Día 14

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—¡Suéltenme! ¡Suéltenme para que la destroce!

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—¡Suéltenme! ¡Suéltenme para que la destroce!

Mis gritos cayeron en oídos sordos, y mis pataleos poco ayudaron. Aparentemente iba a estar amarrada a la silla hasta que acabara la cena. Miré a la abuela, la líder de la familia, en busca de auxilio. Pero ella se limitó a apartar el rostro y enfocarlo en mi hermana Dulcina. En esa arpía, la muy...

¿Cómo describirla? ¿Qué adjetivo era el mejor? «Traidora» se quedaba corto.

Para poner en contexto, hace dos meses mi boda fue un fiasco porque se me olvidó, entre toda la planeación, buscar al novio. Fue mi culpa, no lo iba a negar. Lo único bueno de aquel desastre fue que así pude conocer al nuevo amor de mi vida: August. Era perfecto, compatible con mis ideales y adinerado. Esa última era mi característica favorita. En un mes ya era oficialmente su novia, y cuando estaba a punto de dar la idea de un segundo compromiso en la cena familiar para tener la aprobación de la abuela, mi querida hermana confesó que August y ella eran amantes.

Naturalmente, me abalancé sobre su cuerpecito enclenque para pulverizarla. Siempre había sido la débil, la bien portada. ¡¿Y ahora me hacía eso?! La única forma de separarnos había sido amarrándome a la silla mientras esperábamos el veredicto de la abuela.

—Te odio —le espeté a mi hermana. Ella, con la cara herida y mechones de pelo faltantes, aguantó lo más digna que pudo—. Te odio, ¿me oíste? No te hagas la santa, eres horrible. Verás que la abuela te va a exiliar y...

—Niñas, por favor. —Mamá me detuvo con un ademán. Resultaba gracioso que entre mis hermanos y yo ella fuese la líder mandona, pero que frente a la abuela adoptase esa actitud tan sumisa.

—¿Por favor qué, mamá? —escupí— No le llames "niña" a esa cosa que tengo al lado. Es un monstruo, y no lo digo solo por lo que hizo. Heredó el lado feo de la familia.

—¡Oye! —José, mellizo de Dulcina, me pateó debajo de la mesa—. Al menos yo no estoy encorvado como tú.

—No iba contigo.

—¿Ah, no?

—No. ¿Todo tiene que ser sobre ti siempre?

—No, pero ahora entiendo por qué los chicos hicieron una competencia para saber quién te llevaría a la boda: eres insoportable. Me compadezco de Andrés.

—No me metan en sus pleitos —advirtió el aludido, con la cabeza hundida entre las manos. Era su típica posición para esconderse del conflicto.

—Eres un cobarde, Andrés. Da la cara por mí, anda. —Lo incité—. Sé que soy tu favorita.

—Cállate, Joaquina.

Abrí mucho los ojos. Él bien sabía que hablarme así desencadenaba consecuencias. Supuse que había tenido el atrevimiento de ofenderme solo porque estaba inmovilizada, y por la presencia de nuestra líder.

Antonio, sentado junto a José, se rio. Vi que Gustavo le golpeó el hombro para avisarle que me había dado cuenta.

—¿Y tú de qué te ríes, si se puede saber?

Gustavo le hizo señas para que no hablara, asustadizo como siempre. Por ser el menor aún conservaba respeto por mí, la segunda en el orden de nacimiento. Sin embargo, su obediencia no impidió que Antonio hablara:

—Me río de que hasta Andrés, el más tranquilo de nosotros, no te soporta.

—Que no me metan en sus pleitos.

—Si te nombramos es porque eres de esta familia, querido. Si no te gusta te puedes largar, eso si quieres decepcionar a la abuela, claro —ataqué. Luego vi a Antonio—. Y tú, mocoso, ¿cuántas tiendas has robado? ¿A cuántos has... cerrado, eh? —Hice una pausa—. ¡Cero! ¡Cero! ¿Verdad? Así que no te metas. Mejor sé como Gustavo y cállate.

—Pues, para que sepas, Gustavo también se queja de ti cuando no estás. ¡Pregúntale a Andrés!

—¡Que no me metan!

—¡Te callas, Andrés!

—¡Niños, ya bas...!

—¡Cállate tú también, madre!

—¡A mamá no le hablas así! —saltó José—. ¡Por estas cosas es que es difícil vivir en esta familia! ¡Yo también me querría ir si pudiera! De seguro por eso Dulcina hizo lo que hizo, porque está harta y quiere que la expulsen.

—Y-yo no...

—¡¿Y ahora de paso la defiendes?! —me alteré más, mirando a la abuela—. ¿Le va a dar un castigo, no es así? ¡Por faltarme el respeto! ¡A mí, la segunda hija! ¡A mí, Joaquina la...!

—¡Silencio todos! —El pisotón de la abuela nos hizo pegar un brinco. Por fin, por fin llegaba la hora del veredicto. Esperaba que Dulcina pagase por lo que me había hecho—. Somos ladrones, estafadores, ¡el terror en las calles! Pero sobre todo, ¿qué somos?

—Una familia... —coreamos en tono muerto.

—Así es. ¿Y qué hacen las familias?

—Llevarse bien...

—Por eso ya decidí el castigo. —La abuela se levantó—. A August se lo daremos a los perros. Y en cuanto a la otra parte... Desde hoy, Dulcina y Joaquina pasarán todos los días esposadas. Tendrán que soportarse, como hermanas que son, hasta que organicen otra boda y consigan otro novio. Punto.

 Punto

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Escritubre 2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora