Una casa, un monstruo y una niñera

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El cielo siempre está gris en Hidden Town, especialmente en la vieja mansión de la señora Bea.

Un caserón de cinco plantas, con cuatro baños, anchas escaleras, siete alcobas y un enorme jardín. Años atrás fue el hogar del alcalde, luego de eso pasó a ser la casa de un hombre muy rico, el cual se la vendió a la vieja Bea, una anciana avara marcada por la tragedia que le quitó todo, dejándola con su único nieto: Ed.

Ed tiene ocho años y grandes medialunas negras yacen bajo sus ojos. No tiene amigos, no tiene hermanos y su abuela agoniza en una enorme cama. Ya no es una mujer de grandes caderas y cabello largo, ahora es calva, pálida, flaca, encorvada y enfermiza.

Las uñas largas ahora lucen escamosas y amarillas, se queja todo el tiempo y huele a orina. Ed cree que su desgaste se debe al monstruo que vive bajo la casa, el que araña las tablas con furia y le roba el sueño. El que, en las noches lluviosas, brama con furia estremeciendo el sitio y erizando su piel.

Devora a las cuidadoras, a las enfermeras y a los que los visitan. Cada vez que llega un forastero nuevo, este no tarda en desaparecer y es usual para Ed encontrar sus huesos bajo los muebles. La abuela no puede más y él, preocupado, toma su mano porque sabe que sin ella no habrá quien lo cuide, no habrá quien lo acompañe

El rumor de lo que pasa en la casa de la vieja Bea se ha esparcido por el pequeño pueblo y no hay nadie que quiera trabajar en dicha mansión, en la casa de la vieja Bea. Ed escuchó a la vieja Bea que, en medio de alucinaciones, le contó que el monstruo era un antiguo amante, el cual la engañó y por eso lo convirtió en una criatura horrible, sin saber que las consecuencias no serían más que tragedias.

Algunos dicen que es un lagarto gigante con una mandíbula llena de colmillos, el cual te devora de un solo bocado; otros dicen que es un oso sin cara que brama de una forma espeluznante y unos pocos dicen que es un ser con ocho brazos y una enorme boca, un monstruo que te come por partes mientras no dejas de llorar.

Ed no sabe cómo es, cada vez que lo oye aprieta los ojos y se

vuelve un ovillo bajo sus sábanas. No quiere verlo, siente que si lo

hace, a él también se lo comerá.

La madera cruje cuando está cerca, los pasos pesados hacen temblar el piso y el bramido que otros oyen no es nada comparado con lo que absorben sus oídos. Todas las noches llega al pie de su cama y se queda allí, erguido, frente a él, quien bajo su sombra tiembla entre la muselina. Su respiración es errática y Ed, en medio de sollozos, capta el sonido de la baba que gotea pringando el piso. No sabe cuántos ojos tiene, pero siente que son miles cuando es observado por el horrible monstruo

Bajo la lluvia detalla como el sepulturero entierra a la vieja Bea en el jardín, las lágrimas corren por sus mejillas y pequeños respingos se le escapan. La abuela dejó cheques millonarios para quien sea que lo quiera cuidar, pero nadie lo hará, nadie quiere que se lo coma el monstruo que yace bajo la casa.

La mano fría que se posa sobre su hombro lo hace voltear. Una mujer alta y de cabello rojo se cierne sobre él, saca un pequeño pañuelo y limpia su cara dedicándole la mejor sonrisa que ha visto jamás.

Se presenta como Ani y le dice que lo va a cuidar, cosa que le hace

temblar los huesos, ya que sabe que no durará.

Ani es dulce, buena y no apesta como la abuela. Ella tiene un olor dulzón, el cual hace que sus abrazos tengan algo especial. Ani hornea pasteles, tiene reluciente la casa y tararea canciones sin cesar.

Lava su ropa, lo educa en casa y hace que el monstruo del sótano desaparezca, ya que no lo siente por ningún lugar. Ya no hay medias lunas bajo sus ojos, puesto que Ani, todas las noches, entra con una vela a su alcoba, le da de beber su té, deja un beso en su frente y repite lo mismo de siempre.

-Duerme tranquilo, pequeño Ed -susurra-. Ani tiene todo bajo control.

Acaricia su cabeza hasta que se funde en el sueño que lo sume hasta la mañana siguiente. Ed siente que el monstruo murió con la vieja Bea y, en los cinco años que siguen, su casa se convierte en algo normal.

Ed es feliz, Ed ya no tiene miedo y la mansión mejor no puede estar.

-¿Te casarías conmigo? -le pregunta Ed a Ani mientras ella sacude el polvo. Para Ed, no hay una mujer mejor que Ani-. Creceré y me haré cargo de ti.

-Eso me gustaría contesta ella sonriente.

Ed no piensa en más que crecer, en tener la edad que se requiere para ser el esposo de Ani. Su cumpleaños número quince llega, Ani hace que apague su vela y lo manda a descansar, pero Ed ya no es un niño, ya le cuesta conciliar el sueño temprano y el té no le gusta.

Y, mientras Ani va por una frazada extra, Ed bota la infusión y se

acomoda en la cama, fingiendo que dormirá.

Debajo de la cama saca el poemario que le ha hecho a Ani y con lápiz en mano le da rienda suelta a las palabras, hasta que un bramido lo hace voltear. Él conoce dicho rugido: el monstruo ha vuelto, erizando, como siempre, sus vellos.

El bramido se repite y dicho sonido hace que su pecho galope, que sus espalda se tense, que sus extremidades tiemblen y que su cuerpo se vaya contra el rincón. Empieza a apretar los ojos, pero el miedo de que mate a Ani lo hace reaccionar.

Saca los pies de la cama y baja las escaleras descalzo, lidiando col olor a azufre que emerge de las paredes. Los relámpagos rompen la oscuridad de la sala y Ed, valientemente, continúa rumbo al sótano donde el grito de Ani lo detiene a centímetros de la puerta que nadie se molestó en cerrar.

La mano se la lleva a la boca al ver a Ani completamente desnuda sobre la enorme plancha de madera, los pechos rosáceos se mueven libres, las piernas las tiene separadas y de ellas entra y sale un enorme miembro, el cual atraviesa su parte sagrada. Un órgano baboso, oscuro, de cabeza roja, con gran longitud, se abre paso entre las paredes de su sexo.

Entrando, saliendo, se frota por los labios separados de ella y baja de nuevo volviendo a entrar en la mujer que gime cuando una larga lengua se pasea por su garganta. La deja cubierta de baba, pero a ella no parece importarle, ya que arquea su cuerpo apoyando los codos en la madera.

Una manta de pelo oscuro cubre la piel del monstruo, el cual tiene cuerpo de hombre, piernas torneadas y una enorme cola decorada con púas no deja de moverse en el piso. Los músculos de su abdomen se endurecen con la fuerza que ejerce, su cabeza es como la de un toro y esta se echa hacia atrás cuando, resoplando, abre más las piernas de Ani, quien chilla con más fuerza cuando el engendro que carga y penetra a Ani se adentra de nuevo y, esta vez, lo que sumerge se sincroniza con su lengua, penetrando y paseando el órgano de su boca por el sexo de Ani. Se sumerge en su ano y en su boca.

Ella mantiene la misma posición mirando al techo con los ojos en blanco y con su cabello, color fuego, esparcido en la madera hasta que él sale de su interior acostándose en el sitio donde estaba ella, quien se sube sobre él. El miembro oscuro del monstruo queda levantado y ella se ubica sobre la punta, la cabeza de la criatura queda contra su pecho cuando este se levanta, los músculos de sus brazos la rodean, sus garras marcan la piel tersa de su espalda, mientras ella lo abraza acariciando sus orejas levantadas y sus hombros peludos.

-Brama tranquilo, mi pequeño monstruo le dice-. Ani tiene todo bajo

control.

Ed no la interrumpe, no sale a la luz, ni inmuta palabras, simplemente vuelve a la cama, se mete bajo las sábanas y, como años atrás, tapa su cabeza en lo que se obliga a quedarse dormido, cosa que no consigue, puesto que no hace más que pensar en lo que acaba de ver, en recordar a la dulce Ani abrazando al monstruo, así como lo abraza a él.

A la mañana siguiente, Ed halla a Ani leyendo su cheque en la cocina, luce esplendorosa y normal. Como de costumbre, le sonríe y pone el plato del desayuno frente a él, peina su cabello con las manos y le da un beso en la mejilla.

La mirada de Ed se pierde en la nada, no sabe qué decir, no es quien para juzgar, tampoco tiene ánimos de hacerlo, ya que le guste o no, prometió que se haría cargo de ella y ahora tenía más razones para cumplir dicha promesa, puesto que Ani es quien mantiene tranquilo el monstruo bajo su casa.

-Come tranquilo, pequeño Ed -le dice mientras que sutilmente pasea las manos por su vientre-. Ani tiene todo bajo control.

By Eva Muñoz

 EVA MUÑOZ PECADOS PLACENTEROS Donde viven las historias. Descúbrelo ahora