Una nueva temporada estaba iniciando y mientras cargaba su pluma con tinta, para terminar, ella ejecutaba mentalmente sus próximos planes.
Habían pasado tantas cosas en esos últimos meses y había estado aguantando muchísimo bajo el techo de la casa Featherington: su madre volviéndose un poco insoportable, Prudence siendo una tonta sin cerebro, agregando que lloraba día y noche por verse desohonrada ante la sociedad luego de que su "amado" primo Jack, hubiese preferido robar antes que casarse con ella, sus pensamientos melancólicos y la constante desazón que le traían los recuerdos más dolorosos de su vida.
¿Puede una dama soportar tanto? Se sentía desgraciada estando en el seno de Portia, y se sentía miserable con sus continuos comentarios sobre su poca capacidad para obtener un pretendiente.
Lo único en lo que podía pensar era en escapar. Penelope quería huir de su casa, entregarse a los broches de la paz y aspirar la frescura de la independencia.
Pero, por supuesto, la única independencia que ella podía tomar era la del matrimonio. Y no era tan fácil como respirar. Es cierto que vestía con ropa poco favorable para su figura y no tenía el mejor cuerpo, sin embargo, era divertida y capaz de ofrecer una conversación intelectual que a cualquier hombre respetuoso le encantaría recibir.
Por eso, se dijo así misma, que el hombre correcto la encontraría encantadora si la conociera y que para eso necesitaba ser como un libro, de esos que se veían muy poco atractivos pero que dedicaban una maravillosa introducción para atrapar a cualquier lector.
Se levantó de su escritorio y abrió delicadamente su armario. Los tonos amarillos la golpearon de inmediato, logrando que su boca tomara un sinsabor. Quería a su madre pero siempre se preguntaba en qué demonios pensaba cuando creía que ella se veía bien entre esas telas y volantes horribles.
Volantes...
Curioso.
Recordó vagamente unos bocetos de diseños impresionantes que le fascinaron, pegados a una pared cuando fue a ver a madame Delacroix y esta le sugirió la idea de cómo salvar a Eloise.
Eloise.
Desechó a su amiga de su cabeza. No le hacía ningún bien recordarla. Sus palabras quedaron tan grabadas en su corazón que sería muy difícil borrarlas.
Entendía la rabia de Eloise, el sufrimiento y la desesperación de descubrir que tu más querida amiga sea quien te dañó y mintió, sin embargo, no entendía la elección de palabras que usó en su contra.
Al pensar en Eloise, su lado más débil lo recordó. Recordó esos ojos llenos de chispas, esas manos que tanto la hicieron sentir segura, esa voz... Esa misma voz que dañó su reputación y que la expuso a tantas burlas masculinas.
¡Basta! Había acordado no pensar en el señor Bridgerton. Eso ya era cosa del pasado. Ya había decidido renunciar a su enamoramiento y a concentrarse en encontrar un esposo que respetará su independencia para que puediera seguir como lady Whistledown.
Sonrió un poco más animada y se dijo que, tal vez, la ropa no importaba tanto, quien fuera bueno, sensible y amable le daría una oportunidad. No exigía mucho, solo un matrimonio con unas risas de cuando en cuando, comunicación y amistad.
—¿Señorita?
Saltó al no escrutar la presencia de su doncella y le sonrió de inmediato, yéndose hacia su escritorio para ocultar el papel incriminatorio.
—¿Si?
—Dice su madre que saldrá a la modista, ¿quiere ir?
Se volteó hacia la muchacha y negó. Últimamente salía poco, pues, para su desgracia, se encontraba casualmente al público que entretuvo el señor Bridgerton con aquellas declaraciones y ellos tenían tan buena memoria que mantenían fresco el recuerdo.
—No, no tengo nada que hacer ahí, ya tengo mi vestido para el baile de lady Danbury, no hace falta nada —contestó ella, sentándose alrededor de su escritorio.
Cuando la doncella salió, abrió el cajón que mantenía con llave, para guardar la hoja que debía publicarse mañana. Era muy previsora y apesar de no estar presente, sabía quién sería el diamante de la temporada. Le alegraba.
Al ver el interior, observó las cartas que el señor Bridgerton le envió meses atrás. La más reciente era de hace dos o tres semanas, quedó como llegó: sellada, junto con las otras, atadas a una gran cinta verde salvia.
Poco le interesaba su contenido o más bien nada. Se sentía orgullosa de si misma por haberlo desterrado de su corazón, aunque, una parte de ella, todavía seguía prendada, de no ser así, ya habría tirado todas cartas al fuego del hogar, sin remordimiento.
Cerró el cajón y esbozó una sonrisa. ¡Qué libertad sentía al dejar atrás esos sufrimientos innecesarios! ¡Todo cambiaría para ella, porque siempre hay una forma de ser feliz!
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.—¿Estás seguro?
Él volteó a ver a su amigo y asintió. Esa sonrisa no era de travesura y descaro, era de calidez y fluía una luz generosa sobre cualquier habitación cuando se desprendía de su rostro.
—Bueno, si no, tendría que avisar al cochero para pedirle que demos la vuelta —bromeó ajustando su chaqueta.
—No estoy de humor para eso, solo quiero advertirte que, en cuanto entremos a la ciudad, estarás perdido, los rumores van a volverse verdad y las madres te van atacar.
—Bueno, ciertamente eso subirá mi autoestima.
El más joven frunció las cejas. Su amigo no estaba entendiendo o estaba tomando la advertencia como un juego despreocupado.
—Marcus... no tienes titulo, claro está. Pero eres el segundo hijo de un conde que amasa su buena fortuna con inversiones, ¿crees que pasarás desapercibido cuando muestres intereses en buscar una señora Anderson?
El hombre atractivo sonrió nuevamente. Su presencia no era más que agradable y poseía el talento de observar más allá de la ropa, buscaba cualidades interiores y no físicas.
Alguien que fuera inteligente y lo hiciera reír, que le demostrara que un matrimonio no es una monotonía o un propósito, sino una aventura de cada día, la elección más preciosa.
Mientras el trote de los caballos ya era un poco más estable, entendían que ya estaban entrando a la ciudad. Se sentía ansioso y más o menos feliz, era de su elección, casarse y tener hijos.
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.—¡Presentando a la señorita Francesca Bridgerton, la vizcondesa de Bridgerton! —se anunció y Kate comenzó a caminar con el mentón en alto, por detrás de su hermana.
Era impresionante la elegancia con la que se destacaba la señorita Bridgerton, y su hermosura dejaba admirados a muchos caballeros presentes.
Kate avanzaba con seguridad y selección por detrás de Frannie, al tiempo que sentía el apoyo familiar de los seres que más quería. Los vio de reojo al costado, y sonrió cuando creyó ver un guiño por parte de Anthony.
Ella se inclinó, esperando a ver qué pasaba. Si la reina la rechazaba o la volvía su favorita.
La reina se levantó de su trono, mientras lo hacía, sonreía. Con solo estar de pie, se sentía su gran poder y respeto.
Tocó el mentón de la señorita Bridgerton para que la viera. Le dio un beso en la cabeza y susurró:
—Perfecta mi niña.
Muy satisfecha, volvió a su lugar. Esa jovencita tenía algo especial y esperaba que todos lo supieran.
Francesca tuvo que hacer esfuerzos para controlarse. Tenía tantas ganas de ver a su familia para recibir su orgullo.
Kate se dio cuenta de eso y se acercó disimuladamente a susurrarle.
—Tú puedes, solo un momento más.
Muchísimas cosas ocurrían simultáneamente para algunos involucrados en la aristocracia. Mientras lord Cowper y lord Fife asumían los riesgos de haber invertido una enorme cantidad de dinero, sin atenerse a futuras consecuencias, otros dos caballeros, entre muchos pero más especiales, llegaban a Londres justo en el momento en que lo hacía el señor Anderson.
El baile de lady Danbury sería sin duda muy especial, romántico, tenso y sorpresivo. Habría de todo menos aburrimiento.
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Seduciendo al señor Bridgerton
أدب الهواةLuego de haberla menospreciado delante de varios caballeros de la aristocracia, Penelope Featherington renuncia a su enamoramiento por Colin Bridgerton y se enfoca en buscar un esposo que le conceda la independencia que la soltería no le otorga.