CAPITULO UNO: La princesa maldita

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Entre la tormenta aún se lograba distinguir los gritos de dolor de la princesa Rynara Targaryen quien yacía en el suelo aferrándose de los brazos de su hermano-esposo, Mahaerys

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Entre la tormenta aún se lograba distinguir los gritos de dolor de la princesa Rynara Targaryen quien yacía en el suelo aferrándose de los brazos de su hermano-esposo, Mahaerys.
Las parteras y sirvientas estaban aterradas viendo la escena desde la esquina de la habitación, que a petición de la testaruda madre primeriza estaba a oscuras, y solo se iluminaba con los rayos que rompían en el cielo por segundos.
Los gritos eran desgarradores y a pesar de ofrecerle ayuda a la princesa, esta se negaba alegando que si ellas no pudieron ayudarla hasta ese momento, ya no tenían nada que hacer allí, ella podría sola.
Mahaerys por primera vez en su vida se sentía vulnerable, viendo a la mujer que amaba llorando y retorciéndose mientras las sabanas se teñían de rojo, sin poder hacer nada.
Rynara estaba por rendirse cuando encontró el silencio a su alrededor, en su ignorancia creyó que había muerto y que su fuerza no había bastado para traer al mundo a su primogénito.
Con tristeza decidió abrir los ojos y al hacerlo no estaba en su habitación, si no, que en el salón del trono de hierro.
¿Es esto lo qué hay después de la muerte?
Se preguntó para sí misma con aflicción, mirando expectante el lugar que ya había recorrido tantas veces, y allí... algo que no estaba antes llamó su atención.
Sobre el trono envueltos en el escudo Targaryen había dos huevos de dragón, uno azul rozando el negro azabache con betas doradas y el otro, rojo como sangre espesa.
Tomo uno en sus manos observándolo de cerca, era casi tan pesado como un niño pequeño y tan reluciente que hasta podía ver su rostro reflejado en el.
Entre las escamas logró distinguir un texto en Valyrio antiguo, y a medida que lo leía el calor que emanaba se intensificaba, pasando de un cálido aliento al fuego de una antorcha y por instinto lo soltó haciendo que este cayera al suelo.
Pensó que el huevo se rompería en mil pedazos, pero en cambio la superficie del trono comenzó a resquebrajarse ocasionando que todo a su alrededor se desmoronara al coro del rugido de un dragón, que parecía estar cada vez más cerca.
Entre el caos escuchó la voz de Mahaerys, pero el cansancio le adormecía los pies y aunque quería avanzar era en vano.
Cayó de rodillas y se desvaneció para de un momento a otro despertar en los brazos del príncipe, quien la sostenía dulcemente acariciando su cien.
-Ya se terminó, estás aquí con nosotros.- dijo mirándola a los ojos con una sonrisa, mientras lágrimas goteaban de su barbilla.

-De la tormenta nacerá un dragón y de su boca no saldrá fuego, si no, oro.
De tres mentirás, una pieza por cada una deberá quitar.
Al su jinete escoger inteligente debe ser, si un príncipe miente, un rey puede perder.- susurró con poca fuerza recordando cada palabra.

Allí, Mahaerys supo que los dioses le habían dado otra oportunidad y con ella... una profecía.

Los años transcurrieron pacíficos en Rocadragon, el reinado de Viserys I estaba siendo beneficioso para el crecimiento de los gemelos, Valyria y Rhaerys.
Los príncipes estaban más que felices con sus primogénitos, tal y como lo esperado eran los hijos que siempre habían querido.
Aunque los dos contaban con los rasgos característicos de los Targaryen, sus personalidades los hacían tomar identidad frente a su destacado apellido.
Rhaerys era la viva imagen de su madre, astuto, atrevido y apuesto.
Las doncellas suspiraban al verlo pasar con andar firme y su sonrisa encantadora.
Amaba andar a caballo por las tardes junto a su hermana y enseñarle a utilizar el arco y flecha, aunque ella insistiera que no era lo suyo.
Era gentil con todos, incluso con quienes lo despreciaban, creía en el perdón y su mayor cualidad era la lealtad.
Tenía una sonrisa dulce, unas manos suaves y vestía de azul marino a pesar de las críticas de su gemela, que no importaba que tanto se parecieran, siempre estaban en desacuerdo con sus elecciones.
A los 15 años ya lo describían como un muchacho alto y esbelto, con hombros anchos y brazos delgados, cabello plateado por lo hombros y rápido como un caballo de guerra.
Su rostro juvenil acompañaba su hablar suelto y  alegre, de cada cinco frases, tres de ellas normalmente solían ser bromas, que de vez en cuando recibían algún llamado de atención por parte de sus Maestres.
Valyria por su parte era todo lo que su padre era de joven, su andar era elegante y su lengua filosamente descarada.
Afirmaba, al igual que su madre, que las mujeres Targaryen no estaban hechas para hilo y aguja, si no, que su verdadero lugar era el lomo de un dragón y así solía pasar la mayoría de su tiempo.
Era reservada pero de naturaleza aventurera y belicosa, aunque lo negara le gustaba el conflicto y ser ella quien liderará su resolución.
Solía cuestionar toda clase de enseñanzas y pasarse noches enteras revolviendo las bibliotecas del castillo para solo encontrar una respuesta.
A pesar de su frialdad en público, en privado era una joven de naturaleza melancólica y muy sensible, su madre insistía en que sin duda eso lo había sacado de su abuelo.
Amaba los chistes de su hermano y disfrutaba escucharlo hablar y aunque intentara no reírse, lo hacía.
Le gustaba llamar la atención, las celebraciones y la música, solía bailar muy bien aunque junto a Rhaerys quien carecía de vergüenza y se reía intentando seguirle el paso.
Valyria portaba vestidos largos en los colores típicos de la casa, pareciendo mayor de lo que era, con su actitud sensual y mirada pícara.
Era alta, de cuerpo atlético y brazos fuertes, tenía ojos azules y vanidosos,  y siempre llevaba su larga cabellera blanca suelta.
Los hombres hablaban con Mahaerys acerca de cómo su hija era una joven extremadamente hermosa y misteriosa, pero que era demasiado exigente y obstinada como para ser esposa de algún Lord, y que eso probablemente se debía a las libertades y caprichos que él le brindaba sin chistar.
Los gemelos ya estaban por cumplir los dieciséis, cuando la noche anterior a su viaje a Desembarco del rey, nuevamente la tragedia azotó las costas de Rocadragón.
En esa noche lluviosa,Valyria recorría el salón del trono como solía hacerlo todos los días, fantaseando con algún día portar la hermosa corona que posaba sobre la cabeza de su tío Viserys.
Cuando llegaran a Desembarco del rey para el torneo y las celebraciones que se realizarían por el festejo de su cumpleaños, le preguntaría al rey si podría usar la corona tan solo un momento, que eso le causaría mucha ilusión, tal vez siendo su cumpleaños la dejaría.

VALYRIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora