Capítulo 3: La chava del ocho

14.1K 1.3K 273
                                    

Gala

Llego a la vecindad muy cansada y fastidiada. Me duele la cabeza de tantos gritos que escuché hoy, también me duelen los pies porque el maldito del camionero ignoró mi parada y me dejó como cuatro cuadras más adelante.

«Ojalá se le ponche una maldita llanta, ojalá no le paguen, ojalá no le pongan lonche», pienso enojada.

—Está de más que te pregunté lo que pasó, ¿cierto? —me dice Carmen apoyada en la puerta de entrada.

—Pues no, mi vida, no me fue tan mal. Okey, me fue muy mal, ese hombre es un miserable, inhumano, me ve como un insecto y como tal me sacó de su casa, pero no me voy a rendir, con ese puesto yo me quedo —respondo.

—Ay, amiga, deberías…

—No, no, me van a echar a la calle si no pago y sabes que no me van a dejar quedarme contigo. Tengo que conseguirlo.

—Mejor búscale por otro lado. —Mi amiga me observa con preocupación—. Van a terminar matando a mi novio.

— ¿De verdad te preocupa más lo que le pueda pasar a tu ricachón que a tu mejor amiga? Hoy conocí la traición —digo indignada.

—No, Gala, me preocupan los dos, de verdad los dos —contesta frustrada—. Yo solo digo que ambos van a salir afectados por esto, sobre todo tú.

—Lo que me pueda pasar por tratar de aferrarme a ese trabajo no se puede comparar con lo que me va a pasar cuando me echen, no tengo dinero ni para vivir debajo de un puente.

—Te ponemos un barril para que vivas aquí. —Se ríe.

— ¿Y vivir como la chava del ocho? —No puedo evitar reírme también—. Fíjate que me gustaría, pero el dueño no lo va a permitir.

—Es cierto, don Filomeno es bien desconsiderado.

—No, no es desconsiderado, ya me esperó mucho, ya me dio muchas oportunidades. No puedo vivir de conchuda aquí. —Suspiro.

—Ay, amiga, ¿y si le decimos a Eduardo que te preste dinero?

—No, Carmen, después no tendré cómo pagarle. No voy a quitar el dedo del renglón.

—De todos modos, Gala, aunque consigas el trabajo, no te van a pagar de inmediato —me recuerda.

—Pues no, pero me puedo instalar en su casa.

Mi amiga se pone blanca.

—No, no, no, ¿qué tienes en la cabeza?

—Es una broma, pues tocará pedirle un adelanto a Lissandro, ¿qué más? —Me encojo de hombros.

—Hablas como si tuvieras el puesto asegurado, cuando lo cierto es que te sacó a rastras de su casa.

—Pero su hija me quiere de niñera, incluso se escapó de la casa para seguirme. Ya se quería venir conmigo, pobrecita.

—¡No mames! —exclama y se tapa la boca, pues no le gusta decir groserías.

—Hace mucho que no mamo —finjo sollozar—, pero esa es otra historia. El punto es que esa pequeñuela me quiere. Deberías verla, es una ternurita, siniestra, pero una ternurita.

—No gracias, Eduardo dice que es un demonio.

—Sí, lo es, por eso me encantó. Quiero ser su niñera —digo encantada—. Quisiera hasta adoptarla.

—Te quiero mucho, amiga, pero eres bien rara, me cae. Pensé que con los años se te iba a quitar el gusto por lo emo y esas cosas.

—Ser emo no es una etapa —digo orgullosa, recordando que llegue aquí con mi ropa negra, toda chingona y que tuve que vender para no morir durante los primeros meses—. Solo que me tenía que empezar a vestir normal para que la gente no me vea raro y, por supuesto, para que me den trabajo.

QUIEN TENGA MIEDO QUE NO NAZCADonde viven las historias. Descúbrelo ahora