El templo de la serenidad (Kuroko: Ao-kaga-Ao)

Capítulo 1: Amor por el baloncesto

Las gotas golpeaban contra el cristal del tren, sumiendo a Kagami en una mayor depresión de la ya padecida. Tan sólo era un trayecto de dos horas y cuarenta minutos hasta la prefectura de Tochigi. Su madre, que fue arrastrada por su matrimonio lejos de su ciudad natal, había regresado a ella tras el divorcio y su nuevo matrimonio. ¡Pocas veces veía a su nuevo hermanito!

Hacía más de un año que, por temas de trabajo, no iba a visitarles y esa lesión de rodilla que tanto le agobiaba hoy le daba al menos la oportunidad de ir hasta la ciudad de Nikko, una ciudad rodeada por las hermosas montañas de la región de Kanto. Siempre había sido una ciudad muy turística por sus santuarios y sus balnearios, pero él, que la abandonó a temprana edad, apenas recordaba nada de ella, sin embargo, la sensación de estar en su hogar, en su ciudad natal... le inundaba de tranquilidad.

Cuando el tren anunció la estación de Nikko, Kagami se puso en pie cargando el peso sobre una muleta con una leve mueca de dolor en su rostro. Habían pasado casi tres meses desde aquella lesión que le apartó de su equipo y aunque le habían quitado una muleta, seguía teniendo que llevar otra para no apoyar demasiado la pierna herida. Aun así, seguía doliendo demasiado, pese a que todos los días realizaba los ejercicios que le habían exigido los de rehabilitación.

Sólo deseaba curarse de una maldita vez y volver a la cancha con los suyos, pero estaba tardando demasiado. Se sujetó a la barra de hierro y esperó a que el tren se detuviera por completo frente a la plataforma. Movió su mano hasta el botón verde de la puerta y lo presionó para indicar que se abriera.

La luz parpadeó un par de segundos y la puerta comenzó a abrirse. El día no acompañaba en absoluto. La lluvia empezó a mojarle pero él elevó el rostro al cielo. Últimamente sentía que todo en su vida era gris y oscuro, quizá era un día perfecto para su estado de ánimo. Sólo el grito animado de su madre hizo que se girase hacia ella, quien ya llegaba con el paraguas en la mano para cubrir a su hijo.

- Mi niño – le abrazó la mujer con efusividad –. ¿Cómo ha ido el viaje?

- Aburrido – comentó Kagami, apartando los cascos de música de sus oídos.

- Te he traído algo para comer mientras vamos a buscar el coche – sonrió la mujer, feliz de ver de nuevo a su hijo tras tanto tiempo que había pasado viviendo en Estados Unidos.

- ¿No vivías en Nikko? – preguntó Kagami extrañado por lo del coche. Nikko era un pueblo no demasiado grande, así que si necesitaba el coche, seguramente era porque vivía en otro pueblo cercano o algo así se imaginó él.

- A las afueras. Tengo el coche en el parking.

Demasiado tiempo había transcurrido desde que sus padres se divorciaron. Su padre volvió a Estados Unidos. Allí inició una nueva vida, practicando con total libertad el deporte que más amaba. Su madre, en cambio, había preferido regresar a esa pequeña pero hermosa ciudad lejos del ajetreo de la gran capital. Aquí volvió a encontrar el amor.

Durante el trayecto a casa, Kagami se deleitó con los verdes paisajes que le rodeaban. Aquella ciudad de montaña era encantadora y aunque no lo dijo en voz alta, veía en ella una oportunidad para relajarse antes de volver a entrenar como un loco para regresar a su equipo.

Todos los médicos le habían dicho que lo tomase con paciencia, pero él no podía hacer algo así. Necesitaba volver a jugar al baloncesto cuanto antes. Alejarse a esa ciudad sólo era un pretexto para alejarse de sus médicos y tratar de ponerse en forma de nuevo. Ellos querían que se relajase y él quería entrenar.

El coche se detuvo en una preciosa casa de dos plantas. El jardín estaba muy cuidado y un árbol de cerezo daba la bienvenida moviendo sus ramas al viento. Al principio no se había tomado nada bien la noticia del nuevo matrimonio de su madre, tampoco su embarazo, pero ahora que Kei ya tenía siete años y apenas podía verle excepto por vía videollamada, la verdad era que le echaba de menos.