Final

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Los abuelos murieron unos meses antes de que Cesar huyera de mi padre. El abuelo murió de diabetes, y un mes después la abuela de un infarto fulminante mientras dormía. Cuando mi hermano y Hugo llegaron a Marlucia se encontraron con la vieja casa de mis abuelos llena de polvo y porquería de ratas y gaviotas. Fue todo un proceso para que la alcaldía de la región le cediera las propiedades, pero al confirmar que era el único familiar sanguíneo cercano hicieron el traspaso de las escrituras de la casa, un pequeño restaurante en la playa que desde hace años no funcionaba, y el faro. Con el último tuvo que firmar una cláusula para hacerse responsable de encenderlo cada vez que hubiera neblina o tormentas, y los pescadores pudieran regresar seguros a las costas.

De esa forma mi hermano y su eterno enamorado se instalaron en aquel lugar que los acogió con mucho cariño y respeto, sin discriminarlos o hacerle de menos por su orientación sexual.

Les llevo un par de días tener la casa en condiciones salubres para vivir, y otro par de meses para reparar el restaurante. Meses en los que trabajaron haciendo de todo un poco. En los que aprendieron a cocinar con el libro de recetas de la abuela y la ayuda de una vieja amiga de mi madre. Así, con mucho esfuerzo, reinauguraron el restaurante familiar.

Por nuevo nombre lo llamaron como la mujer que nos amó hasta el último de sus días. Isabelle, en honor a nuestra madre.
Esa noche me llevaron a conocer el que sería mi nuevo hogar.

Cenamos con canciones de Frank Sinatra de fondo. Esa fue mi primera cena navideña en años, lo mejor de todo es que fue entre personas que eran queridas e importantes para mí, tanto yo como para ellos.

Brindamos con un poco de champaña. Luego vinieron las cervezas. Boo no bebió por su medicación, y yo bueno, no quería hacer el ridículo.

Mi hermano seguía siendo el mismo, no era de los que alzaba la voz al hablar y le gustaba mantener la calma, supongo que teníamos eso en común, secuelas de vivir años bajo maltrato tanto físico y emocional. La diferencia del chico de hacía años con el hombre de ahora, era que se notaba más seguro de sí mismo y que no se mordía la lengua reprimiendo sus opiniones. Cesar vivía a plenitud, y me alegre por eso. Lo admiraría el resto de mi vida por ser tan valiente y huir.

Pero su barba era muy fea. Parecía de vagabundo.

Hugo continuaba siendo el mismo loco metalero, que levantaba mucho la voz y hacia escándalo. Bromeaba todo el tiempo. Tarareaba canciones. Y siempre tenía energía de más. Su cambio físico fue distinto al de su pareja, sus facciones aniñadas habían desaparecido, endureciéndose. Tenía pinta de tipo malo aunque de malo no tenía ni un pelo, y hablando de pelo, lo tenía aún más largo que antes y mucho más rubio, supuse que por el sol de la zona costera.

No fue una sorpresa que los cuatro se hicieran amigos tan rápido y eso fue lo que hizo la noche más agradable.

Entrada la madrugada decidimos irnos a la cama. Mi hermano no tuvo problemas en dejarme dormir con Boo, decía que éramos muy jóvenes para privarnos de lo que quisiéramos hacer.

Hugo dijo “pero no hagan mucho ruido” y se carcajeo al ver como la cara me explotaba de la vergüenza. Boo se rasco el cuello, apenada. Sabía que era bien escandalosa, la muy puerca.

Mi nueva habitación tenía el mismo tamaño que la antigua, con la diferencia que desde la ventana podía verse el mar, y si la noche era muy silenciosa, se podían oír las olas.

En la cama Boo se acurruco bajo mi brazo, pegada a mis costillas. Rodee su cintura y le bese la frente.

Suspiro, entrecerrando los ojos.

―Feliz navidad, Tormenta.

―Feliz navidad, Pecosin―beso mi pecho muchas veces, haciéndome cosquillas―. Te amo. Te amo muchísimo.

Entre hojas secas y copos de nieve | Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora