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Justo debajo de la luz de la lámpara de escritorio se encontraba Min Yoongi, a tan altas horas de la noche como acostumbraba a hacerlo, escribiendo otra letra con la esperanza de recibir un poco de dinero por ella.

Siendo demasiado modesto, Yoongi nunca se considero un autor lo suficientemente bueno, pero tampoco podía quejarse. Mientras eso le ayudase a no sentirse una carga para su madre, al chico no le molestaba tener que reflejar las dificultades que había tenido que afrontar a través de las composiciones que vendía a raperos en proceso.

Pero no hay porqué malinterpretarlo, pues a pesar de no haber nacido en una cuna de oro, Min Yoongi no consideraba su vida algo mísero. Y aun si había complicaciones, vivía su vida al día sin soñar demasiado.

Los suaves golpes a su puerta lo sacaron de su imaginación. Pronto le dio acceso a quien sabía era su madre.

—Llegaste —dijo lo obvio cuando vio a su progenitora asomar la cabeza apenas para saludarlo.

—Así es, mi turno terminó relativamente temprano. ¿Qué tal estuvo la escuela?

—Todo normal, ya sabes.

La madre de Yoongi asintió, sabiendo que su único hijo no era demasiado expresivo como para dar detalles si el mismo no los consideraba importantes. Sin embargo, entendía que Yoongi tenía sus maneras de demostrar afecto, pues él, aunque no era el chico más afectuoso del mundo, hacía lo que podía para que su madre supiera que la amaba y le agradecía toda su vida.

—¿Cenaste? —preguntó el menor.

—Todavía no, esperaba hacerlo al llegar a casa.

Y una de esas muestras de amor, que ciertamente hacían al corazón de la señora Min sentir la calidez que emanaba su hijo, era cuando Yoongi la acompañaba a cenar siempre que ella volvía tarde de su turno en el hospital.

Min Yungyeong era una enfermera de casi tiempo completo que trabajaba en una pequeña clínica de la zona. Madre soltera de un joven de dieciocho años que podía ser todo lo opuesto a ella. Serio, algunas veces frío, otras demasiado arisco. Pero con todo y que Yoongi podía tener un temperamento completamente distinto a su madre, una mujer cálida, amorosa, siempre alegre a pesar de tener que trabajar algunas veces dieciocho de las veinticuatro horas del día para recibir un sueldo casi apretado, y demasiado protectora, según Yoongi, la señora Min no podía estar más agradecida con la vida y con Dios por haberle brindado la oportunidad de tener a su único hijo.

Sonrió ligeramente al ver al menor ponerse de pie luego de cerrar su cuaderno y caminar en su dirección para acompañarla a la cocina. Estando ahí, la señora Min se dirigió al refrigerador para buscar algunas provisiones, mas se detuvo cuando escuchó a su hijo hablar.

—Siéntate, yo cocinaré. ¿Qué tal el trabajo?

Sí, la señora Min era feliz con el hijo que había criado.

—Siempre es lindo ver a los pacientes volver a casa. Aunque, en algunas ocasiones, me siento nostálgica porque no los veré más. —La señora Min dibujaba círculos imaginarios mientras pensaba en el último paciente que se recuperó. —De algún modo termino teniendo un poco de aprecio por cada uno.

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—Y seguirás sintiéndote así con todos los pacientes que tienes que cuidar en el turno doble que solicitaste —dijo Yoongi, reprochándole sin realmente aparentar un reclamo pues, en realidad, aquel era un aspecto de la personalidad de su madre que Yoongi admiraba enormemente. Su amabilidad y la pasión con la que ella se desempeñaba al cuidar personas enfermas.

—Hijo, ya habíamos hablado de esto —replicó su madre —. Recién iniciaste el último año de secundaria, y tan rápido se pase el tiempo estarás en la universidad.

—Eso lo sé, pero si termino la secundaria podré-

—No lo menciones —interrumpió su madre —. Todavía no me acostumbro a la idea de que conduzcas una motocicleta para repartir comida, y si lo he permitido es porque confío en que eres responsable al usar protección y también respetar los señalamientos viales.

Yoongi rodó los ojos. —Lo hago, mamá.

—Eso es lo que espero.

—Es que, —dijo Yoongi mientras salteaba un poco de cebolla sobre una sartén —, sabes que puedo terminar la secundaria en una escuela pública. No tendrías que pagar las colegiaturas ni un uniforme costoso que es además muy feo.

La señora Min rio suave y hermosamente como sólo ella sabía hacerlo. —Hijo, la razón por la que he trabajado tanto desde que naciste, se debe a que deseo con todo mi corazón que siempre recibas cosas mucho mejores que puedan ayudarte a crecer como persona. No digo que una escuela pública no sea una buena opción educativa, pero si está en mis posibilidades que puedas recibir una educación más prometedora, me aseguraré de que así sea. Sé que eres capaz de ser mucho mejor que tu madre.

Precisamente eso era lo que Yoongi más aborrecía. No, no a su madre siendo completamente una madre ejemplar. Yoongi odiaba, detestaba no ser capaz de contradecir a su madre cuando ella le daba un sermón así de cariñoso y sincero.

Aunque, por otro lado, no es como que Min Yoongi pudiera quejarse de que la secundaria era un lugar tan malo, muchos menos de lidiar con ''personas de otra clase'' como solía llamarles. Bajo su perspectiva, el resto de sus compañeros no eran más que niños ricos, cuya mayor parte de su cerebro utilizaban para competir entre ellos respecto al dinero de sus padres.

No, vaya que Yoongi no podía quejarse demasiado.

Porque lo positivo de estar en un lugar en el que tenía que convivir con personas poco racionales, según él, era la presencia de cierta chica de cabello claro, casi rubio, con redondas y bonitas mejillas, y una personalidad brillante.

Yoongi admitía lo mucho que odiaba pensar así, oh, claro que lo hacía. Pero jamás admitiría, al menos no en público, el hecho de que una sonrisa y mirada provenientes de aquella chica hacían más soportable la secundaria.

Después de todo, en algunas ocasiones él tampoco consideraba ser el individuo más racional de la secundaria. No cuando se daba cuenta de que había cierto aire de emoción en sí mismo cada noche antes del día de clases siguiente, mucho menos en aquella última antes del retorno a un nuevo y último año escolar.

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⏰ Última actualización: 4 days ago ⏰

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