Capítulo 2

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Gaia Dagger

A mis 19 años de edad puedo decir que soy una chica bastante tranquila en diferencia de toda la gente de mi entorno. Siento cierta pasión por los libros y en todo lo envuelto a la literatura, de hecho, es lo único que me mantiene evadida muchas veces de la propia realidad. En respecto a mi madre, ya que todo va por ella, siempre me empujó por los libros. Trabaja actualmente en una biblioteca cercana de donde vivimos y eso en cierta manera es reconfortante. Recuerdo cómo de pequeña me llevaba con ella a su trabajo, cómo recorría los largos y gigantescos pasillos en busca de alguna portada interesante que captara mi inocente atención. A día de hoy, somos sólo ella y yo.

—¡Gaia! Vamos, el autobús vas a perderlo cómo sigas en este plan y yo por mi parte también llegaré tarde si te sigo avisando.

—Si, dame un minuto—dicho esto recogí mi mochila y eché un último vistazo a la habitación, si hay algo que a mi madre la llevaba por el camino de la amargura era el desorden y no me apetecía en absoluto escucharla a estas horas de la mañana.

Bajé las escaleras con rapidez y en este último escalón me agarré a la barandilla dando un salto hasta que las suelas de mis zapatos impactaron en el suelo de mármol.

—Me voy, mamá—le lancé un beso mientras me acercaba a la puerta.

—Pero si ni si quiera has desayunado, Gaia.

—No pasa nada, ahora me encontraré con Daria y de seguro que querrá tomar algo en la cafetería de la universidad.

—Está bien, ten un buen día y salúdala de mi parte. Ya sabes que te quiero—rodó los ojos.

Asentí dedicándole la mejor de mis sonrisas mañaneras y acto seguido salí cerrando la puerta tras de mí. Cogí mi móvil y conecté los auriculares. Me encantaba escuchar música la mayor parte de las 24 horas del día. Opté por Glimpse of us de Joji. Voy al contario al igual que muchísimas personas en el mundo, estas feliz y escuchas canciones tristes; estás mal y escuchas canciones positivas (no suele darse este segundo caso)

No sabría decir ahora mismo cúal es mi gusto musical favorito, es decir, todo lo que escucho que me guste lo guardo. No me atrevería a hacer algún día una playlist porque literalmente sería juntar en una misma pizza un trozo de pollo recién sacado del horno, lacasitos, queso y chocolate.

Me dió por mirar hacia la otra orilla de la calle, una escena me llamó la atención aunque no oyera casi nada. Justo en un bar, allí se encontraba un chico alto. Iba vestido con una sudadera gris bastante ancha junto con unos pantalones a juego en color negro gastado. Tenía la capucha de la sudadera puesta y estaba de espaldas a mi campo de visión con lo cuál no pude ver su rostro. Se llevaba las manos a la cabeza en señal de que estaba frustrado, parece que esperaba a alguien. Todo esto escuchando el título anterior no ayudaba en absoluto. En ese mismo instante sale del mismo bar un señor de su misma estatura. Sin percatarme, me detuve. Este chico alzaba la voz pero no lograba entender que le decía a aquel hombre. Este último puso fin a su pequeña disputa y volvió dentro. Tragué saliva quitándome uno de los auriculares que ocupaba mi oído izquierdo y miré de reojo a aquel chico con capucha.

¿Qué le pasará? Parecía preocupado.

Entonces se dió la vuelta. Llevaba un gorro de punto negro tapando así su cabello por completo. Tenía un rostro triste, ojeras notables cómo si de dos hoyos se trataran y su semblante lucía delgado. La canción dio por terminada y en ese mismo instante cruzamos miradas. Una corriente eléctrica mezclada con vergüenza recorrió toda mi espina dorsal. Su mirada de vacío me incomodó. No expresaba ni alegría, maldad, tranquilidad, nada. El susodicho rascó parte de su nariz con el filo de sus dedos y apartó la mirada para poner inicio a su caminata, bajó la calle y desapareció al cruzar la esquina.

Algo que también me recuerda mucho mi madre de vez en cuando es que soy la persona más entrometida del mundo. Supongo que nunca le falta razón.

PompeyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora