PERSPECTIVA

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Mi alarma sonó a las 6:50; era tiempo de ir a la escuela otra vez y, sinceramente, estaba aterrado. Había tenido suficientes razones el día anterior para no levantarme de mi cama e ir de nuevo. Aunque no creo que «aterrado» sea el término que buscaba para decir lo que sentía. ¿O sería algo así como «indeciso»?

Ser el chico nuevo tiene miles de desventajas. Por ejemplo: eres la comidilla de todos. ¿A caso somos tan importantes como para hablar todo el día de nosotros? Escuchaba todos los comentarios que venían desde la otra mesa de la cafetería a la hora del almuerzo, o a la hora de la salida, cuando todo el mundo pasaba a mi lado en el momento en el que atravesaban la puerta para volver a sus casas. Por supuesto no eran comentarios que me hicieran sentir mal; ya estaba acostumbrado.

Otro de los ejemplos es cuando necesitas ayuda para llegar al retrete. Esto, aparte de hacer que aumentaran las habladurías, era demasiado incómodo para mí pedir ayuda, aunque, no es novedad que una persona use el sanitario.

Desactivé la alarma de mi buró a tientas. Según mi horario, hoy entraba a las 8:30 a la preparatoria, y mi primera clase del día era... Hmm, extraño, pero a pesar de mi habilidad de retención de información no podía recordar la primera clase que tenía por la mañana.

De acuerdo, no quería recordarlo. No tenía nada de ganas de ir a la escuela, la clase de biología no me estaba dejando muy buenos recuerdos, y eso que apenas llevaba un día de clase.

Seguía recostado en mi cama, con el edredón cubriéndome todavía hasta la parte de la cintura. Pasé una mano por mi cabello rubio (eso me ha dicho mamá), el cual ya sentía que estaba largo y solté un bostezo mientras me encaramaba para sentarme al borde de la cama.

Pestañeé un par de veces y me tallé los ojos. Tener los párpados hinchados era algo de lo que más me gustaba sentir cuando recién despertaba, es una sensación muy curiosa. En eso, alguien tocó a mi puerta.

—Adam, ¿ya elegiste la ropa que vas a llevar hoy?

Así es: me llamo Adam y elijo mi ropa. La voz de la mujer que entró a mi habitación era de mi mamá.

—Me gustaría un short y una playera sin mangas en color negro.

Claro, no soy yo quien debe sacarla del armario.

Mamá creía que no era muy conveniente que fuera a la escuela en shorts, pero papá le decía que había chicos vestidos así, pretendiendo que yo lo escuchara, entonces yo no le hallé mayor problema. Sin embargo, decidí darle el gusto.

Escuché cuando mamá dejó la ropa junto a mí, además sentí un ligero aire cuando la soltó, lo que me hizo estremecer. Odio los cambios repentinos de temperatura.

Para ser sincero prefería quedarme acostado en mi cama, mientras la temperatura de mi cuerpo se elevaba bajo el grueso edredón que me cubría todas las noches. Pero era hora de enfrentar la realidad de nuevo. Sé que estoy sonando como un adolescente fatalista y dramático, pero, bueno, todos pasamos por eso, ¿no es así?

—No pierdas el tiempo, Adam. Tu padre te quiere abajo en media hora para llevarte a la escuela o no te llevará aunque se lo pidas.

Así es: me llamo Adam y si pierdo el tiempo mi padre no me llevará a la preparatoria por más que le ruegue.

(Era broma. Sabía que mamá estaba jugando.)

—Sí, mamá.

Tenté el suelo con los pies, haciendo un esfuerzo por encontrar mis pantuflas, las cuales papá juraba que eran de tiburones. Podría parecer ridículo a mi edad usar pantuflas de tiburones, pero me gustaban mucho, además eran bastante cómodas. Me las calcé y emprendí mi camino al baño. Ya me lo sabía muy bien: me giraba a la derecha, caminaba hasta la esquina de mi cama y de ahí a dos pasos estaba la puerta de mi baño. No me fue necesario encender la luz en mi baño cuando entré a él. Caminé otros dos pasos y giré a la izquierda antes de dar otro paso más. Frente a mí estaba el lavabo.

Amor a CiegasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora