| 𝐈𝐈𝐈 › Capítulo Tres

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Media noche. La boda sucedió caída la tarde, todos los habitantes de Menfis celebraban el matrimonio entre su príncipe y la emperatriz. Era el inicio de una época dorada para todos.

Durante el final de la fiesta, el novio y la novia tendrían que partir a Tarium. Latil estaba ansiosa por regresar a su tierra natal junto a su nuevo esposo.

—Puedo darte un poco de tiempo con tu familia para que puedas despedirte de ellos. —su oferta no fue desaprovechado. Su silencioso esposo –tan adorable a su vista– aceptó sus palabras y fue directo a los brazos de su hermano mayor.
Tarkhan, heredero a Menfis y el líder de aquella manada de hermanos serpientes abrazó con tanta fuerza al más pequeño.

—Ten paciencia. —suplicó a su oído—. Si nada marcha bien y sientes que ya no puedes, no dudes en contactarme. Iré por ti.

—Ánimo. —dijo el tercer hermano abrazando por la espalda al menor—. Iremos a visitarte seguido pequeño.

—No te asustes, ¿sí? —habló el cuarto—. Cuando te sientas triste piensa en nosotros. Nosotros pensaremos siempre en ti.

—Es tan pequeño aún para esto. —sollozó el segundo mientras daba la espalda. Siendo tomado como 'el más rudo' no quedaría bien que todos lo vieran llorar por la ida de su hermanito menor.

—Hermanos —empezaría a llorar, tal y como Ibi-sim no estaba haciendo dado de espaldas. No perdía su linda sonrisa. Le quemaba el alma tener que abandonar el palacio de Menfis, el Imperio entero y sobre todo a sus siete hermanos mayores—, prometo que también vendré seguido. Los echaré tanto de menos.

—¡Al diablo! —gritó el segundo dándose vuelta dejando ver las miles de lágrimas que corrían por toda su cara. Abrazó a su hermano menor con fuerzas—. Harás tanta falta en este palacio de mierda. —sollozó en su hombro—. Pequeño enano travieso. No te atrevas a no enviarnos una carta cada vez que puedas, tampoco te atrevas a no informarnos todo lo que te suceda. Al mínimo rastro que sienta que no puedes soportar... —su rojiza mirada fue a dar a Latrasil, ambos se vieron con fiereza— iremos por ti y no dejaré simiento en pie si se atreven a hacerte sufrir.

—Prometo que cumpliré todo que demandas Ibi-sim. —aceptó el abrazo del hermano segundo con cariño—. Los tendré informados de todo.

—Ve con cuidado cariño. —oyeron decir una voz femenina.
La emperatriz de Menfis abrazó a su hijo de igual. Besó su frente y acarició su mejilla en el proceso—. No dejes que en ese palacio rebajen tu nombre, recuerda que tu eres el Príncipe de una de los más grandes imperios del continente.

—Enorgullece a tu familia. —dijo la grave voz de su padre. El hombre junto al anciano –su abuelo y padre de su padre– estaba juntos a una distancia corta—. Eres el esposo oficial. —aclaró el Emperador de ojos carmesí—. Debajo de ella, tu eres el segundo hombre en Tarium más poderoso. ¿Entendiste, Dastan?

—Entendí, padre. —respondió.

Se despidió de toda su familia una vez más antes de ir junto a su esposa.
Latil esperó pacientemente en la entrada del palacio. Ella comprendía que esto era difícil para él, por esa razón no le exigió que se apurara con los abrazos de toda su familia. Debe ser difícil abandonar todo.

—Estoy listo. —oyó decir. El ahora emperador de Tarium finalmente terminó su despedida y fue junto a ella—. Podemos irnos.

—Bien. —extendió su mano. El gesto repentino sorprendió al castaño—. Vamos entonces a casa, Emperador Dastan.

Él aceptó el destino. Aceptó que era el nuevo emperador del Imperio Tarium. Aceptó que era el esposo de la una de las mujeres más crueles de la historia. Lo que no aceptaba era a ese harem.

—¿Pasa algo? —Latil notó la seriedad con la que él cargaba desde que subieron al carruaje—. Sea lo que sea, puedes decírmelo.

—El harem de su majestad... —habló luego de meditar la respuesta— ¿seré yo quien estará a cargo de sus amantes?

—Bueno... —jamás esperó una queja así, por motivos como este es que nunca tuvo una respuesta preparada. ¿Qué podría decirle ahora?— después de todo, eres el esposo oficial. —eso sonó estúpido, pero tampoco podría mentirle y decirle que todo era color de rosa. No estaba preparada. No tenía las palabras apropiadas—. Es la primera vez, después de tanto tiempo, que un gobernante en Tarium tiene un emperador consorte. Los consorte siempre fueron los encargados del harem, asique...

—Me niego a estar en contacto con esos hombres. —determinó.
Latil jamás se esperó algo así, por ese motivo tenía un rostro de sorpresa –meramente gracioso– —. No voy a rebajarme a estar al servicio de los amantes de mi esposa.

—No son amantes, son concubino. —dijo.

—¿Y hay diferencia alguna entre un amante y un concubino? —replicó con su pregunta a la emperatriz—. Yo soy tu esposo oficial. Deberías de sentirte satisfecha conmigo.

—No puedo solo deshacerme del harem. El asunto llevaría a muchas peleas políticas. —bueno, tampoco es fácil para él aceptar que no sería el único hombre en la vida de su mujer –es su mujer, oficialmente lo es–. Latrasil podía entenderlo –lo entendía muy bien–. Romper ese harem sería un error muy grave, está en juego mucho—. Escucha. —él volteó a verla—. Sé que es difícil para ti, pero no puedes cambiar la tradición que ha estado vigente durante décadas en el Imperio. El harem no solo es un sistema en el cual el soberano puede satisfacerse carnalmente, también cumple una función muy importante en la política. Tengo varios hombres a mi poder que son muy influyentes.

—Yo soy más que cada uno de ellos. —determinó. No podía ir en contra de eso, era verdad. Menfis, después de todo, solo estaba por debajo de su propio imperio en grandes fuerzas.

—Entonces, ten por seguro que nadie irá contra ti. —aseguró la pelinegra.
Tocó la mano de su esposo eh hizo que él le viera con sorpresa—. Eres el Emperador de Tarium. Mi esposo oficial.
Mi palacio, mi imperio, mi nombre y mi apellido son tuyos; brindame a un emperador capaz de reinar a mi lado y yo te brindaré una esposa y un hijo, pero para eso... Tienes que aceptar a los hombres de mi harem.

Su silencio indicaba que lo estaba pensando detenidamente.
Dastan volteó a ver la ventana del carruaje, aún indagandose en qué responderle a su esposa.

—Tss. —volteó para volver a verla—. Aceptó. —oír esa palabra fue un total alivio—. Pero tengo condiciones.

—¿Condiciones?

—No estaré obligado a tener contacto con ellos, a menos que sea muy importante. —dijo su primera condición. Prosiguió entonces—. Ellos no podrá digirme la palabra, tampoco podrán verme a la cara. Me haré cargo del harem, pero que no piensen que pueden ser mis amigos.

𝐄𝐌𝐏𝐄𝐑𝐀𝐃𝐎𝐑 𝐎𝐅𝐈𝐂𝐈𝐀𝐋 |The Men of my Harem✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora