ÓSCULO

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*Contexto: basado en el capítulo que Armando va a dejar a su casa a Beatriz y se pelea con la pandilla de Román.

Ósculo: Beso de afecto o de respeto.

A Armando no le gustaba ni un poco cómo lo miraba Beatriz.

Sus enormes ojos oscuros, ocultos tras esos anticuados anteojos, lo miraban de una forma a la que no estaba acostumbrado.

Aquella mirada oscura estaba logrando que a él se le pusiesen los pelos de punta. ¡Y es que las mujeres no solían mirarlo así!

Siempre que una bella dama posaba sus ojitos en él, Armando podía distinguir ese brillito de lujuria que tanto le gustaba. Esas miradas afiladas y coquetas, que lo estudiaban como si el fuese el más exquisito de los festines, eran normales para él.

Casi cotidianas.

Y es que todas las mujeres relacionadas al rubro de la moda y la alta costura conocían quién era Armando Mendoza. Todas sabían que pasar una noche con él, a riesgo de ser descubiertos por su asfixiante y celópata prometida, podría ser un gran impulso a sus carreras.

Y agregarle a eso lo excelente amante que podía ser Armando Mendoza, era la fórmula perfecta.

Era cierto que muchas veces, aquellas aventuras terminaban muy mal. Sobre todo, cuando las muchachas no aceptaban que aquello no había sido nada más que un buen acostón.

Sin embargo, la mayoría podía vivir con eso.

Vanagloriarse en silencio por haber pasado por la cama de Armando Mendoza, parecía ser suficiente. Y estaba bien para él, porque Armando no buscaba nada más que pasar un buen rato con buena compañía.

No le importaba demasiado si eran muchachas de largos cabellos rubios, o castaños, o azabaches. Le gustaban los ojos claros tanto como los oscuros. Habían algunas más voluptuosas y mucho más osadas que otras. Todas diferentes, y el las adoraba a todas.

Y es que la única constante en su larga lista de amantes era esa mirada.

Hecha de la más pura lujuria.

Cuando se topaba con esa mirada en las mujeres, sabía exactamente todo lo que sucedería aquella noche. Sabía de la charla insulsa antes de coquetear, los cumplidos vacío y los toqueteos por debajo de la mesa. Sabía exactamente a dónde las llevaría y que al amanecer, seguramente él olvidaría sus nombres y seguiría con Marcela como si nada.

Porque así había sido por muchos años.

Hasta que comenzó aquella farsa con Beatriz.

La muchacha frente a él era la mujer más difícil de leer que había conocido en toda su vida. Era tan correcta... tan dulce. Tan distinta.

No lo miraba como las otras mujeres.

No lo besaba como las otras mujeres.

Era completamente diferente.

Desde que había comenzado con ella aquel romance fraudulento, se había sentido como un adolescente idiota e inexperto. Hacía y decía cosas, pero Beatriz jamás reaccionaba como él creería que lo haría.

Incluso, había notado que él mismo no reacciona como debiese, ante acciones o palabra de ella. Incluso, ante acciones o palabras que tuviesen que ver con ella.

Y esa misma noche era la prueba más fehaciente.

Ante la más mínima provocación por parte de esos vecino imbéciles de Beatriz, él, sin siquiera pensarlo dos veces, se había lanzado a golpearlos.

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