| 𝐈𝐕 › Capítulo Cuatro

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—Buenos días, su majestad.

Primer día siendo el Emperador de Tarium.

No había esperado hallarse con tantas sirvientas alrededor de su cama en espera que servirle; todas ellas poseían encantadoras sonrisas dirigidas a él. Él, por otro lado, tenía un rostro completamente desencantador. Se sentía pésimo, terrible... Deseaba no levantarse de la cama en todo el día.

—Su majestad, es hora de que usted se levante. Necesita ser preparado para su primer desayuno con la Emperatriz. —habló una vez más la misma joven al percatarse que el Emperador no hacía el intento de alzar la cabeza de la almohada por lo menos.

—No desayunaré. —su negación tomó a todas las muchachas por sorpresa—. Dile a la emperatriz que puede desayunar sola. Que no espere por mí.

—Majestad, eso no-...

—¡Ya!, ¡Fuera!, ¡Largo todas de aquí! —exigió en gritos cubiertos por demasiado enfado. Todas ellas abandonaron el lugar casi a corriendas.

Dastan se sentía humillado.

Además de haberlo rechazado, dejó la habitación para dormir en otra separada.
¿Qué clase de matrimonio era este, en el que la esposa se rehúsa a tocar a su esposo la primera noche de matrimonio?

Fue tan molesto que tan solo lo haya dejado así, diciendo simples palabras como «No forzaré nada»

—¡Maldita! —gritó para después golpear la cama—. ¿Quién te has creído para abandonarme en la primera noche? No eres más que una cruel y despiadada mujer, Latrasil Tarium.

La despiadada mujer se sentía tan aliviada ahora mismo al saber que su "tierno" esposo no la acompañaría a desayunar. Sería tan incómodo hacerlo después de todo lo que sucedió anoche.

—De acuerdo. —respiró hondo y con calma—. Entonces vamos a dejar que él haga lo que desee. —luego de haber sido informada con la no llegada de su esposo, ella inició con su desayuno matutino sintiéndose en calma.

—Creí que su majestad la estaría acompañando. —aquellos cabellos pelirrojos eran bonitos. Extrañamente, siempre por las mañanas, ese cabello bonito se veía más reluciente. A Latil le gustaba mucho.

—Tiene migrañas. —excusó—. Tal vez lo que sucedió anoche lo dejó tan exhausto.

—Comprendo. —Sir Sonnaught sabía ocultar sus sentimientos, era bueno para hacerlo. Ni siquiera ella se percató de aquel disgusto en su mirar—. Solo espero que usted no esté exhausta. —dejó delante de ella una carpeta medianamente gorda con demasiados papeles dentro de suyo—. Tiene mucho trabajo atrasado que hacer después de todo.

Todo ese trabajo atrasado se debía a su viaje de compromiso que hizo a Menfis. Era algo necesario, tenía que volver con un esposo o con una corona, no podía solo darse el lujo de alejarse de su puesto como líder y soberana de todo un imperio.

—Ya veo. —su suspiro denotó cansancio. Sabía lo que se avecinaba y era demasiado peso de grandes trabajos por realizar—. Empezamos esta mañana de recién casada con las energías en alto. —dijo con sarcasmo que causó las risas en su compañero.

A veces le parecía bonito su risa. Él era encantador. Se preguntaba constantemente la razón por la que seguía sin una pareja, ¿habría siquiera alguna mujer a su altura o espectativas?

—Su majestad. —el Emperador volvió a dormirse, pero ese llamado lo hizo despertar otra vez. Él solo deseaba estar en paz—. ¿Sigue estando en la cama? Usted tuvo que haberse levantado hace horas.

—No tengo las energías y tampoco las ganas suficientes para levantarme de esta cama, Sir Eliot. —sonó sarcástico, era su objetivo. No tenía intenciones de ser amable con nadie, ni siquiera con su escolta. Tampoco había motivos para hacerlo con él lacayo de su hermano mayor—. Creí haberte dicho que regreses a Menfis ayer. ¿Aún sigues aquí?

—Si me atreviera a volver a poner un pie en Menfis sin su alteza real, el príncipe me mataría. —oyó la respuesta del pelinegro.

—Por supuesto, le prometiste a mi hermano que estarías siendo como una mosca alrededor de mí. —elevó tan poco la mirada para hallarse a su caballero escolta delante suyo y de brazos cruzados—. Estas haciendo un trabajo perfecto. Eres igual que una mosca, tan molesta y ruidosa.

—Sé que no le agrado a su majestad...

—No es de sorpresa, lo que es de sorpresa es que te hallas percatado hasta ahora. —dijo entre risas—. Desde los ocho me caes mal, Sir Eliot.

—... Pero no puede solo alejarme de su lado. Soy la única persona en este palacio que estará de su lado hasta el final de esta historia, sin importar qué y sin importar qué, yo solo le debo lealtad a mi señor Dastan.

Lealtad. Era lo que más necesitaba ahora.
Llegó a ese palacio sin nada. Con las manos vacías. Sin nadie, excepto él. Eliot Viserys Spencer. Hijo mayor del marquesado Spencer. Uno de los hombres más leales de su hermano mayor.

Rechazó todo escolta que se quería ser impuesto. No deseaba la compañía de una espada al lado suyo, pero fue su mayor quien le exigió traer –por lo menos– a Spencer. De no ser así, tendría que afrontarse a la carga de más de un hombre al lado suyo.

—¿Puede, por favor, levantarse de esa cama eh iniciar con su día?

Todo el palacio empezó a murmurar que el nuevo emperador no estaba cumpliendo su papel. Una muy mala impresión estaba dando. Todo llegaría a oídos de su padre, él sabe que estará furioso.

—Bien. —dejó la pereza de lado y aceptó la petición del escolta. Se sentó sobre la cama y talló sus ojos—. Ya que me vi obligado a casarme con este imperio de bárbaros... No tengo de otra que ocupar el maldito lugar del esposo oficial.

𝐄𝐌𝐏𝐄𝐑𝐀𝐃𝐎𝐑 𝐎𝐅𝐈𝐂𝐈𝐀𝐋 |The Men of my Harem✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora