Avanzando sin un plan. ¡Todo es cuestión de azar!

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Agatha se bajó de un salto, se giró y se acercó más a la iguana para recibir a Alicia en sus brazos. La colocó con delicadeza en el piso y se puso al frente. Minerva se bajó, observó a Zarakiel murmurando algo ininteligible mientras trataba de desenganchar sus ropas de las escamas de Midori, luego se acercó a paso lento hasta estar frente a la joven.

—Guíanos al Bosque Negro —demandó.

Agatha examinó aquel rostro. Los ojos azul intenso que le devolvían la mirada se sentían como el mismísimo fondo de un acantilado. Sus cabellos castaño oscuro se movían con la brisa exhibiendo con armonía sus ondas. Su piel clara contrastaba con sus ropajes morados. Agatha encontró muy presuntuosa aquella capa que ondeaba ligeramente con el viento. La mujer era muy bella y excesivamente demandante.

Apenas era una niña cuando había visitado bosque negro, pero aún recordaba cada uno de sus caminos, cada uno de sus aromas, y esa sensación que la invitaba a explorar cada rincón. Los elfos eran uno con el bosque, como si entre susurros ininteligibles pudieran comunicarse. Y Agatha no era la excepción, al menos no en ese caso. Recordó también las criaturas. No podía ir allí.

—No. —Buscó con su mano la manita de Alicia y la atrapó con gesto protector, buscando ubicarla tras ella.

—¡Me lo debes! —escupió Minerva, visiblemente molesta.

—Es verdad. Muchas gracias por salvarnos, de verdad le estoy muy agradecida, pero es peligroso —acarició a la niña en el hombro y la acercó con la intención de emprender la marcha—. No puedo exponerla de esa manera.

Minerva se ubicó frente a Agatha obstruyéndole el paso.

—Minerva —intercedió Zarakiel—, déjalas.

Minerva se hizo a un lado de mala gana.

—Gracias. Estaré en deuda con ustedes.

A Agatha le habría gustado ayudarles, no era de las que dejaban sus deudas sin saldar, pero la seguridad de su niña no era negociable.

—Aunque junto a dos magos los peligros no serían tan aterradores. —Observó a la niña con ternura—. Y la comida no faltaría. Incluso puede que la cruzada se torne agradable.

Alicia se emocionó en cuanto escuchó que habría comida. Le agradaba el bosque y le gustaba mucho más estar rodeada de gente. Observó a Agatha con mirada suplicante. Agatha se giró a ver a la niña a los ojos y se inclinó hasta estar a su altura.

—¿Qué piensas, cariño?

—¡Yo quiero! ¡Yo quiero!

Agatha cayó entonces en la naturaleza de aquel hombre y mujer. Eran magos. Los Capas Azules jamás las encontrarían si viajaban con los hechiceros. También serían buenos aliados en el combate.

—Está bien, iré, pero tendrá un precio.

—¡No te basta con que te hayamos salvado!

Zarakiel tomó a Minerva por los hombros en un gesto tranquilizador.

—El dinero no será un problema.

—Entonces iremos.

—Entonces debemos ir al próximo poblado a comprar provisiones. Por cierto se giró a ver a Agatha—, soy Zarakiel —le tendió la mano y ella se la estrechó con gesto amable.

Agatha observó entonces al mago. Cabello blanquecino largo y enmarañado, ojos oscuros y barba larga. El hombre tenía un extraño estado de deterioro y decadencia, que en vez de generar temor en la joven, le dio seguridad. Parecía una persona que había sobrevivido a muchas dificultades, y eso la tranquilizó.

—Agatha, y ella es Alicia —señaló a la niña.

—Y ella es Minerva.

—No hay necesidad de interesarnos por la vida del otro, y sería bueno que dejen de simular que es importante hacerlo. Andando. Cuanto más rápido llegaremos, más pronto partiremos.

Ninguno protestó. Minerva volvió a Midori a su tamaño con un gesto de su mano. Comenzaron a avanzar a paso apresurado, presos de un silencio que lo absorbía todo. Minerva observó sus manos y la aprehensión de su pecho se multiplicó. Se las agarró entre sí con gesto quedo tratando de mitigar el temblor que la embargaba. Odiaba a Zarakiel por haberla metido en aquella situación. Pero odiaba mucho más a aquellos que le habían arrebatado la felicidad, y haría lo que fuera hasta que pagaran con su vida si era preciso. Todo lo que necesitaba para tranquilizarse era una gran apuesta, un generoso vaso de vino, y una bella mujer con la cual compartir la cama. Lo demás sería cuestión de azar.

Agatha, por su parte, atrapó la manita de la niña y continuaron avanzando bajo la atenta mirada del mago. Zarakiel era un hombre muy peculiar, un tanto descarado también, algo que iría descubriendo con el tiempo.

—¿Por qué te persiguen los Capas Azules? —preguntó a bocajarro.

Agatha no sabía que responder. Estaba acostumbrada a hilvanar una mentira tras otra pero ante aquella situación no supo cómo reaccionar. Tampoco tuvo tiempo para pensarlo.

—Porque Agatha me llevo con ella para que no fuera entregada a la Trinidad.

—¡Alicia! —protestó Agatha— ¿¡Qué te he dicho sobre no hablar de nuestro origen!?

—Perdón.

Zarakiel sonreía apacible. Observó de reojo a Minerva quien iba considerablemente adelante.

—¡Oye, Minerva! —gritó Zarakiel—, de nada sirve que huyas, creo que la chica te va a agradar.

—Cállate y concéntrate en el plan.

—¿Cuál plan?

—Ese que no tenemos.

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