EPIFANÍA

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*Contexto: basado en el capítulo que Armando y Beatriz pasan su segunda noche juntos.

Epifanía: Momento de sorpresiva revelación.

Armando observaba a Beatriz.

Tenía su pequeño rostro acunado en sus manos. Ella lo miraba con ojos llorosos, completamente inundados de sentimientos.

Él acaba de decirle lo que sentía por ella. Le había dicho que no era como ninguna otra mujer con la que él hubiese estado antes. Ninguna había sido tan especial, ni tan dulce. Mucho menos, tan buena como ella. Ninguna le había despertado lo que Beatriz le hacía sentir. Aquella calidez en su pecho que, poco a poco, se extendía por su cuerpo y le llenaba el alma.

No había mentido.

Toda su vida, Armando se había visto rodeado de excesos de toda clase. Siempre ahogado entre hermosas mujeres y el alcohol más fino, en opulentas fiestas de alta sociedad, con vestimentas elegantes y carros de lujo. Mucho sexo, con muchas mujeres diferentes; tantas, que ni siquiera podía llegar a recordar el nombre de todas ellas. Y, por mucho tiempo, pensó que era feliz con ello.

Que no podría existir nada mejor que aquello.

Pero se había equivocado.

Y es que después de probar labios tan sinceros y tan dulces como los de Beatriz, descubrió que todos los demás besos que había dado a lo largo de su vida no le habían sabido a nada.

Mucho más, aún.

Después de haber estado con Beatriz, aquella primera vez hacía tan solo algunos días, por fin, había descubierto el verdadero significado de las palabras "hacer el amor". Ahora entendía porqué era hacer el amor, y en cómo era diferente de tener sexo, que era lo que había venido haciendo en realidad, toda su vida.

Aquella velada, en el cumpleaños número veintiséis de Beatriz, Armando Mendoza había descubierto un mundo nuevo de sensaciones.

Y es que no necesitó del sentido de la vista para vivir todo lo que vivió. Tocar su cuerpo, aún en la más intensa oscuridad, había sido lo más exquisito que había podido experimentar. Aquel cosquilleo que sintió en la boca del estómago y que, poco a poco, comenzó a quemarlo de una manera deliciosa, fue desencadenado con tan solo sentir la suavidad y calidez de su piel desnuda.

El pulso se le había acelerado más y más con cada suspiro y gemido que ella soltaba cuando él la tocaba, y eso lo enorgullecía, como si aquello fuese una especie de premio para él.

Era como sí, dándole placer a ella, él recibiera el mismo en igual medida.

Y era algo que jamás había experimentado.

Y, de pronto, entendió que era porque él realmente quería que ella tocara el cielo. No se estaba preocupando de su propio placer, como solía hacer en los encuentros que tenía con sus voluptuosas modelos, o incluso, con la misma Marcela. No. El quería que ella, Beatriz, fuese la que se desfalleciera de placer.

Porque para Armando, estaba siendo alucinante el solo hecho de sentirla ahí, bajó él, retorciéndose de goce.

Aquella mujer, Beatriz Pinzón Solano; a la que hacía meses había besado con increíble dificultad; aquella noche, le parecía la mujer más sensual que hubiese pisado la faz de la Tierra. Para Armando, después de aquella noche, no existiría mujer más excitante y exquisita, que esa a la que le estaba le estaba haciendo el amor.

No había mujer como la que hoy estaba frente a él.

La oscura mirada de Beatriz brilló con mayor intensidad, justo antes de rodearlo con sus delgados bracitos. Sintió, con un agradable escalofrío, como los labios de ella se rosaban con su cuello mientras musitaba algunas palabras.

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