capitulo 4 Ainhoa

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El coche avanzaba cada vez más despacio entre la marabunta del tráfico de la gran ciudad, Ainhoa sentada en el automóvil maldecía su mala estrella, el primer día de trabajo y ya llegaba tarde a su nuevo puesto.

«Menos mal que avise...» pensó para sus adentros. Se miró en el espejo retrovisor, este le devolvió una mirada cansada, con unas ojeras disimuladas por el maquillaje.

Activó el altavoz del coche, y buscó el número de móvil de su jefe

— ¿Antúnez? Buenos días —dijo al sentir como su interlocutor descolgaba el teléfono a la otra parte del hilo telefónico

— Buenos días Ainhoa

— Oye ya estoy de camino ¿Quedamos en alguna parte...?

— Pues cuando estés avísame y salgo a la recepción a buscarte para que te den la acreditación.

— Venga pues en unos 15 minutos estaré allí.

Colgó el teléfono, y se puso a pensar, después de muchos años por fin iba a poder ponerse a trabajar. Desde que había hecho las prácticas en la carrera de económicas, no había vuelto a sentir aquel cosquilleo al tener la posibilidad de sentirse útil.

Llegó al aparcamiento del centro comercial, estacionando el coche, puso un mensaje a Antúnez y esperó dentro del coche a que le respondiera.

— Vente para adentro te espero en recepción

Inhalo aire, y se dispuso a entrar en la recepción del súper.

Ainhoa Ruiz era una de las hijas de uno de los empresarios más reconocidos de la ciudad, que había logrado hacer una fortuna a base de explotar terrenos en las afueras de las grandes ciudades, lo que le había proporcionado una gran posición social, y poder pasar parte de su vida fuera de la capital, permitiéndose estudiar en una gran universidad.

Y aunque estaba más que preparada para poder aspirar a cualquier puesto dentro de la empresa de su padre, ella había decidido dedicarse a crear su propio camino.

Se escudaba en que no necesitaba el apellido de su padre para poder abrirse camino en cualquier empresa, pero la vida de vez en cuando pone en el camino de las personas piedras o dificultades, en el caso de Ainhoa esa piedra se llamaba Alberto Martínez

Se habían conocido en una de las mejores y más privadas salas de Madrid, sus amigas le avisaron desde el principio de quien era aquel individuo que se pertrechaba detrás de aquella sonrisa perfecta.

— Es un playboy Ainhoa no te fijes en el cielo— le decían sus amigas

Pero ella hizo oídos sordos, y pasó aquella noche hablando con el hombre de la sonrisa, no tenía más ojos que él. Aquello debería ser felicidad pensaba ella, pensó cuando llegó a su casa la primera noche que Alberto la llevó en su flamante deportivo.

Un chico guapo, alto con una fortuna más que envidiable y de buena familia

— ¿Dónde están ahora los fallos? — les preguntaba a sus amigas

— Es un picaflor, lo han visto mil veces en la noche de Madrid con unas y otras... te va a dejar en la estacada ya verás y con el corazón roto.

Pasó el tiempo, y la relación se fue afianzando, Alberto entraba y salía de la casa de Ainhoa, se había ganado la confianza de sus padres que le veían como el yerno perfecto... Además se había puesto a trabajar en uno de los centros comerciales de su padre, por lo que su vida nocturna se había reducido a la mínima expresión. Alberto cada vez estaba más contento de puertas para adentro, tenía un trabajo y su vida estaba cada vez más encauzada.

Cuando ambos decidieron ir un paso más allá, las revistas y los cotilleos por medio Madrid, se hicieron lenguas, el famoso playboy de la ciudad Alberto Martínez había pedido la mano de la hija de unos de los magnates de la ciudad.

Ainhoa no cabía en sí misma de alegría, su vida parecía encaminada a una gran vida, tenía pareja, la vida le sonreía y su padre, aunque a regañadientes, había aceptado que empezara un máster para prepararse una oposición.

La vida le sonreía....

Entró en la pequeña recepción del supermercado, donde la persona que había en el mostrador levantó la cabeza, mirándola fijamente.

— Doña Ainhoa, qué alegría volver a verla por aquí, no la esperábamos.

— Manuel...siempre tan amable ¿Qué tal están Irene y los niños?

— Muy bien, ya los niños están terminando el colegio

— Dales saludos de mi parte

— ¿Quiere que avise al señor Martínez?

— No hace falta...vengo por otros motivos.

Desde la puerta que daba acceso al supermercado se oyó la voz de Antúnez que iba hablando por el teléfono móvil. Este le dio la mano, sonriendo y con un gesto le dijo que esperara un segundo que enseguida estaría con ella.

No dejaba de mirarlo, nerviosa, esperaba que aquello saliera bien.

— Ya estoy contigo Ainhoa, a ver Manuel— dijo Antúnez— ¿tienes ya las acreditaciones que te hemos mandado?

— Tengo que buscarlas dame un segundo

El hombre rebuscó entre los papeles que tenía en una de las cajoneras, sacando un paquete grande de folios, y una tarjeta.

—Aquí tiene— Manuel dejó el paquete de folios encima del mostrador negro.

Antúnez rebusco entre los papeles, localizando la pequeña tarjeta, que daba acceso a la tienda.

— Me tienes que firmar los documentos, para que te den de alta, y aquí tienes tu tarjeta.

Ainhoa leyó por encima y firmó los documentos. Era la primera vez que se ponía a trabajar después de tener a los gemelos, estaba muy ilusionada y además poder trabajar tan cerca de Alberto.

Los gemelos habían colmado de felicidad a la pareja, aunque había tenido complicaciones en el desarrollo del embarazo, había podido tener la suerte de tener los mejores doctores y poder estar en los mejores hospitales para que todo fuera bien.

Alberto se había distanciado en aquella época que tanto lo había necesitado, ella lo achaco a sus cambios de humor, llegando incluso a tener que quedarse unas semanas en casa de sus padres. Los días pasaron, Alberto volvió a llamar a Ainhoa y pareció que el tiempo no había pasado jamás por ellos, incluso se mostraba más cariñoso. Esos días antes de la feliz llegada de los gemelos fueron los más felices, Alberto se había quedado en casa con ella, cuidándola y no dejando que nada pudiera molestarla.

Cuando una mañana de primavera llegaron los dos niños, fue el momento más feliz de sus vidas, aunque tuvieron que estar unos días en el hospital, recuperándose de la cesárea. Desde entonces se dedicó en cuerpo y alma a cuidar de los pequeños.

Antúnez y Ainhoa entraron hablando animadamente por los pasillos del supermercado, Ainhoa apenas le prestaba atención, sabía que todo el mundo la estaba mirando, pensando que hacía allí. Se colocó bien la acreditación.

— Nuestro grupo aquí se encarga de la zona de refrigerados, lácteos y alguna sección de bebidas, les he dicho que venías hoy así que nos vamos a reunir en el almacén

Desde la otra punta del súper, alguien la llamo, era Alberto

— Por fin has llegado...hola cariño— Dijo Alberto depositando un tierno beso en la mejilla— ¿has dejado ya a los peques en el cole?

— Si estaban la mar de contentos porque mami y papi trabajaban juntos

— Vaya dos de verdad

— Voy a almacén a con Antúnez que me ha dicho que nos esperan allí

Alberto la cogió del brazo y le susurro al oído, con la intención de que Antúnez no los oyera

— Está Bianca...

Ainhoa palideció al momento.

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