El gato negro

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Cerré la puerta del que alguna vez fue mi cuarto, cansada por el viaje, mi vestido blanco que era liso se veía tan arrugado como mis manos y mi pelo rubio perdió sus rulos por el agua salada de la playa...

-¡Que nostalgia Dilan, que nostalgia Montevideo!. Los vecinos ya celebran con música y carcajadas mientras yo arrastró penas y mala suerte desde que te conocí allá por el noventa y dos- su presencia me resultó encantadora...

-¿Tu te acuerdas Dilan?. Cuando mi madre nos dejó y mi padre que sin recordar mi mísera existencia se trajo otra más linda- él me miro con atención y en silencio como sabiendo...

-O cuando casi nos echan de casa por el abuelo que apostó todo por ese papel de cinco números, bueno esa ya es figurita repetida- como guiado por mi nerviosa sonrisa, tomó mi mano entre las suyas y la apollo en su cabeza...

-Y cuando la maestra me encerró en el baño para que no la delante por acostarse con el director, igual se lo dije a su marido y le dio tanto palo al viejo que lo mandó por el destino de la línea trescientos- comencé a pasar mi mano entre el largo pelo negro de quien me escuchaba...

-O cuando el médico me dijo que necesitaba al ciquiatra para que sus caramelos controlen mi insomnio- él tan atento se me acerco apollando su nariz y luego su boca en una de mis mejillas acariciando la otra, dejándome una sensación a terciopelo con agujas...

-¡Tu si me quieres no como otros que me cambian de tal manera!. Creo que fueron cuatro, los maridos recelosos que llamaron a mi puerta en busca de mi ex pareja, pobre de los hijos que tenían mi edad o más y pobre de esas que salen con jovencitos- él tan grande y ágil, de un salto bajo de mi regazo para pegarse a la puerta...

-¿Ya son las ocho?. Dilan vamos a cenar que hoy tenes atun- el peludo gato negro que parecía peluche solo maullo reclamando su cena con los ojos grandes y amarillos mientras la tenue luz que dejaba pasar la puerta se reflejaba en la modesta placa colgando de su cueyo con el nombre de Dilan.

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