uno

2.4K 236 70
                                    

Seonghwa

Necesitaba esto. 

Estaba quemado, estresado, exhausto...

Mi mente no era mejor que el puré. Me había roto el culo para cerrar mi último trato, y a las seis y veinticinco de la tarde del viernes, salí de mi oficina entusiasmado porque iba a disfrutar mis muy necesarias vacaciones. 

Doce días de sol, surf, natación y mucho sexo. 

Saqué el teléfono con la intención de llamar a Mingi, pero sonó en mi mano. El nombre de mi jefe apareció en la pantalla. Nam Joohyuk. Ni siquiera estaba fuera del maldito edificio. Apreté los dientes y le di a contestar. 

—Ha llamado al contestador de Park Seonghwa. Por favor, deja tu mensaje. 

—Buen intento, Park. 

Puse los ojos en blanco, pero dejé de caminar. Si necesitara verme, sólo tendría que dar la vuelta y volver. Y, por mucho que lo odiara, ambos sabíamos que lo haría. 

—Director Nam. ¿Qué puedo hacer por ti? 

—¿Firmada la cuenta de Goodridge? 

—Por supuesto que sí. 

—¿Y las preliminares de Washington? 

—El contrato es legal. Yo mismo se lo entregué a Browning. 

—Hmm... —fue su única respuesta—. Y asumo que tu informe mensual completo está en mi escritorio. 

Un informe de un mes completo por la mitad del cual yo no estaría allí. 

—Por supuesto que lo está. 

Había una razón por la que era uno de los mejores analistas senior de finanzas corporativas en Seúl. Tan bueno, de hecho, que cuando los cazatalentos de Sidney y Singapur trataron de alejarme, mi jefe me ofreció una oferta increíblemente lucrativa para quedarme. 

Me quedé, que es por lo que ahora es mi dueño. Así que cuando llama, respondo. Cuando me pide algo, lo hago. No tenía dudas de que sabía que el informe se había presentado antes de que lo pidiera. Nam juega pequeños juegos ególatras como ese. 

—¿A qué hora te vas mañana? 

Realmente me preguntaba hasta qué hora podía llamarme. Aflojé mi mandíbula y puse una sonrisa en mi cara, a pesar de que él no podía verla. 

—Mi vuelo sale a las seis y media mañana por la mañana. 

Miré mi reloj. Doce horas. 

—¿Y no estarás localizable? —preguntó. Otra vez. 

—No. No hay servicio telefónico ni hay internet —eso no era técnicamente cierto. Tendría un acceso limitado, pero él no lo sabía—. Habrá un teléfono por satélite para emergencias. Puedo conseguirte el número si lo necesitas. 

—Hmm, no. Eso no será necesario —añadió rotundamente. Sólo me ofrecí porque sabía muy bien que no querría llamar a un teléfono por satélite para lo que sin duda era una pregunta simple—. Bueno, entonces... 

—Está bien, te veré el veintisiete. 

—Correcto. Sí. Supongo que debería desearte unas buenas vacaciones. 

Casi me río de su compasión. 

—Gracias. 

—Vuelve bien descansado. 

Eso sonó casi como una amenaza. 

—Ese es el plan. 

Murmuró algo que sonó como un adiós, y la línea se cortó. 

PTCR | honghwaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora