Prólogo.

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- Lady Rashta no podemos ir por ahí. - la joven dama detuvo su andar con un leve movimiento de manos. - Vamos otro lugar, el sitio está prohibido para personas externas al emperador.

"¿Personas externas? Rashta es la mujer mas querida por el emperador, estoy segura de que a el no le importará si entro"

La albina asíntio para disimular y dejo que la dama la guiará por otro camino.

Ya había explorado antes esa parte del jardín por lo que no había nada nuevo que ver. Solo tonteaba con algunas flores para distraer a su dama.

En un momento, en la cual la joven doncella se giro, corrió rápidamente hacia otro lugar. Se escondió por unos minutos y salió poco después.

- Rastha ira- decida, comenzó a caminar hacia la "zona restringida" - El emperador no se enojara con Rastha si Rastha solo explora por unos minutos.

Al cruzar el bonito arco de plata y rosas brillantes de cristal, llego al tan misterioso jardín.

Tuvo que contener su asombro al ver las magníficas flores cristalinas.

¡No eran falsas!
Parecían tan reales, pues se mantenían erguidas y bellamente posicionadas en la fértil tierra.

Tal fue su curiosidad que termino arrancando una rosa que, a pesar de su apariencia, era tan ligera como si de una rosa normal se tratase.

Por un breve momento su mente se nublo y comenzó a desprender una tras otra sin control. Lo único que la motivaba era el sublime brillo en el centro de la misma.

Quería tener todas. Todas. Todas. ¡Todas!

- ¿Quién es usted?

El repentino siseo rompió su trance, ya estaba por la séptima flor al ver las demás a sus pies. Miro la cristalina rosa entre sus dedos y por inercia la soltó.

El leve tintineo que desprendió al estrellarse en el suelo hizo eco entre el tenso ambiente.

Rashta tembló al sentir la brisa helada tras suyo, temerosa, giro su mirada sobre su hombro y jadeo.

Ojos azulados, casi cristalinos, le miraban con furia contenida que se demostraba al sujetar con firmeza la rama de hermosos pétalos blancos.

Suspiro al escuchar el suave tintineo, parecía que entre sus ropajes blancos había algo que producía ese ruido. Un sonido no molesto, más bien místico.

Las estilizadas pestañas revolotearon en frialdad. Los labios rosados se alzaron en una mueca de desagrado y sus esculpidas cejas se juntaron con irritación.

Simplemente no sabía cómo reaccionar ante tal hombre frente a ella...

Era tan espléndido, maravilloso...

- Preguntaré de nueva cuenta. - los brillantes pozos helados la aplastaron. - ¿Qué-hace-aqui?

La albina trago grueso, estaba segura de que le aventaría esa rama entre sus manos si no fuera por su gran vientre.

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