1. Cita a ciegas

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—Mala idea.

Tsuna suspiró profundamente cuando revisó su teléfono otra vez y se dio cuenta que su impulso idiota por salir con alguien lo llevó a pedir ayuda a su amiga, la cual lo llevó a conocer a una amiga que no tenían en común, y esta le presentó a alguien más, así hasta que se unió a una especie de asociación donde ayudaban a los solteros como él a encontrar el amor de su vida.

—Muy mala idea.

Golpeó su cara con su almohada mientras se negaba a aceptar que estaba un poquito desesperado, pues llegar a sus treinta sin haber cursado por su amor de primavera lo había tenido tan estresado y desanimado que cometió una locura. Pero si lo pensaba bien, no era tan malo, eso lo ayudaría a conocer más personas, y tal vez encontrar a alguien que le calentara el corazón.

Al final decidió ir a esa reunión.

Se colocó un perfume suave que su madre le regaló hace tantos años y que le gustaba tanto que incluso ahora buscaba la marca para seguir usando el mismo. Revisó que su camisa estuviera correctamente colocada, sus pantalones limpios, y su rostro no se viera tan horrible para al menos dar una primera buena impresión.

Y acudió a la cita.

No conocía a su pareja de esa noche, era parte del encanto de las llamadas "citas a ciegas", así que solo se sentó en la mesa de aquel restaurante y jugó con sus dedos mientras esperaba. Trató de no mirar a su alrededor para no ilusionarse con alguien que no fuera su compañía designada, y trató de repetirse que era bien parecido y merecía una oportunidad.

Alguien carraspeó suavemente y antes de que elevara su mirada, en la mesa, a centímetros de sus manos, colocaron un pequeño pedazo de papel que tenía un dibujito de un gato. Sonrió instintivamente y elevó su mirada para agradecer el detalle inesperado.

Admiró un par de iris azules que de cierta manera le recordaron el mar... y también a una muñeca que vio en una tienda alguna vez.

—Te ves inofensivo.

Tsuna elevó una ceja al captar el tono agravado de esa voz, y solo ahí darse cuenta que el rostro inmaculado de quien le hablaba era la de un chico. Sintió un pequeño espasmo en su espalda y mentalmente tuvo un ataque de pánico. ¿Un chico? ¿Mi cita es un chico joven?

—Sí soy.

Y pronto se vio envuelto en su primera metida de pata. Porque avergonzarse a sí mismo era su pasión.

Escuchó un sonido suave, como una suave risita nasal, y después solo se encogió en su lugar mientras el azabache tomaba asiento frente a él.

—Soy Hibari.

—Un gusto, Hibari.

—¿No me vas a decir tu nombre?

—Soy Sawada —se enderezó y trató de calmarse—. Disculpa... no sé qué más decir, es mi primera cita a ciegas.

—Esta es la quinta para mí —el azabache pareció casi molesto— y la última.

—¿Por qué?

—Le prometí a cierta herbívora molesta que tendría cinco citas y ella me dejaría en paz.

—Oh —Tsuna sonrió un poco divertido por la situación—. Supongo que usted es muy especial para esa persona, y solo quiere que tenga una vida feliz junto a alguien que lo ame.

—Al parecer, el que quiere eso, eres tú.

Tsuna se encogió de hombros y bajó la mirada, porque era verdad, ese era el sueño que tenía para sí mismo.

—Bueno... Hum... ¿Qué quiere saber de mí, Hibari? —intentó desviar el tema.

—Quisiera entender por qué me recuerdas a un pequeño gato salvaje.

—¿Eh?

—Adorable... pero siento que debo tener mucho cuidado también.

Tsuna sonrió. Tal vez no fue tan mala idea ir a esa cita.

—Usted me da la impresión de ser un lobo domesticado... Amenazante, pero muy dulce también.

Miró el dibujito que le dieron y lo tomó.

—Gracias, Hibari.

—Creo que no será mi última cita con alguien... Espero tener varias más contigo, Sawada.

—¿Eh?

—Así tal vez entienda por qué hueles tan bien.

Tsuna sintió una vergüenza intensa, pero no desagradable que le recorrió las mejillas.

—Tal vez deba darte una mordida y comprobarlo.

—... Como un lobo juguetón.

Hibari sonrió, y Tsuna creyó que aquella sonrisa era hermosa. 

Sonata de jaleaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora