Prologo

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El día que se supone que sería el más feliz de mi vida... solo fue el comienzo de una nueva vida oprimida por las obligaciones. Llegó el amanecer, pero no sentí en mi rostro los cálidos rayos del sol, sino unas frías brisas que me hicieron abrir los ojos pesadamente. Observé a las criadas imps abrir las enormes cortinas de mi habitación, lo que me hizo ver que el clima de ese día estaba de acuerdo con mi humor, triste. Mi leal dama de compañía se me acercó, mostrando un rostro igual de apagado que el mío, era muy evidente su pena hacia mí.

-Mi dama, hoy es el día- me saludó Lydia.

Dio una palmada y otras criadas entraron en fila, llevando los preparativos para vestirme. Conducido con cuidado por varias chicas imps, entro en mi habitación un maniquí que llevaba mi vestido de novia. Suspiré desanimada, pues a pesar de ser muy hermoso, era el sello de mi sentencia.

Me levanté pesadamente como si mis extremidades se negaran a obedecerme, las sirvientas ayudaron a quitarme el camisón de dormir, y cubrieron mi cuerpo con una bata. Al ir al baño, me esperaba una tina de agua caliente, que resplandecía gracias a los cristales de luna que decoraban la bañera. Al entrar en ella, me pude relajar un poco con el calor, mientras sentía como Lydia frotaba suavemente mi plumaje con la esponja llena de jabón y aplicaba shampoo en mi cabello.

El ambiente estaba dominado por el silencio y el vapor caliente, solo se podía escuchar la caída de las gotas de agua y el ligero ruido producido por el suave masaje de Lydia. Tomé un poco de agua entre mis dos manos para dejarlo caer sobre mi pecho, pero como una ilusión, vi el reflejo del joven príncipe búho del cual estaba enamorada. Sin que pudiera evitarlo, mis lágrimas comenzaron a salir, a lo cual Lydia interrumpió el masaje para abrazarme por la espalda, en un intento por calmarme. No le importó mojar o llenar de jabón su pulcro uniforme, mi llanto era tan doloroso que su prioridad era intentar consolarme.

Después de secarme, las imps sirvientas ayudaron a ajustar y arreglarme el vestido, en un silencio solemne. Previamente, Lydia les había ordenado guardar silencio total, por respeto a mí y a mi gran pesar. Todas accedieron ya que sabían de mi compromiso forzado, las más sensibles intentaban contener sus lágrimas, mientras otras disimulaban expresiones tristes. Les afectaba mi estado, pues desde niña siempre me habían visto sonreír en todo momentos, expresando calor y dulzura a donde iba. Pero con la llegada de ese día temido, todo el ambiente se volvió frio y gris y mi sonrisa se fue apagando.

Al terminar de maquillarme y arreglar mi vestido, me observe largamente en el espejo. Mi reflejo me mostró la imagen de una novia perfecta y hermosa, mis criadas admiraron mi belleza y el cómo había crecido. Al parecer, en sus mentes todavía seguía siendo la pequeña princesa soñadora, por lo que se negaban a creer que aquella niña no volvería, que todo rastro de ella había sido finiquitado solo por su inocente anhelo de querer amar. Había sido forzada a acatar un deber que no deseaba y forzada a aceptar un matrimonio no negociable.

En ese momento tocaron la puerta y un imp mayordomo ingresó, anunciando la llegada de mi madre. Ella entró a paso digno y me contemplo minuciosamente con mi vestido puesto, pero también capto la expresión de dolor y desilusión de mi rostro.

-Querida hija, luces muy hermosa, me recuerdas mucho a mí el día de mi boda- comentó mi madre, acercándose para verme mejor.

-Entonces, también debiste de sentirte igual de desolada que yo ese día- contesté al borde del llanto, apretando los puños.

-Ya lo hemos hablado Morrigan- contestó mi madre, manteniendo su postura imperturbable

-Tu hija sufre y aun así, no eres capaz de entender lo mal que se siente- le respondí, cortante.

-Créeme cuando te digo que tu padre y yo, no teníamos la intención que te sintieras así este día. Pensamos que con el tiempo llegarías a aceptar esto.

La damisela GoetiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora