El Lago de los Cisnes

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Los primeros rayos de sol empezaron a colarse por la ventana abierta y Wanda supo que era hora de abandonar la cálida comodidad de su cama.

Siempre había sido una persona madrugadora, a diferencia de su hermano gemelo Pietro que prefería estar activo durante las horas de la tarde. Los padres de Wanda solían decir que esto había facilitado para ellos la crianza de sus hijos, pues únicamente tenían que preocuparse por un gemelo mientras que el otro dormía tranquilamente; no había sido un trabajo arduo y extenuante como sus otros familiares y amigos habían advertido durante el embarazo. Ahora, con veintiocho año de edad recién cumplidos el día anterior, Pietro trabajaba como vigilante de un museo de arte durante la noche mientras que Wanda impartía clases de piano desde las ocho de la mañana hasta el mediodía.

Esa mañana, sin embargo, desperezarse para salir de la cama le resultó algo complicado e incluso un poco doloroso; sus miembros protestaron más de la cuenta y en su cabeza un dolor abrumador amenazaba con hacer de su día una completa pesadilla si se atrevía a levantarse.

Sabía que era una mala idea acceder a celebrar su cumpleaños con Pietro durante un día de semana, a conciencia de que el día siguiente tendría que presentarse a su trabajo a la hora habitual... pero en ningún momento imaginó que la represalia sería tan terrible si las cosas se salían un poco de control. Y vaya si se habían salido de control.

Gruñó con un último y exitoso esfuerzo para erguirse en la cama, y se arrepintió al instante tras sentir una punzada de dolor en la garganta. No recordaba detalle a detalle la noche anterior, pero era seguro que había estado gritando hasta más no poder. Ahora probablemente sería incapaz de hablar sin sentir como si alguien clavase un millón de agujas en su garganta. También los músculos de sus piernas, brazos y abdomen dolían, pero en ese caso le daba la impresión de haber estado ejercitándose más allá de su límite el día antes; ¡Y ni hablar de sus pies! La siguiente ocasión que Pietro intentara convencerla de hacer algo parecido, lo echaría a patadas de donde se encuentren en ese momento.

Mientras salía de su habitación para dirigirse hacia el baño pensó que tal vez le hacía falta ejercitar un poco su cuerpo. De haber contado con una mejor condición física, las probabilidades de haber despertado tan adolorida habrían disminuido bastante. Quizás. Incluso consideró, al tiempo que se desprendía del pijama, visitar el gimnasio ubicado a unas pocas cuadras del edificio donde trabajaba para buscar un poco de esa motivación que le hacía falta para tomar una decisión al respecto. Al final permitió que la idea se deslizase por el desagüe una vez que estuvo en la ducha, sintiendo el agua fría acariciar gentilmente su cuerpo. Nunca antes se había sentido en la necesidad de hacer ejercicios, ya fuese por un motivo u otro; no le hacía ilusión la cantidad de esfuerzo que aquella actividad física requería.

Realizó la misma rutina que había adoptado desde su regreso al pueblo, con la única distinción de que esta mañana sus movimientos eran mucho más lentos y torpes de lo habitual gracias a la resaca. Una vez más se recordó que no debía volver a aceptar invitaciones de ese tipo por parte de su hermano; Pietro sacaba su lado más salvaje cuando estaba festejando, pero él poseía la alta tolerancia al alcohol que a Wanda le faltaba y era precisamente por esa razón que la gemela menor siempre lo pasaba mal después de salir con el mayor. Era tan injusto.

Para su sorpresa, Wanda alcanzó a llegar con un par de minutos de sobra al edificio que funcionaba como sede de la Orquesta Sinfónica del pueblo de Sokovia. Usualmente disfrutaba ir caminando desde su modesto apartamento hasta el trabajo pero, debido al estado en el que se encontraba ese día, optó por sacar el auto a dar una vuelta. Le había dado muy poco uso en los últimos meses pues no solía dejar el apartamento a menos que fuese algo necesario, y cuando salía, optaba por caminar o era Pietro quien la buscaba.

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⏰ Última actualización: Sep 15, 2022 ⏰

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