PROLOGUE

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   —Estoy aquí de pie, chico, háblame

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   —Estoy aquí de pie, chico, háblame.

Desde que recuerda, Ross Chridhe siempre había estado buscando sus propias respuestas. Sus propios amigos y sus propios lugares seguros y estaba segura de que el cielo era tan bonito y seguro como se lo prometían las biblias que leía el niño Coddy de la calle Macchia.

Ross no sabía nada de su vida pasada como cualquier guardián renegado deambulando en el mundo que aún no descubría su propósito, pero a esas alturas dudaba que al mundo tangible le hicieran falta almas benévolas que le sirvieran al hombre en la luna.

Por cada pedazo de tierra descubierta nació una civilización y con ello un nuevo mundo de posibilidades, así que no tenía idea de cuánto tiempo exacto hacía falta para que reviviera el siguiente espíritu.

Años, quizás vidas. Quizás nunca más. El progreso tangible estaba corto de tiempo y de leyendas fieles y únicas.

Ross se sentía asfixiada algunas veces, pero casi siempre tenía un buen humor que le gustaba al Meme. Sin embargo, ésa noche de marzo se sentía mal. Muy mal.

   —¿Por qué no dices nada? —Su voz tambaleó en un hilo, doliendo mucho—. Eres el responsable, la razón por la que estoy aquí intentándolo casi todo de nuevo. ¡Dime algo!

Sollozo con los pies en constante movimiento, yendo de izquierda a derecha. Si le preguntara a la muerte sobre sus demás vidas pasadas, seguramente ésta le diría que fue una gata muy ansiosa y nada reservada, quizás un Golden Retriever también o un pez en constante movimiento huyendo de sus infantiles dueños de seis años.

   —Algo pequeño, no exijo mucho —murmulló, el rostro envuelto de tantas emociones que el nudo en su cuello se volvió insoportable como la primera vez que arrastró las alas en su espalda, pesado, incinerándole cada pizca de cordura que apenas le quedaba en su fantasma—... por favor, hombre...

El aura lunar estaba en su mutismo esplendor, bello y plateado, ajeno a las nubes del tercer mes del año envolviéndola desde una lejanía tan, pero tan distante que era imposible para ella saber si en ése punto había nubes realmente, como en una gélida ilusión. Quizás por eso no la oía, llegó a pensar Ross. Quizás tenía la voz tan chillona como la de un ratón que por eso a veces la confundía con el roedor Pérez.

© CRUSH & CRACK! ʲᵃᶜᵏ ᶠʳᵒˢᵗDonde viven las historias. Descúbrelo ahora