XVI: Augurio.

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Felix había estado vomitando desde la última hora, no creyó que algún día fuese capaz de borrar aquellas imágenes de su mente, las lágrimas le caían por las mejillas y sus labios temblaban.

Él no se había dado cuenta pero desde la distancia su madre lo observaba con una mano en el pecho, angustiado pensó que el corazón se le saldría del pecho.

Nunca se imaginó que su único hijo pasara por toda esa situación. Tampoco su padre quien ahora estaba encerrado en el granero, Felix y su madre pensaba que hacía limpieza matutina pero no, estaba sentado con ambas manos en el rostro mientras sollozaba. El padre de Felix podría mostrarse duro con él, con la imagen del típico hombre cabecilla del hogar que se esperaba de él pero su pequeña familia era la luz de sus ojos.

Felix cayó sobre sus rodillas, sin levantar la mirada o moverse. Sentía como su garganta picaba, las lágrimas fluían con libre albedrío pues él no se molestaba en limpiarlas. Sumergido en su mente se preguntaba si su cordura seguía intacto.

No fue hasta media hora después que advirtió la presencia de alguien más cerca de él, con ver los zapatos de tacón ya gastados fue capaz de distinguir a su progenitora. Felix quiso levantarse pero terminó vomitando en su lugar, entre sollozos se pasó el dorso de la mano por los labios dejando un rastro de tierra en sus mejillas.

— ¿Por qué? ¿Por qué me llevaste a ver eso? — su voz inestable dificultaba el entendimiento. Cerró los ojos mas no tardó en abrirlos por las horrendas imágenes que vinieron de su mente.

— El mundo es peligroso cuando personas egoístas tienen el control, cuando creen que solo ellos tienen razón y derecho a regir como viven los demás; es el mundo en el que vivimos ahora. — la mujer ya entrada en sus treinta y tantos años se acuclilló frente a su hijo, lo tomó de la barbilla e hizo que la mirada.

Un gran dolor atravesó su pecho viendo el miedo, angustia y desasosiego en sus ojos.

 No somos tontos, Felix. Tú padre y yo sabemos que cada tarde después de terminar tus tareas te encuentras con ese chico rico de la familia Lee. Debes tener cuidado, Felix. No sé lo que haces con él y creerme que no quiero saber, solo recuerda que a gente como ellos les da igual la gente como nosotros, creen que por tener dinero son más importantes. No dudarán en hacer daño a otro para salvar su propio pellejo.

Felix sabía que su madre solo estaba preocupada por él, pero no pudo evitar una corriente de rabia que le recorrió el cuerpo; ella no conocía a Minho, ella no podía hablar de él a la ligera como si lo conociese toda la vida, no era justo.

— Solo cállate, solo cállate. — repitió entre sollozos, no quería escuchar más ni tampoco que esas grotescas imágenes volviesen a su mente, torturándolo y advirtiéndolo.

Su madre le tomó del rostro obligándolo a mirarla, vio tristeza y preocupación en sus ojos.

— El mundo es cruel, Felixie.  empezó a decir, repartiendo caricias nerviosas en su rostro. — No quiero que lo aprendas a la mala, no quiero que termines como él. Entiende que muchas veces lo que queremos no está en nuestro destino, por más que lo intentes simplemente no es para ti y eso no está mal; llegará lo adecuado.

Su voz sonó desganada, trataba de contener el sollozos que amenazan con interrumpir su diálogo. Felix se limitó a mirarla en silencio.

No quería pensar en nada.

En la mañana de ese día Felix y su familia fueron a la iglesia como todos los días de misa, ese día en específico tuvieron lugar una serie de eventos que la familia Lee nunca imaginó.

Cuando la misa habitual terminó se escucharon gritos, golpes y sollozos a las puertas del templo que se abrieron con violencia revelando a un chico o muy mayor que Felix siendo arrastrado por fieles que lo obligaban a caminar o sencillamente lo arrastraban hasta dejarlo al pie de las escaleras, justo a los pies del sacerdote.

El Amante del Diablo | Minlix |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora