Rebelde Ruín

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CAPÍTULO V

Un trío de borrachos se encontraba bebiendo en una pequeña cantina del barrio. Se notaba que llevaban un buen rato ahí por el estado de ebriedad en el que se encontraban.

—  ¡Lo sé! Ayer mis muchachos les robaron a unos nobles idiotas... —presumió uno—. ¡Como robarle a un niño! ¡Y también lloran como criaturas!

— ¡Pff! ¡Jajaja! —carcajeo otro.

— ¡Chillan como cerdos asustados cada vez que ven un cuchillo! ¡Parecía que se iban a orinar encima!

— ¡Jajajaja!— rieron los tres.

En eso, entró alguien.

— Y luego van a llorarle a la policía, como si ellos pudieran hacer algo— dijo, burlándose.

— ¡Otro corral de cerdos chillones!

— ¡Jajajaja! —volvieron a reír mientras que el hombre que había entrado antes pasaba por ahí.

— Jajaja— el que contaba la historia rió, pero de inmediato su expresión cambió a asombro y miedo al darse cuenta de quién había entrado a la cantina. Era Jacinto Púrpura.

¡Mierda, es el J.P! —susurró el hombre hacia sus amigos.

¡Bajen la voz! Este tipo es peligroso —comentó otro—. Es el más mortífero de todos.

— Sí, me dijeron. ¡El tipo está loco! ¡Tiene más muertes en su haber que todos los de Guadaña Fantasma juntos!

— Nadie tuvo jamás las agallas de hacer lo que él ha hecho. Es un demonio que vino directo del infierno.

Tsk. No puede ser tan malo... —gruñó el tercero, molesto—. Digo, ¿alguien lo vio alguna vez?

— Un par de veces —contestó el primero—. Probablemente haya venido para reportar otro asesinato.

— ¡Apuesto a que ladra pero no muerde! —exclamó el tercero. Parecía que era el más ebrio de los tres—. Es la mascota preferida del líder, ¡su perro de ataque! Se cree que está por encima de los pueblerinos como nosotros. ¿Lo importante aquí no es que no importa todo eso? —se quejó— ¡Ey! —gritó, mientras dejaba bruscamente la botella que tenía en la mano sobre la mesa, para luego sacar un cuchillo—. ¿¡Por qué no vienes a saludar a tus compañeros!? —preguntó a J.P, justo antes de alzar la filosa arma, listo para lanzarlo en cualquier momento—. ¿¡Eh, infeliz!? —después de eso, el tipo lanzó el cuchillo con fuerza hacia J.P, sin embargo, éste logró detenerlo tomándolo del filo con solo dos dedos.

A continuación, hizo una maniobra con el cuchillo, volteó a ver al trío con una mirada fría y se los lanzó de vuelta. El cuchillo quedó clavado justo en la mitad de la mesa, para luego dar media vuelta y seguir con su camino.

— ¡Nuestras más sinceras disculpas, señor! —exclamó uno, mientras que tomaba la cabeza del tercero y la estrellaba contra el borde de la mesa—. ¡Este pedazo de mierda está muy borracho! ¡No sabía lo que hacía! —lo excusó.

J.P volteó una vez más hacia ellos.

— ¿Ah? —preguntó, sonriendo—. Quizás la próxima vez me dé una vuelta para anunciar sus muertes, compañeros —dijo, para luego seguir su camino hacia detrás de la cantina.

— ¡Ey! ¡No hagas enojar al J.P! ¿¡Quieres morir!? —sermoneó uno de los hombres al tercero, mientras lo levantaba tomándolo de la camisa.

Mientras tanto, J.P parecía haberse dirigido ya a una habitación sombría, húmeda. Era bastante grande, hasta había una celda, dentro de ella yacía una cadena manchada de sangre rodeando una silla vacía. Èl se detuvo un momento para observar, tenía tétricos recuerdos de aquella inquietante celda. Decidió ignorarla y seguir caminando hasta lllegar a una puerta. La abrió y dentro se encontraba una persona, de pie, que llevaba puesto un disfraz para proteger su identidad. Era un mensajero perteneciente a la Guadaña Fantasma. Justo en frente había una mesa.

— Los objetivos, Robert de la Rocca y Rosa Grayson, fueron eliminados esta noche —anunció J.P—. Traje los documentos que me pidió el líder —dijo, mientras buscaba dentro de su saco—. Como lo sospechábamos, ambos trabajaban para la policía, estaban tratando de infiltrarse en la G.F. —anunció, después arrojó a la mesa una buena cantidad de hojas—. Fueron descuidados y dejaron pruebas a la vista.

— ¿Tiene algo más para reportar? —preguntó el mensajero.

— La sirvienta de Grayson alertó a la policía, que llegó mientras completaba mi segunda misión. Pero como de costumbre, fueron muy lentos —sonrió.

— No es propio de ti que te tomen por sorpresa —añadió el mensajero— espero que no te hayan visto.

— Por supuesto que no.

— Bueno, no importa. Llevaste a cabo tu trabajo tal como te lo ordenaron, como siempre —dijo, mientras alzaba una de las hojas.

La sonrisa de J.P se borró al instante al recordar que mientras realizaba su segunda misión, de la Rocca pudo reconocerlo. "Tú... tú eras ese chico..." dijo, con una expresión de lástima, más que de miedo; para después ser asesinado.

— Sí, como siempre —se limitó a decir J.P.

— El líder se alegrará cuando se entere de esto —mencionó, mientras leía la hoja—. Si me permites una sugerencia, trata de no fastidiarlo. Puede que seas el Jacinto Púrpura, pero sigue observándote —le advirtió.

— Jamás se me ocurriría —dijo, y de nuevo apareció su característica sonrisa.

— Bien. Nos mantenemos en contacto.

— Bueno, gracias por la amable advertencia, compañero —dijo, mientras se alejaba y se despedía con la mano—. Pero, de verdad, ¿quién sería tan imprudente como para amenazar al líder?

Jacinto PúrpuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora