Año 124, Dinastía Ledger
Unos 10 años antes de que se escribiera el diario...
Las pequeñas manos de Erin cerraron su maletín con cautela, intentando no despertar a los otros niños que dormían en la misma habitación.
Acababa de empacar sus pocas pertenencias dentro de su maleta y estaba preparada para irse. Bien, puede que preparada no fuese la palabra ideal para describir cómo se sentía. Su corazón se apretujaba con la sola idea de pensar en todo lo que estaba dejando atrás.
El orfanato había sido terrible, pero al fin y al cabo había sido su casa por más de la mitad de su vida, y allí se alojaba la gente más importante para ella.
Erin revisó la habitación una última vez para comprobar que no se dejaba nada.
- ¿Ya te vas? - le dijo una voz familiar.
Se giró para ver a Aidan, su mejor amigo, de pie con su bata de dormir. Su pelo todavía estaba despeinado pero sus ojos parecían muy despiertos, como si no hubiera podido pegar ojo durante toda la noche. La miró con impotencia, sabiendo la respuesta que obtendría. Sin embargo, esperaba que Erin lo negara.
No pudo evitar sentir una punzada de arrepentimiento. Habían retrasado esta conversación lo máximo que habían podido, pero ya era hora de despedirse.
Ella asintió en silencio antes de acercarse para darle un gran abrazo y se quedaron así unos segundos, aguantándose el uno al otro. Ella cerró los ojos con fuerza. Durante los años que había vivido en el orfanato, este niño escuálido se había convertido en más que un amigo; eran familia y ahora ella los estaba abandonando. "Esto es para lo mejor", pensó. Era su decisión, no tenía derecho a quejarse.
- Por favor, cuidaros - le pidió, refiriendose a él y a su hermana pequeña.
Él rompió el abrazo y le dio una sonrisa apesadumbrada.
- Lo prometo -le respondió.
Erin aprovechó los pocos segundos que estuvieron el uno frente al otro para detallar su cara una última vez: ojos color plomizo, hoyuelos prominentes, piel bronceada, pelo negro y ondulado... si este era el Aidan que conocía.
Erin le mostró una sonrisa pícara al ver lo despeinado que estaba, seguramente se había revolcado en la cama durante toda la noche y haría un drama más tarde al mirarse al espejo. Aidan podía ser muy presumido.
- ¡No me destroces los rizos! - le reprochó una vez que ella jugaba con su pelo. Emy estaba sentada a su lado partiéndose de risa, mientras que Aidan y ella se peleaban.
No habría más de esos momentos...
Él se quitó el collar que llevaba en el cuello y se lo puso en la mano a Erin.
-Sé que vas a querer rechazarlo pero quédate esto - insistió.
Se trataba de una joya hermosa que caía de una cadena de plata. Era un amuleto en forma de luna creciente que contenía una lágrima, decorada con destellos brillantes de gemas a su alrededor que imaginaba representar estrellas o constelaciones de algún tipo.
Era una joya azulada preciosa, eso estaba claro, pero por más hermosa que fuera sabía que era la única reliquia que él tenía de su familia.
El niño cerró el puño de Erin y la miró con determinación. Por mucho que quisiera rechazar el regalo, sabía que era inútil pelear con él, así que se acabó conformando.
- Gracias - le dijo con sinceridad.
Miró hacia la ventana, donde se veían entrar los primeros rayos de luz. En el fondo se podían vislumbrar las famosas murallas que tapaban el hermoso paisaje que podía existir allí detrás.
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Matar un reino: la venganza de los olvidados
FantasyDurante los últimos trescientos años, lo que queda de la humanidad se ha escondido dentro de los muros de Fremlin, atrapados por el miedo a los seres inmortales que viven fuera de su ciudad. Erin, una antigua soldado del ejército, se encuentra con...