127 12 27
                                    

Lluvia, lo que faltaba.

Rei no recordaba haber hecho algo como para estar recibiendo tal castigo. Primero la arcilla que explotó bien temprano en la mañana en su clase de escultura, luego su trabajo de investigación emprendiendo vuelo por la ventana del salón, Itadori comiéndose su flan en su descanso, la dueña del edificio quejándose del olor de los acrílicos - lo que es ridículo - y por último una señora tirando una torre de latas en el pasillo cinco. Si, un asco de día. Y ahora, mientras las persianas de la tienda en donde trabajaba descendían con un horrible chillido, una espesa lluvia hacía imposible que pudiera siquiera pensar en ir a casa. Al menos un pequeño alero la separaba de un terrible resfriado.

- Si me estás castigando por ver un vídeo porno en vez de completar mi trabajo creo que sinceramente estás exagerando- le hablo al cielo a cual sea la deidad que la estaba castigando. - Sabes, también tengo necesidades.

Los minutos pasaban. Las luces de la tienda habían sido apagadas a excepción del cartel principal el cual fallaba de vez en cuando. Una mujer corría a casa intentando proteger sus compras bajo el paraguas y a Reí se le helaban los pies. El agua que salpicaba le había mojado las zapatillas y sus calcetas. Tenía ganas de llorar.

Mientras se lamentaba de su miseria un auto negro paró frente a ella, se iluminó al instante con la luz de las balizas.

- Me parecía que no estaba viendo cosas, eres la amiga de Megumi - le habló una voz grave mientras la ventanilla del copiloto descendía. - ¿Necesitas transporte?

Toji Fushiguro, papá de Megumi. El joven había sido su kohai en el dojo del vecindario de pequeño, aún recuerda los gritos del hombre diciéndole a su hijo que derribara a su adversario de una forma que definitivamente no entraba en las normas. Perdió contacto con él una vez que ella se cambió de preparatoria pero había vuelto a encontrarlo en el campus de la universidad. Y también a su padre.

- Fushiguro-san, buenas noches - saludó educadamente tal y como su abuelo le había enseñado de forma nada amable en el dojo. - No hay problema, esperare a que pare.

Todos sus ancestros debían odiarla al rechazar tal oferta, pero no le agradaba la idea de estar a solas en un auto con el adulto. Lo menos que quería era escuchar sus aventuras en las carreras de caballos o sus planes para hundir a la corporación Zenin. Si, ella y el grupo de amigos de Megumi habían tenido que soportar esas charlas cuando necesitaban transporte para ir al cine. Nobara casi se tira del auto en movimiento una vez de no ser por ella. La entendía perfectamente.

- Si no estoy mal vives a un par de cuadras, y la lluvia no pinta muy bien. Vamos, sube.

Acto seguido le abrió la puerta para que subiera, y no pudo negarse. Estaba cansada, con frío, su nariz escurria y necesitaba su cama con urgencia. Corrió el pequeño tramo desde el alero al auto y tomó el lugar como copiloto tras cerrar la puerta. A su lado un hombre corpulento la miraba con despreocupada sonrisa. Por su aspecto parecía recién salido de la oficina, el saco y la corbata reposaban arrugados en el asiento trasero, las mangas arremangadas de su camisa les permitían a sus músculos lucirse. Estaba despeinado, su mirada cansada era dueña de un brillo que la llenaba de curiosidad pero que la ponían nerviosa a la vez, y era incapaz de apartar sus ojos de aquella enigmatica cicatriz en su boca.

- Bien, solo dime la dirección y te llevaré a casa.

El auto se puso en marcha y partieron. La lluvia golpeaba con fuerza en el parabrisas, el interior del auto se mantenía cálido y en silencio. Un silencio bastante incómodo para su gusto. ¿De qué podía hablar con un hombre de treinta y pico de años? ¿Política? No sabía nada de política. ¿Dinero? Solo sabía que tenía que pagar la cuota de luz dentro de los próximos quince días. ¿Caballos? Los caballos eran lindos.

Ame | Toji FushiguroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora