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Al igual que como hacía todos los días, me encuentro caminando de casa en casa, siendo corrido de otras, insultado, ignorado pero bajo la gracia del señor.

Llevar la palabra de nuestro señor hacia todo lugar en donde no se conociese, era mi deber y propósito. Pero ya estaba acostumbrado a recibir todo tipo de trato de quienes tenían una mala imagen de nosotros.

Una vez, creo que fue la peor de todas, me dijeron que Satanás vivía en esa casa y que solo lo adoraban a él, hasta me mostraron su altar y todo lo demás. O la vez en la que llamaron a la policía por acoso. O cuando me tiraron agua con una manguera porque ellos estaban hartos de todos nosotros.
Podría estar todo el día recordando estos casos...

El punto es que no podía quebrantarme, porque era obligación en la iglesia. En sí mi padre me obligaba a ir, por lo que no podía escapar de mis responsabilidades.

Ya quedaba poco para que pudiera ser libre, ya que estaban por ser las siete y solo me quedaba una última casa.
Nunca había ido a esta y roguemos a Dios porque sea alguien amable y que me escuche.

Suspiré largando el aire que había contenido en todo el día y toqué el timbre de la casa.
Presionaba con cierta fuerza los libros y folletos que tenía en la mano y acomodé mi flequillo prolijamente.

Cuando sentí la puerta abrirse, me incliné a modo de respeto y lo saludé.

—Buenas tardes, ¿tiene un momento para...? —Me detuve.

Al levantar la vista nuevamente, ante mí había un moreno de cuerpo envidiable, sin camisa y con una mirada un tanto peculiar. Llevaba unos pantalones negros y ajustados a su anatomía y el cabello algo revoltoso, como si acabase de despertarlo de la siesta.

—L-la pa-palabra del señor... —desvié mi mirada hacia un costado y así evitar el pecado de su desnudez.

—No, gracias —lo oí con intenciones de cerrar la puerta, pero inmediatamente di un paso hacia delante y le entregué un folleto que rezaba: "¿Usted ya encomendó su vida a Dios?". El chico lo tomó de mala gana sin siquiera mirarlo.

—Por favor, un momento —insistí—, ¿profesa usted alguna religión?

Noté su mirada en mi pecho por un largo momento, mientras aguardaba por una respuesta. Pero me percaté de que su mirada era un poco... ¿Oscura?
Miré hacia la dirección en la que sus ojos se posaban y me di cuenta de que traía los tres botones de arriba desprendidos, dejando a la vista un poco de mi piel.

Abrí mis ojos sorprendido por su falta de respeto y me acomodé la camisa tras un carraspeo por mi parte.

Esto iba a ser peor de lo que esperaba.

—Yo... —murmuró devolviendo su vista a mis ojos— me interesa tu religión.

Levanté una de mis cejas algo incrédulo, pero luego me dije a mi mismo de que no debía hacerme ideas raras, después de todo, era la tercera persona que optaba por escucharme.

—Bueno, señor —sonreí—, ¿cuál es su nombre?

—Jongin.

—Jongin, entonces. Soy Kyungsoo. Le aseguro que a partir de hoy, su vida va a cambiar.

—Ya lo creo...

Tragué saliva, borrando la sonrisa de mis labios. De alguna forma, me sentía un poco incómodo.

—En ese folleto que le dejé, le explicamos las reglas de nuestra religión. Son límites en realidad. ¡Aunque no se asuste! Todos necesitamos límites en la vida. Recuerde el proverbio: "Todo me es permitido, más no todo me conviene", por lo que si decide seguir por el camino del bien, es importante atenuarse a estos límites. Después de todo "en los negocios del padre nos conviene estar".

Me miró sin expresión en su cara y fijó la vista al folleto que traía en mano.
Moví mis manos nervioso al no obtener respuesta y tuve que morder mi labio inferior, pensando en qué podía decir par llamar su atención.

—¿Me explicas las "reglas"? —Preguntó dando un vistazo rápido a lo que hice con mi labio. Por lo que me arrepentí luego.

—Bueno... ¿Usted tiene novia?

—¿Novia? ¿Por qué no novio?

Me detuve en seco. Debía calmarme o parecía al borde de un ataque.

—Joven, no puede tener novio —expliqué algo avergonzado por su pregunta—. Los hombres están con las mujeres. Mujer y varón.

—Estás siendo discriminativo entonces —hizo ademán de querer entregarme el folleto nuevamente, pero no se lo recibí—. Hay muchas personas en el mundo que son homosexuales.

—P-pero... Usted debería saber eso.

—No tengo novio. ¿Pero qué harías si te cruzas con alguien que sí?

—Yo... No lo sé. Nunca me pasó... De todas formas, si tiene novia entonces le explico: ¿sabe que debe mantenerse casto hasta el matrimonio? Eso es muy importante.

—No lo soy —seguía sin mostrar expresión alguna—. ¿Tú lo eres?

Uy, cómo me jodía la gente que me cuestionaba porque yo lo hacía.

Lo peor de todo es que no, no lo era. Pero no le iba a decir eso ni por asomo.

—Por supuesto que sí —aseguré—. Debo esperar a la mujer que me acompañará el resto de mi vida. Porque cuando usted se compromete en un noviazgo, se compromete a en un futuro casarse con esa persona. Por eso es importante la fidelidad y la seriedad en un noviazgo.

—Qué aburrido.

—No es aburrido —fruncí el ceño—. Es una muestra de amor inmensa.

—¿Por qué hablas como si ni tú te creyeras todo lo que dices? Pareces una máquina.

Ya está, estaba decidido a irme. No iba a aguantar más sus burlas. Le diría a mi padre que conseguí dos personas nada más y ya.

—¿Quiere entregar su corazón? —Pregunté con un ápice de esperanza a que se compadeciera.

—¿Qué si te lo entrego a ti?

Por unos segundos detuve mi respiración mirándolo fijamente en esos irises marrones que me restaban con cada minuto que pasara. No decir que mi pecho se había enloquecido un poco por aquellas palabras, era una mentira vil. ¿Estaba coqueteando conmigo?

—¿Quiere rezar conmigo por su nuevo camino? —Pregunté rogando cambiar de tema.

—Reza en mis labios.

Me quedé inmóvil en el momento en el que atrapó mi boca con sus suaves labios, besándome maravillosamente.

Oh, sí. Reconocía los buenos besos y este era uno de esos... De los que me enmudecian y daban de qué pensar en todo el día. Joder, que seguro no dormiría esta noche.

Quería alejarme, pero una fuerza invisible me lo impedía de gran manera. Gracias a Dios que él se apartó segundos después.

Su mirada quemaba sobre la mía y no pude evitar lamer mis labios por donde su lengua había pasado. Este siguió el movimiento con detenimiento y frenó en mis ojos nuevamente.

—Y-yo... —balbuceé intentado recomponerme después de ese beso— que el Señor lo bendiga.

Dicho esto, me escabullí casi corriendo de la entrada de su casa, pero si voz me detuvo a medio andar.

—Regresa mañana... De verdad quiero convertirme.

No dije nada más y seguí mi camino, teniendo en mente esa estúpida sonrisa que se dibujo en su rostro al darme la vuelta.

Estaba cometiendo un gran error...

No Me Dejes Caer En Tentación / KaiSooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora