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9 de agosto.

Un día más. Otro cualquiera.

00:01

Chu Wanning ni siquiera se percató de que el día había cambiado. Siguió trabajando, completamente absorto en las letras que iba uniendo, formando oraciones concisas y cortésmente contundentes.

El único sonido dentro de la habitación provenía de las teclas de la computadora y las hojas deslizándose.

Los suaves toc, toc en la puerta siguieron sonando por unos segundos más. Chu Wanning aún haciendo caso omiso a tal perturbación.

Chu Wanning levantó la vista del ordenador cuando el chirrido de la puerta al abrirse lo desconcentró. Su lengua ya estaba preparada para sermonear a cualquiera que haya venido a molestarlo.

Sin embargo, su voz murió en su garganta.

A través de los vidrios de sus anteojos, vislumbró a un hombre alto, de hombros anchos y todavía vestido con su simple traje negro de trabajo -no por ello menos atractivo y encantador-.

Chu Wanning parpadeó un par de veces, absoluta y totalmente perdido. Mo Ran ya debería haberse ido a casa hacía tiempo, mucho, mucho tiempo.

¿Por qué sus brazos también estaban detrás de su espalda?

"¿Mo Ran?" Hubo un ápice de desconcierto en su voz. "¿Por qué todavía no te has ido a casa?" Preguntó mientras se apartaba del escritorio con los brazos.

Mo Ran suspiró con una extraña mezcla de cariño e impotencia. "Wanning, ¿realmente lo olvidaste?"

«¿Olvidar? ¿Olvidar qué?» Chu Wanning todavía podía jactarse de su buena memoria. Estaba seguro de que no había ningún evento especial esa noche. Además, ya era sábado, el fin de semana acababa de empezar y con ello el descanso tan esperado por todo el mundo.

Parece que no había sido muy bueno ocultando su confusión, ya que Mo Ran extendió un brazo para alisar el pliegue entre sus cejas con sumo cuidado y un toque lleno de afecto.

Aquella acción sorprendió aún más a Chu Wanning, quien se alejó por instinto. Dio un paso atrás, pero Mo Ran dio un paso hacia adelante.

Antes de que Chu Wanning pudiera volver a abrir la boca, Mo Ran le lanzó una sonrisa con hoyuelos, cálida, dulce y amorosa. Acto seguido, su mano izquierda se movió con cautela y delicadeza, sin querer asustar al minino frente a él.

"¿Qué...?" Comenzó Chu Wanning, sin creer la vista ante sus ojos.

Un ramo de flores. Un gran ramo de flores. Rosas rojas. Un ramo completo de rosas rojas.

"Feliz cumpleaños, baobei", dijo Mo Ran, con su tono bajo e íntimo, afable y risueño.

"Tú..." Chu Wanning no sabía qué decir. Con manos levemente temblorosas, agarró ese ramo y la apretó tiernamente contra su pecho, oliendo la fragancia fresca y el rocío de las flores.

"Mo Ran..." Sus cuerdas vocales parecían haberse tensionado y quebrado a último momento. Sus ojos parecían picarle. No iba a llorar. Por supuesto que no. Simplemente era algo nuevo e insólito. Lejos de cualquier experiencia que haya vivido en sus 31... No, 32 años de vida.

De repente, todavía pasmado en viejos recuerdos de toda una vida mayormente solitaria, fue jalado a una calidez segura, cómoda y reconfortante.

Chu Wanning, esta vez, no se alejó. Se relajó en aquella seguridad casi al instante.

Chu Wanning sabía que jamás encontraría otro lugar como ese.

Cuando estaba con Mo Ran, todas sus incertidumbres, miedos y pesares desaparecerían como una huella en la arena borrada por el agua de mar. Cuando estaba con Mo Ran, todo se sentía correcto. Incluso en las peleas, con la frustración y el enojo recorriendo su cuerpo; al final del día, tenía unos brazos que se aseguraban de no soltarlo. Al final del día, la discusión arrugada como papel se alisaba hasta volver a como fue.

Rosas, bailes y un amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora