1_Pasillo de sombras

27 4 0
                                    

Por fin lo veo. Allí está, el recipiente que contiene la esencia de Venus. Al final de ese pasillo cuyo suelo está hecho de sombras vacilantes. ¿El resto del entorno? Vacío. Las paredes y el techo son una nada de un color morado oscuro por el que reptan las almas de los condenados. Sus gritos ascienden desde las profundidades del Averno.

Llegados a ese momento, a punto de lanzarme directa en brazos de la muerte por quinta o sexta vez (ya ni recuerdo) en el último mes, pienso en todo lo que me ha puesto en esta situación. Un cúmulo de acontecimientos y malentendidos me habían llevado a aquel viaje en pos de aquel objeto robado. Aunque más que objeto, yo diría alma perdida.

Recuerdo con total nitidez el pálido rostro de Venus instantes antes de desfallecer en brazos de su amado, el color abandonando su cuerpo conforme pasaban los segundos, su respiración cada vez más débil, la angustia en la cara de Marte, la ira que aquel dios concentrada toda en un potente rugido. La diosa del amor había caído medio muerta en manos del dios de la guerra. Podríamos decir que es un cliché, pero no fue la matanza lo que apagó el amor. No. Alguien había robado la esencia vital de la diosa.

Pocos saben que, en realidad, los dioses romanos no tenían alma, al menos no en su interior. Hacía milenios que se las habían arrancado ellos mismos, temerosos de la muerte y de la ambición de sus enemigos. Las habían guardado en esplendorosas ánforas de distintos materiales, todas ellas irrompibles y eternas, y habían almacenado esos valiosos recipientes en un lugar recóndito y altamente secreto. Un lugar impenetrable... hasta ahora. Alguien había entrado y había robado el ánfora de Venus. 

Ahora mismo comprendería que un mortal se la llevase. Allí delante tenía el recipiente más bello que jamás había visto en mi vida. De un marfil blanco, ricamente decorado con motivos relacionados con la diosa (parejas enamoradas, cupido haciendo de las suyas, lugares íntimos donde nace y crece el amor...), esa ánfora se alzaba imponente y hermosa a apenas unos metros de mí.

Marte había sido tajante. "Tráemela de vuelta o sufrirás las consecuencias". Cualquiera se preguntaría qué pintaba yo en todo esto. Sencillo: estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. Como diosa menor recién incorporada a lo que los antiguos griegos llamarían el Olimpo, acababa de entrar en un mundo en el que todos se conocían de siempre y yo era la extraña. La extranjera. La marginada y/o la enemiga. Nadie se fiaba, a pesar de que Júpiter me había concedido la inmortalidad gracias a los numerosos actos de bondad y sacrificio de los que había salido ilesa en la tierra. ¡Qué bonita forma de llamar a partirme el culo por los caprichos del dios del rayo! Él, sabedor de mi valía y mis habilidades, me había encomendado una serie de tareas nada fáciles que, de completar, me convertirían no solo en leyenda, sino en inmortal. Al menos encontrar nuevas conquistas no estaba entre sus demandas. El caso es que era oficialmente inmortal, acababa de recibir mi ánfora particular (bonita, pero no a la altura de la de Venus) y debía llevarla a aquel lugar tan secreto que solo los dioses conocían. ¿Adivináis el resto? Sí, Marte me acuso de robar la esencia de Venus por envidia a su belleza y elegancia. ¡Vaya chorrada! Como si ser guapa me valiera para algo en los distintos enfrentamientos y batallas en las que me vi inmersa en mi camino hacia la gloria. Defendí mi inocencia, pero Marte decidió que debía devolver la esencia de Venus. Solo así demostraría que estaba al margen del robo. Todos le apoyaron. Supongo que a nadie le apetecía mover el culo.

Ahora me encuentro en las profundidades del Tártaro, a unos pasos de conseguir aquello por lo que me mandaron. Este espectáculo de sombras y oscuridad me da una idea de quien es el culpable, pero no voy a lanzar condenas al aire. Yo no soy como ese violento dios de la guerra. Cogeré la dichosa ánfora y me iré. No puede ser más complicado que haberme enfrentado a aquella hidra o a aquel otro monstruo de quince ojos que me encontré en el camino. 

Con cautela, doy un primer paso y espero. Nada. Conforme avanzo, mis latidos se tranquilizan y mis nervios desaparecen. A pesar de estar construido por sombras, este pasillo parece bastante estable. En apenas un minuto me planto en el final. El ánfora está sobre un pedestal. Alargo la mano para alcanzarla. El marfil está frío, pero la decoración en tonos rojos y rosados desprende una calidez reconfortante. Levanto ligeramente el recipiente y lo sostengo frente a mí. Es más bonito de cerca. Cualquiera se quedaría embelesado ante él. 

Me dispongo a volver por el mismo pasillo, pero a medio camino me detengo. Al final, en el arco de roca que marca la entrada a esta extraña y escalofriante cueva, una figura oscura, envuelta en las mismas sombras que forman el pasillo, me mira con unos ojos llameantes. Entonces, el suelo desaparece y comienzo a caer. 

Vagalumes: Cuentos de otoño (EN LIBRERÍAS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora