▌Prólogo

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LA RAMA DEL ÁRBOL, ante tanta debilidad en su contextura, dejó caer una de sus hojas marchitas delicadamente hasta el suelo mientras realizaba una danza que resultó invisible para todos. Se deslizó en el viento, balanceándose de lado a lado, y cuando finalmente chocó contra la tierra, formó parte de la gran pila de hojas a su alrededor.

Otra más que había caído.

Alrededor de los últimos segundos miles y miles de pétalos marchitos llegaban al mismo resultado, como una clara muestra de que el otoño definitivamente había tomado posesión de la ciudad de Daegu. El clima fresco, perteneciente al invierno próximo, ya estaba apareciendo en el ambiente, por lo que ya se notaban personas abrigadas o bebiendo café caliente, algunos niños jugando con las montañas de hojas, parejas disfrutando de paseos bajo el atardecer...

Pero simultáneamente las mismas hojas de los árboles secos caían por la propia gravedad, cierta familia se desplomaba dentro de un hogar en un vecindario tranquilo de la ciudad, y todo por culpa de los propios actos de los que no se tuvo control.

──¡Vete de aquí! ¡No quiero volver a verte, Min YoonGi!

El aludido, asfixiado por todo lo que estaba sucediendo, apenas pudo procesar aquellas palabras cuando fue empujado hacia el exterior de su hogar. Tambaleó debido a la rapidez con que ese acto fue ejecutado, y cuando giró para observar su progenitor, la puerta fue azotada violentamente, hasta el punto en que algunos de sus cabellos se revolvieron en su frente a causa del aire. Automáticamente un suspiro atravesó sus finos labios, sin poder hacer nada más.

Estaba acabado.

No supo con exactitud cuanto tiempo transcurrió en lo que observaba la casa, pero ciertamente no le importó cuando por su cabeza no dejaban de proyectarse ideas sin sentido y pensamientos negativos con respecto a su desgraciada vida.

Min YoonGi se preguntaba: «¿Qué debo hacer ahora?».

No tenía a dónde ir, mucho menos el dinero necesario para alquilar un motel o apartamento. Apenas había logrado alcanzar algunas de sus cosas antes de ser echado, como lo era su celular, la billetera con sólo unos billetes y... listo. Nada más.

No tenía nada.

Sabiendo que quedándose ahí parado no encontraría una solución a su problema, el rubio de veintiún años decidió finalmente irse del lugar, a caminar sin rumbo por la ciudad, como un alma perdida en un laberinto sin límite. Cerró la parte delantera de su sudadera y cubrió su cabeza con la capucha, en el vago intento de cubrirse del aire gélido que impactaba constantemente contra su débil cuerpo, sin poder tener éxito ya que la tela de su abrigo era demasiado fina como para cubrirlo.

YoonGi se alejó del vecindario en donde vivía y caminó por las calles de la ciudad, lento, tranquilo, apagado. No se molestaba tan siquiera en observar al frente, lo cual ocasionó que chocara varias veces con algunos de los transeúntes que, a diferencia de él, si parecían ajetreados y desesperados; caminando con rapidez hacia el sentido contrario en que el chico Min andaba.

Tal como su vida: yendo al rumbo opuesto de sus deseos.

Caminó y caminó a través de las calles de Daegu sin objetivo aparente, y mientras lo hacía, su cabeza trabajaba con esos innumerables pensamientos. Realmente estaba preocupado con todo. El dinero, la situación actual en su antiguo hogar, su padre, su hermana...

Específicamente esta última.

La mente de Min permanecía saturada de ideas que no le servían para nada, y le frustraba el no poder encontrar una solución que arreglara la mayor parte de sus problemas. Estaba cansado de todo esto, de su vida, de las personas; agotado con respecto a todo aquello que lo rodeaba.

hojas de otoño • m.ygDonde viven las historias. Descúbrelo ahora