XII: El Comienzo.

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"Él te quiere a ti."

Esas fueron las palabras estancadas en la mente de Minho desde que fueron pronunciadas por el médico que llevaría a cabo la sesión. El se sentía en el limbo, sumergido y a la vez sostenido entre la bruma. Observó a su hermano mayor quien hablaba con el médico acerca de los riesgos y como se llevaría a cabo el procedimiento.

Sería sumido en un trance que le permitía recuperar fragmentos de las memorias almacenadas en su alma, aquellas que estaban allí mucho antes de su nacimiento. Debido a que el lugar era en efecto un consultorio clínico, no debían preocuparse con respecto a la salud corporal de Minho ya que contaba con profesionales en el área que intercederían en caso de emergencia.

Para comenzar, Minho cerro sus ojos y abandonó el cuerpo a la serenidad absoluta. Al principio fue difícil el imaginar solo estática en su mente, al igual que la interferencia en una televisión. Seguía los pasos que le indicaba aquél hombre, cada uno de ellos pensado para dejar a Minho a solas consigo mismo, para que él mismo se diera la oportunidad de ver aquello tan oculto pero a la misma vez tan suyo.

Un ascensor subiendo de piso pero sin detenerse en ninguno.

Con cada minuto que pasaba el semblante de Minho se relajaba, como en un tranquilo y profundo sueño. Respiró hondo cuando su cuerpo cosquilleo y dejo de responderle; lo le dio pánico, no se asusto, solo sintió tranquilo, en paz, como hace meses no sucedía incluso antes de la llegada de Felix.

Quería quedarse así un poco más.

Solo un poco más...

No espero sentir un golpe en la cabeza, justo como cuando uno cae por accidente y se golpea el costado con el suave césped del jardín en una tarde de verano.

Pero Minho no se movió de la camilla.

El no estaba en ningún jardín.

¿o sí?

Poco a poco, la oscuridad en la que estaba sumido se vio interrumpida por un foco de luz potente justo frente a su rostro, como si una bombilla hubiese sido encendida de repente. Debido a la molestia ocasionada, Minho movió los brazos para llevar las manos hacia su rostro y tapar sus ojos, no espero que su movilidad estuviera intacta, pero sucedió.

Al anotar que recuperó el control de su cuerpo, se sentó en lo que creyó era la camilla del consultorio pero lo que percibió fue una leve picazón en sus muslos; no estaba en la camilla.

Abrió los ojos con un poco de molestia, no de chiste se hallaba en aquella habitación blanca y celeste, solo con un médico excéntrico y su hermano preocupado.

Estaba en el bosque.

El más hermosos bosque que vio en toda su vida. Se hallaba en un lugar bonito en el centro de un claro que resultaba la belleza de las flores silvestre y los tenues rayos de sol. Se puso de pie con las piernas temblorosas, estaba asustado pero también curioso. Aquél sentimiento en su pecho podría asimilar al mismo que siente un niño entusiasta al subir a la atracción más extrema en el parque de diversiones.

¿Minhyuk? — llamo en voz baja, justo como haría si su hermano estuviese a su lado; pero allí estaba solo.

Mingo quiso llamar una vez más pero al separar los labios para articular la palabra, reparó que no conocía a nadie con ese nombre. Tenía la sensación de estar allí por una razón en específico, pero no podía rememorar con exactitud.

Se puso de pie y se sacudió los pantalones con ambas manos percatándose de lo que traía puesto; pantalones café holgados, una camisa blanca algo sucia que le quedaba un tanto grande y zapatos desgastados ¿Por qué así? Trató de hallar las respuesta pero pronto olvido que se hizo esa pregunta.

El Amante del Diablo | Minlix |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora