8. Caricias en el cabello

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"Con este anillo te entrego mi alma"

Esas fueron las palabras que su ahora esposo le dijo el día en que contrajeron matrimonio, el mismo día en que lo vio por primera vez.

"A ti me encomiendo por la eternidad"

Le había respondido como era tradición, a pesar de que estaba sorprendido porque la frase de su esposo no fue exactamente la que le enseñaron correspondía a la ceremonia.

Y así como no se usó la frase adecuada, su vida en sí no lo fue.

Porque no se consumó el matrimonio.

No le obligaron a nada que no deseara.

No tuvo que callarse y soportar lo que su pareja impusiera.

No hubo agresiones como su tía le contaba que a veces pasaba.

No hubo miedo o lágrimas.

Tuvo suerte.

Mucha suerte.

—Quisiera ir de compras, Hibari-san.

Lo trataba con respeto como era debido, pero Kyoya solía hacer una mueca y repetía la única cosa que de verdad le impuso.

—No uses honorífico. Somos iguales.

—Perdón.

Sonrió, porque no podía evitarlo. Le parecía muy gracioso que aquel azabache se enfadara por algo tan simple y no porque esa mañana rompió dos platos o cuando echó a perder la cena porque confundió la sal con el azúcar.

—Le preparé la receta de mamá.

—Huele muy bien.

Tsuna solía esperar emocionado la respuesta a su comida, una expresión, o una crítica. Sonreía al verlo disfrutar de la preparación, y esperaba tranquilamente el delicado toque de aquellos dedos en sus cabellos.

Porque Hibari Kyoya no era expresivo o buen platicador, pero era dulce y amable.

Disfrutaba mucho cuando las caricias se deslizaban hacia un lado de su cabeza, esos dedos se enredaban suavemente en sus cabellos, y se quedaba ahí por unos segundos antes de que esos ojos azules brillaran como un par de estrellas.

—Me hace muy feliz el haberme casado con usted.

—A mí también.

Y un día cualquiera Tsuna quiso también acariciar los negros cabellos de su esposo, lo pidió con vergüenza, pero quería demostrarle el mismo afecto que recibía por parte de Kyoya. Porque su corazón latía desbocado cuando se miraban o cuando una sutil sonrisa se formaba en esos labios.

El azabache solía recostarse en su regazo, con cuidado, cerrando los ojos y respirando suavemente. Tsuna sentía un leve temblor en sus dedos cuando daba la primera caricia en esas hebras lisas y suaves. Y soltaba una suave risita al escuchar a aquel hombre suspirar satisfecho por el contacto.

Le brindaba caricias amables hasta que Kyoya se quedaba dormido, y lo miraba durante largo rato, perdido en su fantasiosa mente en donde aquel hombre le besaba las manos, la mejilla, y lo envolvía entre sus brazos.

Pero sabía que no pasaría.

Porque su matrimonio estaba bien así.

Con muestras de cariño basadas en...

—Me he enamorado de tu sonrisa.

—¿Eh?

Se quedó quieto cuando escuchó eso, detuvo sus manos, sus mejillas enrojecieron, no sabía que hacer.

Pero el azabache tomó su mano y la colocó sobre sus cabellos para que siguiera acariciándolo como hasta hace un momento.

Pero Tsuna no podía.

Temblaba.

—Yo...

—Tsunayoshi, nunca he exigido nada.

—Sí.

—Pero ahora quiero que sigas acariciando mis cabellos hasta que me duerma y después también. Quiero que lo repitas todos los días.

—Sí —susurró.

Retomó su tarea con delicadeza, escondiendo la emoción y los nervios. Desbordando felicidad y atreviéndose a soñar un poco más. 

Sonata de jaleaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora