, aunque no representaba más de 30 primaveras, era un hombre corpulento que había forjado su musculatura tanto en el trabajo en el agro como en las pocas batallas que habían tenido que afrontar contra los pueblos vecinos para asentar su territorio. Mas a pesar de esa musculatura, no era demasiado alto, es más su hijo le aventajaba en más de una cabeza a sus escasos 12 años. Esta era la edad aceptada en la que los niños pasaban a formar parte, de manera legal, de la población adulta.

En cuanto tuvo constancia de que su padre estaba en casa, Gerión voló a reunirse con él para expresarle sus dudas y cuitas, y de esta manera poder obtener los sabios consejos de su progenitor. Así, cuando Argantonio supo de sus vacilaciones y pesares, empezó a relatarle cómo él realizó este paso tan importante:

—No te preocupes hijo —le contestó Argantonio con una sonrisa en la boca. —Es normal que estés nervioso y tengas dudas respecto a la ceremonia. En mi caso, tu abuelo me tuvo que dar a tomar varias copas de hierbas relajantes para que pudiera realizar la petición a Astarté sin que me temblase la voz, ni el cuerpo. Todavía me acuerdo cómo creía que el corazón se me iba a salir del pecho de tan rápido como me latía. Parecía que tuviera un tambor de guerra dentro de mí, y no solamente por el ritmo de mi corazón, sino también por los golpes que sentía en mis sienes. Pero una vez empecé a recitar el juramento, todo se calmó a mí alrededor y en mi memoria la guardo como la mejor Fiesta de la Cosecha que nunca haya presenciado. Se comió y se bebió hasta altas horas de la noche, y esa estación, la Diosa nos benefició con grandes cultivos de cereal que propició que tuviéramos un año muy ventajoso en el comercio con nuestras poblaciones aliadas, llegando incluso hasta cerca del río Betis nuestros productos.

—Ya sé padre que no debería estar nervioso porque tengo más que memorizado el juramento, sin embargo, no puedo dejar de tener una especie de presentimiento de que algo malo va a pasar durante la ceremonia. Aunque tanto usted como Habdis, el sacerdote, me han intentado tranquilizar, no soy capaz de dejar de pensar en que algo funesto ocurrirá mientras esté recitando mi juramento. Tengo la premonición de que algo va a ocurrir con la vasija donde se le ofrenda los primeros granos a la Diosa—le terminó confesando Gerión a su padre el mayor de sus miedos respecto a la ceremonia que tendría lugar en un par de días, después de que los primeros granos se recolectaran.

Tras esta confesión, Gerión volvió a sus quehaceres diarios, ultimando todo lo relativo a su parte en el rito al que pronto iba a hacer frente.

Una vez terminó de repasar su alocución, Gerión marchó a las cocinas para ver que tal llevaban su madre y su tía la comida, pues estaba hambriento. Cuando estuvo cerca del fuego, le llegó el olor a la carne de jabalí asado junto a unas gachas de trigo, que le provocó que su hambriento estómago rugiera como si fuera un animal salvaje.

Sin embargo, antes de que llegara la hora de comer, Gerión tenía que realizar otras tareas más mundanas, referidas a su educación como soldado. Todos los jóvenes de su poblado tenían que saber luchar tanto cuerpo a cuerpo con sus manos desnudas, como con armas, donde destacaba el uso de la falcata, una especie de espada de hoja curvada. Amén de practicar el tiro con su honda, no ya tanto como parte del entrenamiento militar, sino para afianzar sus habilidades de cazador, las cuales también debería ir mejorando para poder terminar de completar la parte menos regia del paso a la adultez sin riesgo para su vida. Esta prueba de virilidad consistía en pasar varios días y noches en soledad en la campiña, en la cual el niño tendría que demostrar su valor cazando un gran animal salvaje, como podrían ser por ejemplo jabalíes, lobos, venados, etc. Y para ello era preciso que demostrara mediante la entrega de la cabeza del animal su valor. En caso de no superarla, sería considerado como una mujer y relegado al cuidado de las mujeres y niños, una vez perdidos sus atributos masculinos.

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⏰ Última actualización: Sep 08, 2022 ⏰

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