Por una rosa

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Belle Fleury llegó al encuentro de su padre —quien había vuelto a su pueblo natal para envejecer en él—, tras haber pasado varios meses en la ciudad maquinando planes junto a los revolucionarios. A ella le habría encantado decir que llegaba al pueblo para descansar del desorden que dominaba la capital del reino, pero sus intenciones no eran tan pacíficas. La rebelión no había tocado aún al pueblo donde ahora vivía su padre, y ella se había propuesto llevar las ideas revolucionarias hasta ese lugar para acrecentar la fuerza de su noble movimiento. Sus aliados de la ciudad, apoyando la iniciativa de Belle, le encomendaron acabar con la vida de Adrien Théodore Baudelaire, el tirano que gobernaba el pueblo, y convencer a su gente de unirse a la rebelión.

Tan pronto como llegó al pueblo, Belle se ganó los favores de quienes conocían a su padre. Todos la adoraban. Los niños se acercaban a ella como abejas a la miel; los ancianos le tenían profunda devoción; un insoportable cazador, que había llegado al pueblo casi al mismo tiempo que ella, le coqueteaba descaradamente. De voz de todos los que confiaban en ella, Belle pronto supo que el pueblo vivía atemorizado por el poder de Baudelaire. Nada más útil para sus planes, pues así cazar a la Bestia no causaría escándalo entre la gente. Solo necesitaba adentrarse en su palacio.

Aquello, empero, sería lo más difícil.


¡La he encontrado! —celebró Laurent apenas entró al palacio de la Bestia, hablando de la joven que lo ignoraba en el pueblo—. Es hermosa y noble; seguro romperá el hechizo. Además, es el momento perfecto: su padre está de viaje y ella se encuentra sola. Solo necesitamos pensar en cómo podemos traerla aquí.

Las palabras del muchacho resonaron en el palacio vacío. Laurent se preocupó al no hallar a la Bestia esperándole en la entrada, ni a los esclavos en sus puestos. Sin embargo, un murmullo proveniente de la torre de los prisioneros lo sosegó. Al subir hasta la parte más alta del palacio, el actor halló a la Bestia cerrando la puerta de una última celda. Baudelaire continuamente sucumbía a la desesperación que le causaba su hechizo y armaba camorra en el palacio, por lo que a Laurent no le impresionó que hubiese encerrado gente en lo más alto de la torre; sin preguntar, volvió a hablar sobre la doncella

—Luego nos encargamos de eso —dijo la Bestia con indiferencia—. Justo ahora, me ocupa más mi nuevo prisionero. ¡Pasó anoche por el palacio, y cortó una rosa de nuestro jardín!

—¿Lo condenarás de por vida por una rosa?

—Tú habrías hecho lo mismo.

Laurent calló. Se acercó a la puerta de la celda y se asomó para ver al prisionero, que no paraba de sollozar. ¡Cuán grande habrá sido su sorpresa cuando vio dentro al señor Fleury! El padre de Belle, durante su viaje, había caído en manos de la Bestia.

El joven, procurando que el prisionero no escuchara, le explicó todo a su amado, sin poder creer en su suerte. Con el señor Fleury en sus manos, decía, atraer a Belle iba a ser de lo más sencillo.

De pronto, mientras Laurent trazaba planes en voz baja, desde abajo se escuchó el estruendo de la puerta del palacio.


Belle no pudo haber tenido mejor oportunidad que la de aquella tarde. El caballo de su padre había llegado a casa terriblemente alterado y sin jinete; al montarlo, el corcel la llevó raudo hasta el palacio de la Bestia, dándole a entender lo que había sucedido. Ella sonrió para sí misma. Se sentía culpable, sí, por festejar la desgracia de un ser querido, pero no era para menos. Ahora podría entrar a la morada de su presa.

La doncella halló a su padre gracias al eco de sus lamentos. Sin embargo, cuando llegó al final de la escalera que conducía al punto más alto del palacio, se topó con una bestia horrenda que la doblaba en tamaño. Su corazón se perdió de un latido. Belle jamás imaginó que la Bestia fuera un monstruo también por fuera.

Rosas de JaspeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora