MONDO

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*Contexto: basado en el capítulo donde Charlie Zaa va de visita a Ecomoda.

Mondo: Limpio y libre de cosas añadidas o superfluas.


Armando Mendoza se encontraba petrificado.

El cuerpo parecía habérsele descompuesto por unos segundos que, para él, estaban siendo eternos y agonizantes. Había dejado de pestañar. De respirar, incluso. Su boca, entreabierta no hacía más que denotar y dejar en evidencia su confuso estado mental. Y es que, dentro del cúmulo de emociones que estaba sintiendo en aquel momento, la sorpresa era una de las que primaban con mayor fuerza.

Una, pero no era ni de cerca, la que más sobresalía.

Había una emoción que lo estaba asfixiando. Había algo que lo estaba quemando lentamente. Algo, que se extendía lenta y dolorosamente por su cuerpo. Era una sensación horrible que nacía y se alojaba en su pecho y que, poco a poco, subía hacia su garganta, se extendía por sus extremidades y le infringía un terrible dolor en la sien.

Lentamente, y por fin tomando el control de su cuerpo, cerró su boca y tensionó la mandíbula.

¿Qué era aquello?

No lo sabía. Jamás, en lo que llevaba de vida, lo había experimentado. Nunca había sentido aquella opresión en el pecho. Nunca había sentido como si lava hirviendo le subiera lentamente por la garganta. Nunca había sentido nada, ni medianamente parecido. Nunca.

Lo único que Armando tenía claro era quién lo había provocado.

Y qué.

Beatriz.

Y había sido ese beso que Charlie Zaa le había plantado en la mejilla a la muchacha, tras despedirse.

La veía ahí, tocándose la mejilla con una pequeña sonrisa adornando su rostro. Justo allí, en el lugar donde ese maldito había posado sus labios. Ella paseaba sus delgados dedos, cual caricia, como si no se terminara de creer lo que acababa de suceder. Tenía la mirada perdida en algún punto del pasillo, como si estuviese flotando en la más alta de las nubes.

¿Y él? Se sentía en el más profundo abismo.

A lo lejos, escuchaba una serie de alaridos. Eran las secretarias que parecían increíblemente emocionadas por el pequeño momentico que les había dedicado el amable artista. Parecía que ninguna se había dado cuenta de que Beatriz estaba ensimismada, con los ojos perdidos, y él, a punto de mandar a todos a trabajar con una buena sarta de gritos.

Finalmente, Armando se sintió dueño de su cuerpo.

Caminó, con un solo objetivo en mente.

Borrar eso, que tanto le estaba molestando.

Dio unos cuantos pasos hasta posarse, por fin, junto a la mujer que le estaba provocando esa maldita emoción sin nombre. A pesar de su presencia, que solía ser suficiente para que ella volviera a poner los pies a la Tierra, Beatriz se veía aún perdida entre sus pensamientos, con esa sonrisita que le estaba carcomiendo las entrañas. Y eso, a Armando no le gustaba ni un poco.

No le gustaba que Beatriz se pusiera así.

El único que podía ponerla en ese estado, era él, Armando Mendoza.

Como si aquello sucediese en cámara lenta, el presidente de Ecomoda levantó su mano izquierda y la posó sobre la manito de su asistente, con la cual estaba tocando el lugar exacto en donde el artista había posado sus labios. Beatriz, por fin, volvió a su cuerpo.

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