En el Japón antiguo había un hermoso jóven, nacido en una pobre familia. Vivía en los campos y se ganaban la vida de lo que les daba la tierra. Pobre destino, para un ser tan bello. Cómo él era el hombre mayor, debía ir a vender los vegetales que plantaban a la ciudad. Nadie lo tomaba en cuenta, a penas llegaba con unas monedas de cobre y otra de plata, pero eso, le bastaba para vivir. Se reunían todos a comer alrededor del brasero, la madre le servía primero al marido y luego a sus hijos. Las mujeres esperaban las sobras de los primeros. Su padre era un borracho empedernido que gastaba la mitad de sus ingresos en botellas baratas de alcohol y en el barrio rojo del placer. Las Oiran lo recibían cada noche en sus aposentos entre risas y gemidos ahogados. En aquel barrio conoció al señor de la guerra de aquella región. Hombre estoico, de cabellos negros y sonrisa ladina.
-Señor Valentino, es un honor estar en su presencia. No tengo nada que ofrecerle lamentablemente—debió agachar la cabeza para ganar la gracia.
-Visitaré tus granjas, este verano han producido poco—Así se concertó aquella visita de terror. Los lugareños miraban con ojos muertos al señor de la guerra que venía en su despampanante carruaje, acompañado de sus lacayos. Todos lo odiaban por sus altos impuestos y sus aprovechamientos. Caminó por los campos, inspeccionando todo con ojo crítico. Entre la multitud estaba el hermoso Anthony, con ojos azules que indicaban mucha agua en su personalidad y cabellos rubios como el sol. Valentino lo vio entre el gentío y de inmediatamente se prendo a ese jovencito. Fue hasta la casa de él y le pidió a los padres que le entregaran al chico, que él le daría una buena vida, le enseñaría a ser un buen samurai y les daría dinero. El padre, quién era la voz de la familia, no perdió aquella oportunidad y le dio gustoso a su propio hijo. La madre silenciosa acataba lo que el marido violento decía, solo podía agachar la cabeza y rezar a los dioses que su hijo tuviera un mejor porvenir.
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Anthony se fue junto con Valentino a un palacio decorado con los más exquisitos gravados, alfombras y jarrones delicados. Se sentaron en el hermoso tatami y una sirvienta les llevo el té de la tarde. Valentino no perdió tiempo, tomo como compañero sexual al chiquillo delgado. El rubio al principio protesto, no sabía realmente que estaba pasando, nadie le había explicado que es lo que hacía en ese lugar. Pero al sentir el gran miembro penetrándole, comprendió la situación. Su padre lo había vendido cuál prostituta a aquel señor de la guerra y lo peor de todo, es que solo de Valentino dependía que lo liberaran. Hicieron una fiesta, una de tantas y el moreno lo mostró a sus amigos cuál trofeo. Exhibiendo la delicada figura que portaba y los rasgos poco comunes en aquellas tierras.
-Es aún un muchacho. Falta para que sea un hombre— de Valentino dependía aquel paso a la adultez. La gente millonaria y con poder tomaban a un concubino y lo tenían para si hasta que se aburrían y lo llamaban “hombre” recién ahí se podían casar y mantener una vida normal. Anthony había sido condenado quizás hasta cuando. No se le permitía ver a su familia, por las noches le debía favores sexuales, por el día estudiaba materias que le aburrían y pasaba encerrado en aquella jaula de oro. Veía un largo túnel oscuro, dónde no encontraba la salida. A penas hablaba, no tocaba las delicias que Valentino le ofrecía, estaba pálido y más delgado que nunca. El señor de la guerra se preocupo, llamó al doctor de la ciudad para que le echara un vistazo. Estaba realmente preocupado, era su bebé, su ángel y no iba a perderlo tan fácil.
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El doctor llegó en su kimono elegante, junto con un maletín que contenía un sinfín de remedios naturales. Era un hombre alto, con piel canela, ojos carmines y cabello castaño. Sonreía sin que nada lo perturbase. Saludó a los presentes y fue hasta la recámara del enfermo, lo que vió no le gustó nada. En su carrera, había visto estos casos más de lo que le gustaría admitir. Bellos y pequeños jovencitos sucumbían ante la lujuria y egoísmo de un señor de la guerra. Se miraron una fracción de segundo y el castaño no pudo evitar sentir pena por aquella criatura, les ordenó a los presentes abandonar la estancia, invento que un espíritu rodeaba el cuerpo del joven y debía eliminarlo para poder seguir con su trabajo. Valentino asintio, creyéndole todo lo que decía ¿Quién era el para dudarlo? Por supuesto que el no creía en esas teorías. Había ido a estudiar al extranjero medicina y había aprendido un par de buenos consejos que le hacían mucho sentido.
-Hey, soy Alastor tu médico ¿Cómo te sientes?—intentó entablar una charla amena con él.
-Como la mierda. No quiero estar aquí—estaba débil y apenas pudo pronunciar aquellas palabras. El de ojos carmín asintio. Sabía que aquello debía ser muy duro.
-Entiendo, te sacaré de aquí. Nadie merece esta vida—los ojos zafiro se iluminaron de esperanza.
-¿Puedes hacer eso?—
-Claro. Debes seguir mi plan—le contó lo que tenía planeado y se pusieron en marcha. Sacó unos cascabeles, quemó un par de incidencias e hizo toda la parafernalia del ritual mágico para sacar el espíritu vengativo. Anthony grito y se removió en la cama, fingiendo que algo estaba saliendo mal. Valentino al otro lado se preocupó y pregunto un par de veces por el estado de salud del joven. Y de pronto, silencio. Alastor le dio de comer una planta que bajaba los latidos del corazón hasta hacerlos casi invisibles, dejó entrar al moreno y le indico que lamentablemente Anthony había muerto. Valentino sin creerlo agarro el cuerpo y le tocó el cuello, pero no se sentían latidos. Estaba frío, inmóvil y sin señales alguna de vida.
Valentino lloró, lo amaba a su manera. El doctor le dijo que debía llevarse el cuerpo a la morgue, allí se le practicaría una autopsia y dictarían causa de muerte, el moreno asintio. Aunque en aquella época no era bien visto profanar los cuerpos ájenos, necesitaba saber la causa de defunción y darle una sepultura digna. Alastor envolvió el cuerpo en una mortaja y le pidió al sirviente que lo subiera al carruaje. Así de simple, Anthony pudo escapar.
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Se fueron lejos, en una isla alejada de la capital Edo. Su plan había salido a la perfección, desde la morgue los dos pudieron escapar lo más lejos posible. El encargado del lugar, era amigo de Alastor. Hombre huraño que bebía a destajo todo el día. Disfrazó un cuerpo parecido, tiñeron los cabellos de rubio y le pusieron la ropa ceremonial, nadie sospechó en el dolor que sintieron. Anthony no tenía como agradecerle todo lo que había hecho por el.
-Necesito un ayudante ¿Qué dices?—su sonrisa era cautivadora, sus ojos invitaban a contemplarlos. Así pusieron un pequeño consultorio para los lugareños de las isla. Gente humilde que pagaba con lo que podía y así se vivía bien. El amor nació entre ellos o quizás desde el primer encuentro ¿Qué había visto Alastor en aquel adolecentes desgarbado? Nadie lo sabía. Los lugareños no lo juzgaron, a nadie realmente le importaba lo que hiciera o no hicieran. Las relaciones homosexuales se aceptaban en aquel Japón feudal.
-¿Qué edad tiene el pequeñuelo?—le preguntaron un día al doctor. Era común que un hombre de poder tomara como compañero a un chiquillo.
-No, es ya un hombre—
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FIN
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"Un hombre"
Kurzgeschichten"A veces pasar a la adultez, no dependía solo de ti" Alastor x Angel (Radiodust)