La castaña de ojos claros yacía triste en esa parada de autobús mientras sostenía un cigarro humeante entre sus dedos casi por consumirse y lagrimas brillantes caían por sus ojos manchando sus mejillas enrojecidas por el frío. Era una noche profunda de esas en las que no puedes ver más allá de tu propia sombra, los faroles mínimamente alumbran las calles y el viento corría de una esquina a otra agitando su largo cabello amenazando con despeinarlo. Su maquillaje se mantenía intacto por suerte y agradecía internamente por haberlo dejado sencillo porque de no ser así, en ese precioso instante sería un desastre por el que nadie querría pagar.
Su falda también revoloteaba dejando ver sus medias de encaje de color negras pero poco le importaba, estaba totalmente sumergida en sus pensamientos y en como le gustaría salir de ese agujero para llevar una vida digna y no estar llorando allí esperando a algún idiota con dinero. Tenía frío, pero no lo suficiente como para irse de una vez por todas, le gustaba respirar el aire fresco de la noche y disfrutar esa paz que se formaba al rededor de la madrugada en las calles, paz que se esfumaba cuando un auto con las luces altas apareció en su campo de visión haciendo resonar el ruido del motor alejando su tristeza como si de humo se tratara, sin dejar espacio en su mente para pensar por qué estaba llorando.
Tuvo que cerrar sus ojos para evitar quedar cegada por unos segundos mientras botaba el humo de su cigarro y le daba un pequeño toque para tirar las cenizas que se desprendían de el a el suelo, y luego de que el auto estacionó frente a ella fue que pudo verlo con claridad a través de sus lagrimas y ojos vidriosos. Era un auto lujoso, como los que casi siempre la llevaban y traían, así que se quedó mirando al conductor en espera de alguna seña.
—¿Quieres venir? —Consultó el hombre de traje, era mayor pero no lo suficiente como para dar asco, tenía el cabello largo y oscuro rozando sus orejas, un reloj caro y ojos llamativos de color casi verdes, así que no lo dudo ni un segundo para apagar su cigarro contra el asiento de madera en el que estaba sentada, limpiar las húmedas lagrimas de sus mejillas y caminar hacía la puerta del auto negro esbozando una sonrisa solo con sus comisuras.
Se apoyó en el marco de la ventana para fijar su vista en la de el con una pequeña expresión coqueta, intentando ocultar sus tristes ojos que pedían comprensión.
—¿Puedes pagar por mi? —Preguntó crédula, como si no fuera lo suficientemente obvio.
El rio de forma divertida desviando su vista y quitó el seguro de la puerta.
—Solo sube.
Ann tomó su cartera para abrir la puerta y sentarse en el asiento del copiloto, juntando sus piernas con nerviosismo, tenía miedo de que su llanto la hiciera ver menos atractiva y no le pagaran lo prometido como había pasado un par de veces que la habían encontrado llorando haciendo chistes o bromas al respecto.
—¿Que edad tienes? —Soltó el hombre manteniendo la vista fija en el frente, con una mano en el volante y la otra sobre su pierna moviendo los dedos sobre esta.
—Soy mayor de edad, si eso te preocupa. —Le respondió con una sonrisa acariciando sus piernas sobre la tela de las medias por el frío; pronto notó que el tocó un par de botones en la pantalla táctil y encendió la calefacción del asiento del copiloto para abrigar a la chica— Gracias, es un día muy frío.
—Lo es, no deberías estar a esta hora afuera, puedes resfriarte con esa ropa.
El la inspeccionó con la mirada, viendo la corta falda tableada de color roja y las medias negras que apretaban sus pálidos muslos, además de la camiseta de tirantes con estampado de puntos blancos y el delgado y corto suéter que cubría sus hombros. Ella estaba acostumbrada a eso, a las miradas, de hecho varios clientes solían tocarla en el auto mientras preguntaban cosas triviales y no se quejaba, pero el no parecía interesado y estaba dudando de su veracidad.