Ella

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holaaa!!!!! pues en efecto, he decidido sacar la parte de ella, la que más me ha costado escribir. antes de que empieces a leer, quiero que sepas que lo he hecho de la mejor manera posible (intentando no dañar a nadie). este tema es muy sensible, pero desgraciadamente es algo muy presente en la actualidad. espero que os guste mucho :) si veo que tiene buena recibida, hago una última parte ;) kisses de kiwis <3333333

Con mis escuetas manos, cogí el papel que había frente a mi mesa. Diagnóstico: Cáncer terminal. Como un jarro de agua helada cerré los ojos esperando a que eso solo fuese una de esas bromas pesadas. Mis ojos recorrieron con firmeza de nuevo las letras, y sentí como mis extremidades flaquearon. ¿Se moría? ¿Y la quimio que recibió durante días? Giré sobre mí misma, y vi a la pequeña y débil niña durmiendo en la cama tirada. Los ojos se me acristalaron, y noté como mi labio inferior comenzó a temblar.

Salí de la habitación con paso decidido, y fui hasta la cocina agobiada. Un nudo en el estómago se me apretaba con firmeza haciendo que me doblase apoyando la frente en la encimera. Noté dos lágrimas correr en silencio por mis mejillas, mientras que una onda de dolor me cubrió el pecho entero. ¿Dónde estaba ella? Ah mierda, se me había olvidado que era completa su jornada laboral. Mordí mis uñas con nerviosismo y atisbé a la niña moverse. La cogí en brazos y le coloqué una rebeca de lana gruesa para que el frío no le amenazase de enfermar, y salí para aporrear la puerta contigua. La señora de cabellos rizados negro me sonrío cálida y aceptó a la pequeña que tenía cogida. Me despedí con mi sonrisa mejor fingida y salí a la calle.

Me puse la capucha de mi sudadera y caminé desesperada hasta la tienda que tanto había visitado esa semana. De manera grosera, el chico me tendió el tabaco y la botella de alcohol y me señaló la pantallita donde ponía lo que debía de pagarle. Saqué mi monedero y fruncí el labio al ver el poco dinero que me quedaba. A tientas se lo conseguí pagar y salí de allí lo más rápido posible. Ya en el parque, me senté en el banco de siempre, y me encendí un cigarro.

La gente veía aquello arruinado, sin vida que merodear por ahí. Yo en cambio lo notaba como el sitio donde podía respirar con normalidad. El sitio donde mis problemas se esfumaban con el humo de mis caladas. Donde lo conocí a él. Chico de estatura alta, pelo castaño y ojos perdidos, que tímidamente se acercó a mí para pedirme un cigarro. No quería entablar ningún tipo de conversación con él, pero se sentó en silencio a mi lado y fumando compartió su dolor. Dicen que las personas más rotas se entienden entre ellas, y es así como día tras día fui allí para verme con él. Aquel parque tan gris, se veía coloreado por momentos instantáneos cuando nos reíamos a carcajadas por sus pegos o por mis sarcasmos que tanto le hacían gracia. Lo malo era cuando me despedía de él y volvía a esa cruda realidad. Esa madre descuidada. Esa hermana que cada día más débil se levantaba. ¿Y yo? Notaba que cada paso que daba era una parte de mí sin vida.

Las cosas se tornaron más serias de lo que esperaba, dándome como fruto la repentina muerte de mi pequeña hermana. Ese día me di cuenta que me había perdido completamente. Ese día vi como mi madre se apagó completamente olvidándose de mí. Lloré hasta que los ojos me quemaron. Lloré hasta que mi garganta se rasgó en mil pedazos. Esa misma tarde me fundí en sus brazos, y me dejé calmar por aquella voz que últimamente estaba haciendo de medicina para mí. Comencé a faltar a las clases dando diagnósticos falsos, y eso parecía a mi madre no importar, dejándome ir así al parque solo para beber y fumar. Mi llama se iba apagando día a día. Mi mente se iba desconectando conforme se esfumaba mi alegría.

Fue entonces cuando mis sentimientos se comenzaron a fundir, y me salían despotismos y falsas sonrisas que no quería. Me empecé a dar cuenta de que los monstruos existían de verdad, ya fuera en forma de voces que acallaban mis pensamientos o de manera violenta en pesadillas nocturnas. Mi piel estaba lívida, y mis mejillas llenas de rastros negros por el maquillaje corrido. No podía más. No podía seguir con ese dolor que me impedía seguir con una vida normal. Mis sentimientos se fueron fundiendo de un negro mate, arrastrando así conmigo a la persona que únicamente se prestaba en ayudarme. Mi lengua ya no le replicaba cosas con dulzura, solo era capaz de responderle con amargura reflejando el odio que me estaba creando sobre mí misma. Pude ver el dolor en sus ojos aquel día que decidí alejarme de su vida. ¿Podría haberme resistido y no caer en la eterna pesadilla? Sí, pero es difícil ver como la persona que amas se consume por tu culpa.

Llovía mucho aquel día cuando le solté todo aquello que mi mente planeó, pero que mi corazón a duras penas permitió. Lo vi marchar enfadado y con las lágrimas a punto de desbordar de sus ojos, dándome a mí la posibilidad de quedarme en aquel banco donde todo empezó. Me abracé a mis rodillas y lloré desconsolada dejando que el agua empapase hasta la última parte de mi cuerpo. Ese día sentí que algo en mí por completo se moría. Ese día vi la calle sin salida. Algo en mi interior me dio ese impulso a dar el paso. Algo en mí me estaba aprisionando.

Recogí con las manos temblorosas mis cosas, y miré por última vez aquel lugar. Escombros, solitario, penumbra. Mi imagen en un lugar. Antes era todo nuevo, radiante y jovial, como yo solía estar. ¿Qué había pasado? ¿Quién nos había matado? Corrí lejos de las dudas y fui hasta el lugar donde le pondría a mi sufrimiento un fin. La cruz parpadeante me avisa que estoy a solo un paso. Mis piernas flaquean en un principio, pero se yerguen cuando me veo en la necesidad de correr lejos de allí por las pastillas no poder pagar.

En casa no había nadie. No había rastro de lo que solía estar. Soledad. Compañera de la tortuosa carrera que ese día iba a terminar. Miré la foto del salón y sentí como mi corazón bombeó los últimos gritos de qué buscase una razón. Mis pies anduvieron por si solos hasta el baño. Mis manos manipularon el grifo, dejando el agua corriendo. Mi mirada se perdió en el reflejo de aquel espejo. Yo no conocía a la chica que allí se veía. ¿Dónde estaba la luz que había en su mirada? ¿Y su sonrisa bonita y repetitiva? Dudé. Cogí el teléfono y marqué su número, pero aquellas voces que me llevaban atormentando toda la semana, tomaron el control. El dolor resurgió en mí con rapidez, impulsándome a tragarme de manera basta el bote que yacía en la esquina del lavabo. El dolor aumentó cuando mi piel marchita entró en contacto con la extrema gelidez del agua. El dolor murió cuando mis ojos se cerraron, y todas las hojas de este supuesto cuento de hadas se esfumaron.

Un cuento perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora