Estoy segura de que esto no es más que un sueño. La razón principal es que él está aquí a mi lado. Me dice aquello que dejó de decir hace ya más de un año. Me besa como haría un enamorado y, más aún, me susurra al oído, con una voz muy creíble, "Te amo". Mi subconsciente se ha encargado de manifestar en sueños mis deseos más recónditos.
Manuel lleva la mitad de nuestra tortuosa relación ignorándome. Me insulta, me menosprecia, me evita. Comienzo a creer que me odia. El único motivo para vernos fuera de clases son sus ganas. Sus malditas ganas de tener sexo, así le dice él. Insisto en pensar que seguimos haciendo el amor. Quiero creer que aún me ama, pero estoy sucumbiendo a la idea de que no es así.
Ya es momento de ir al colegio. Como siempre, tengo todo ordenado. Primero una ducha, el uniforme me espera listo y planchado. Tomo un breve desayuno. Cojo la mochila, preparada desde ayer, y estoy lista para irme.
— ¡Mamá, ya me voy! —le grito antes de cerrar la puerta.
Cuando llego al colegio, lo veo conversando con sus amigos. Él es tan puntual como yo, es una de las cosas que me gustan de él. Una más en aquella infinita lista. Quiero acercarme, pero me entra un repentino malestar.
¿Y si hoy tampoco está de humor? Lo odiaría si se atreve a humillarme delante de ellos". Manuel no me ve porque está de espaldas, pero sus amigos advierten mi llegada. ¿De qué pueden estarse riendo?
—Buenos días, amor —le sonrío y le doy un rápido beso en la mejilla.
—Y hablando de la reina de Roma... —dice el idiota de Jorge — Hola, Fátima. ¿Cómo estás?
—Bien, bien. Gracias por preguntar —hago mi mejor esfuerzo por ignorarlo —. Manuel, ¿podemos hablar un momento, por favor?
—Seguro —dice fulminándome con la mirada.
Se despide de cada uno de ellos con el típico choque de manos. ¿Por qué a ellos sí les sonríe? Me lleva hasta el otro extremo del patio y me acorrala contra una esquina.
— ¡¿Cuál es tu afán con interrumpirme?! —parece molesto. No entiendo por qué.
— ¿De qué hablas? Yo solo quise hablar contigo. Lo lamento —agacho la cabeza.
—Bueno, entonces dime rápido lo que tengas que decir. No tengo mucho tiempo.
—Manuel, ya sé todo lo que andas diciendo de mí. Sé lo que haces cuando estás sin mí —no aguanto el llanto —. Quiero saber por qué me estás haciendo esto.
—Eres una estúpida, pensé que eras más inteligente — veo el odio en sus ojos—. Si lo hago es porque me aburrí de ti, ¿no terminas de entenderlo? Me harté de tus palabras, de tus sueños, de tu cuerpo, me cansé de amarte. De hecho, creo que jamás te quise, pero no negaré que me divertí mucho. Gracias, preciosa.
Toma mi mentón y deposita un suave beso en mis labios antes de irse.
— ¡¿Qué rayos te sucede?! ¡Tú no eras así! ¡¿Dónde quedó el chico del que me enamoré?! —exclamo mientras se marcha.
— ¡Se murió! —responde sin voltear.
Me toma un par de segundos volver a pisar tierra. Me limpio bruscamente las lágrimas que siguen la curva de mis mejillas al caer. Estoy muy nerviosa, las piernas me tiemblan. Solo espero que pueda llegar a mi salón. Siento asco y repulsión por ese hombre que pensé era distinto. Lo odio. Lo odio tanto como alguna vez lo quise o al menos eso intento.
La clase aún no ha comenzado. Espero que el profesor llegue pronto, así todos dejan de verme raro. Angélica trata de consolarme, pero sabe que no lo logrará. Al fin, ingresa la tutora seguida del maestro Lévano. Álgebra. Es perfecto, este curso me sacará de mis pensamientos.
Cuando suena el timbre del primer receso, me acerco a ella, mi única amiga. Hoy la necesito más que nunca. Después de contarle lo sucedido y de ver como cada vez sus gestos se hacían más graves, me dice: "Ahora sí, debes dejarlo".
—Sabes que lo he intentado, Angélica —le lloro.
—Sí, también sé que siempre es lo mismo.
—No necesito que lo repitas —mi voz es apenas un susurro.
—Te trata como basura, quieres dejarlo, te ruega que no lo hagas, te promete que cambiará y tú le crees. Cambia su comportamiento un par de días, no pasa de una semana. Y, después, te vuelve a hacer sentir desdichada e infeliz, y bla bla bla...
— ¡Basta!
— ¡Joder, Fátima! ¿Cuándo piensas romper con ese círculo vicioso que no hace más que destruirte?
Sé que está preocupada por mí. Cualquiera que conociera de mi situación lo estaría. Mi agonía. Eso eres Manuel. Mi agonía. Las oleadas de dolor, que apenas me habían tocado hasta ese momento, se alzaron y barrieron mi mente, me hundieron con fuerza. Entonces lloré como jamás lo había hecho. Mi fiel amiga me abrazó y prosiguió con un tono más suave...
—Entiende, amiga, no me gusta verte así. Lo sabes bien.
—Entiende, tú, que lo amo.
—Pero te hace daño. ¡Vamos! Debes entenderlo. Recuerdo que cuando empezaron todo era felicidad, lo veías como un ángel... ¡Vaya mentira! —dice sarcásticamente.
—Eso fue. No tengo idea de por qué cambio. Ahora es frío, cruel, insensible. Sigue siendo un ángel, pero uno malo.
Las siguientes clases se me hicieron eternas. Durante el almuerzo, volví a hablar con Angélica. Esta vez, la dejé más tranquila. En vez de poner el mismo rostro taciturno, le sonreí. Le sonreí a mi amiga como si jamás hubiera llorado por él.
Estoy decidida a terminar con esta pesadilla. Todavía no comprendo por qué Manuel jugó conmigo. ¿Por qué conmigo precisamente? ¿Por qué lo soporté tanto tiempo? Tal vez el único final feliz posible entre nosotros hubiera sido no habernos conocido.
El timbre anuncia que somos libres. Terminó, por fin, este miserable viernes. Tendré todo el fin de semana para pensar en mí. Voy a su salón y lo espero. Las piernas me tiemblan, de nuevo, no quiero caer. Cuando lo veo salir, me acerco...
—Manuel, tenemos que hablar.
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Mi ángel
Teen FictionFátima era una joven normal, llevaba una vida sencilla, tranquila y ordenada. No tenía mucho qué contar ni daba de qué hablar. Solía sentir que algo le faltaba, clamaba por una emoción, quería sentirse diferente (como aquellas protagonistas de sus n...