Melpómene no sale de su habitación hasta que llega la hora de la cena.Va a aprovechar eso de que todas las comidas sean gratis al máximo.
Se pregunta qué hará en las navidades que se acercan. Si pudiera, se quedaría en aquel hotel, pero sabía que no era posible. No tenía dinero suficiente. Pero tampoco quiere volver a casa. Así que... ¿Qué otra opción tiene?
Sin darse cuenta ha empezado a morderse las uñas. Se obliga a apartar la mano de su boca y vuelve a llamar al ascensor, que no le hace caso. Escucha un trueno. El ascensor se abre y dentro está Talía, jugando con un llavero.
—¡Hola! –la saluda Talía–. Iba a bajar cuando has llamado y el ascensor se ha quedado un poco confundido. Supongo que vas al comedor.
Sus habilidades sociales y su naturalidad están a un nivel que Mel ni siquiera roza. Entra en el ascensor y pulsa el botón, asintiendo con la cabeza. La situación es un tanto incómoda. El cubículo es bastante pequeño y no pueden evitar rozarse los hombros. Mel tiene una horrible y casi inexistente relación con el contacto físico. No recuerda la última vez que fue abrazada. Lo desea tanto que le duele y se odia por ello.
—Oye, por cierto –comienza Talía–. Perdón por...
Antes de que pueda seguir, el ascensor chirría y se para en un brusco movimiento. Sin embargo, las puertas no se abren. Ambas le dan al botón, pero definitivamente ha dejado de funcionar.
–Oh, mierda... –murmura Talía.
Se agacha en el suelo y se rodea las piernas con los brazos mientras Mel mira alrededor con calma.
—Tiene que haber algún botón de emergencia por aquí –murmura para sus adentros.
—No, no lo hay –espeta Talía bruscamente–. Este cacharro es del neolítico. Estamos atrapadas.
Es entonces cuando Mel se da cuenta de que está asustada. Verdaderamente asustada. Sus ojos gritan socorro y, cuando se agacha junto a ella, se da cuenta de que está temblando. Probablemente le tenga miedo a los espacios pequeños, pero cree que preguntar está de más.
—Eh, no te preocupes. Vamos a salir de aquí.
Mel se arma de valor y le toma las manos, que están sudando. No le importa. Mantiene sus manos bajo las suyas y le indica a Talía que respire hasta que se tranquiliza. Después, se separa de ella y ambas se quedan sentadas sobre el suelo, cada una contra una esquina opuesta.
—Iba a pedirte perdón por lo de esta mañana –dice Talía para romper el silencio–. Lo siento si te hizo sentir ridícula o algo.
—Oh... Está bien. Es verdad que iba un poco ridícula.
Fuera la tormenta crece.
—Gracias por ayudarme –continúa Talía–. Tu presencia es muy calmante, no sé si lo sabías.
—Nunca lo había pensado –dice la otra en voz baja, apoyando la barbilla en su brazo.
—Aunque eres un poco tímida, ¿verdad?
Mel suspira.
—Un poco.
—¿Por qué lo dices así? ¿No te gusta?
—No sé. No mucho.
Ambas se quedan en silencio. Talía mira hacia arriba en lo que Mel reconoce como un intento de pensar en algo que decir.
—¿Por qué no pasamos el tiempo hablando mientras vienen a rescatarnos? –propone Talía. Sus ojos ya no tienen miedo, sino que brillan–. Así podemos, no sé, trabajar en tu timidez.
—Eh... Vale.
Talía se pone la mano en la mejilla y se da unos golpecitos, mirando hacia arriba de nuevo.
—¿Por qué estás aquí? En el hotel, me refiero.
Después de un rato pensando, Mel decide no decirle toda la verdad.
—Una pelea con mi madre –juguetea con la cremallera de su chaqueta y mira hacia arriba–. ¿Tú?
—Estudio aquí cerca y trabajo en el hotel para pagarlo.
—Vaya. ¿Qué estudias?
—Artes escénicas.
Mel ríe, soltando aire por la nariz.
—Con tu nombre, no me sorprende.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Talía es la musa del teatro y la comedia –le recuerda Mel, como si fuera obvio.
—Ah, verdad. A veces se me olvida.
Ambas ríen un poco.
—Y Melpómene la musa de la tragedia –dice Talía.
—Vaya par.
Talía le pega unos golpecitos al suelo con el puño cerrado. Fuera, la lluvia parece remitir un poco.
—¿Qué estudias tú?
—Periodismo –Mel se debate entre hablar y quedarse callada, pero decide continuar–. Quiero conocer todo. Todas las historias, todas las personas, todo lo que ocurra.
—Para conocer hay que preguntar.
—Supongo que eso es lo que me frena.
Ambas permanecen en silencio, esperando. Un zumbido sale de algún lugar del ascensor. No tienen ni idea en qué planta están. Podría caer en cualquier momento, pero es mejor no pensar en ese tipo de cosas. A Mel le tranquiliza no estar sola.
—¿Por qué hay tan poca gente en este hotel? –pregunta.
—Bueno... Está muy apartado de la ciudad. A la gente no le suele gustar eso. Además, Emmanuel es alérgico a las redes sociales y no quiere que le haga promoción al hotel.
—¿Quién es Emmanuel?
Talía ladea la cabeza.
—¡El propietario! ¿No lo has conocido todavía? Eso tiene que cambiar. Estaba hoy en el desayuno, pero creo que no te vio. Si no, seguro que se hubiera acercado a ti.
—Oh, vale –ya que estaba preguntando, se vio a sí misma incapaz de parar–. ¿Y la mujer que desayunó con vosotros? ¿Quién es?
—Se llama Joanne. Es la tía abuela de un chico que se aloja aquí todas las vacaciones. También tendré que presentártelos. Podrías hacerles a todos una entrevista sobre el hotel.
Mel sonríe para sus adentros.
—Es una buena idea.
—Lo sé, ¿verdad?
Un trueno suena, interrumpiendo la conversación. De pronto, las luces parpadean y el ascensor se vuelve a activar, moviéndose hacia abajo. Con una mano en el estómago y la otra levantando el pulgar, Talía suspira aliviada, pero ninguna de las dos se levanta.
Hasta que se abren las puertas que dan a la planta baja, y el chico pelirrojo con el que se había cruzado aquella mañana aparece frente a ellas. Sujeta una piruleta azul en la mano. Mirándolas de arriba a abajo, suelta un bufido y se cruza de brazos.
—Ya era hora. ¿Y vosotras dos qué hacéis aquí?
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Hotel Metanoia
General FictionCon la misión de huir de los persistentes horrores de su vida, Mel reserva una habitación en un hotel muy peculiar. (Nuevo capítulo todos los domingos)